Introducción
Distintos países de América Latina han experimentado durante la última década notorios patrones de movilidad y migración por motivos no económicos, los que han influenciado las transformaciones socioespaciales a nivel local (Hayes, 2015; Zunino, Espinoza y Vallejos-Romero, 2016; Rainer, 2016; Kordel y Pohle, 2018). Dicha movilidad es el caso de la migración por estilo de vida, noción que refleja una búsqueda individual y familiar por una mejor calidad de vida y sentido vital, siendo estos los factores que motivan el acto migratorio, y que lo distingue de las migraciones por motivos económicos (Benson y O’Reilly, 2009). Aunque la literatura destaca la influencia positiva de este tipo de migración hacia los lugares que los reciben, hay suficiente evidencia de los impactos negativos asociados a la migración por estilo de vida (Matarrita- Cascante, Sene y Stocks, 2015; Moss y Glorioso, 2014; Janoschka y Hass, 2013; Hurley y Ari, 2011). De particular importancia para este estudio son las escasas investigaciones que han advertido acerca del potencial carácter colonial de dicha migración, especialmente en contextos de marcadas diferencias sociales y económicas (Escher y Petermann, 2013; Benson 2014; Higgins, 2017). Así, los potenciales efectos negativos de esta migración cobran particular resonancia en contextos atravesados por historias de colonización y colonialismo vigente.
El centro-sur de Chile cumple con este criterio, donde además es posible observar importantes flujos migratorios por estilo de vida (Zunino, Espinoza y Vallejos-Romero, 2016; Espinoza, Zebryte y Zunino, 2014). Por ello, el propósito de este escrito es contribuir en la comprensión de la migración por estilo de vida desde una perspectiva poscolonial, focalizado en la relación entre migración y colonia- lismo, y así apreciar las diferentes manifestaciones del fenómeno. Para ello examinamos la variedad de discursos que los migrantes por estilo de vida despliegan en el lugar de destino durante la etapa postmigratoria, con especial atención las diversas representaciones sobre sí mismos, las otredades indígenas y no indígenas (actuales habitantes de la villa). De este modo, se pueden distinguir distintas formas de producción discursiva que, por un lado, reactualizan la ideología colonialista y, por otro, la transgreden con formas propias de reinvención.
Migración por estilo de vida y colonialismo mediante poblamiento
En general, considerado como un fenómeno emergente, los estudios acerca de migración por estilo de vida conectan dos factores aparentemente paradojales, en tanto se explora la movilidad y el apego de lugar en relación con la calidad de vida y el bienestar (Williams y McIntyre, 2012). En la actualidad, los estudios respecto de migración por estilo de vida se pueden caracterizar por una reflexión que articula el análisis de los procesos migratorios, el estilo de vida y el desarrollo y transformación de la identidad (Benson, 2011). En este sentido, se ha intentado situar el análisis de la migración por motivos no económicos en el contexto de las demandas contemporáneas por la legitimidad y el reconocimiento en un mundo en creciente globa- lización que ha atomizado y diluido el sentido de comunidad, provocando un vaciamiento de sentido y subsecuente búsqueda de una identidad arrebatada (Bauman, 2003, p. 174). De acuerdo con esto, la crisis de identidad que afecta al mundo contemporáneo es uno de los componentes contextuales más importantes para explicar los diversos intentos de reinvención tanto del sujeto como del lugar que se suceden en el mundo (Zunino, Espinoza y Vallejos-Romero, 2016). Estas trayectorias y motivaciones son centrales para los estudios de este tipo de movilidad y presta especial atención a las nociones asociadas al escape o retirada del mundo de procedencia por motivos no económicos, y la continuación del proceso en las etapas subsecuentes al acto migratorio (Benson y Reilly, 2009).
Para el caso de este tipo de migrantes que se han asentado en la Norpatagonia de Chile y Argentina, los estudios han señalado que este fenómeno se encontraría motivado por las características del entorno mismo, ya qu estos espacios permiten el contacto con la naturaleza, construir familia lejos de la vorágine de las grandes urbes e insertarse en la sociedad que los acoge, esperando a su vez proporcionar soluciones y actividades innovadoras mediante emprendimientos de acuerdo con las necesidades del lugar de acogida (Espinoza, Zebryte y Zunino, 2014).
Ahora bien, desde autores como Osbaldiston (2014) se cuestiona si actualmente los individuos son significativamente más reflexivos que antes, y a raíz de esa pregunta se discute si los migrantes por estilo de vida son efectivamente una nueva forma de persona que genera una ruptura con las múltiples formas de movilidad en épocas pasadas. La falta de evidencia que confirme este tipo de movilidad como un producto específico de la época contemporánea ha suscitado en estos autores a reconsiderar su carácter reciente, al tiempo que concita la pregunta por su relación con los tipos de migración anteriores y reconocer las posibles continuidades de este fenómeno en el presente (Hoey, 2014). Un punto fundamental de esta línea de pensamiento es que existirían precedentes históricos que anteceden a la reflexividad de la modernidad tardía, en tanto la búsqueda por la autenticidad puede rastrearse en el Romanticismo y el Trascendentalismo (Benson y Osbaldiston, 2014). Una subjetividad imbricada al proceso de construcción de la identidad del yo en la modernidad, la persecución individual por la autenticidad y las diferentes articulaciones que orientan la búsqueda de una mejor forma de vida (Taylor, 1991).
De ahí se desprende desde estos autores la necesidad de problematizar y contextualizar en su dimensión histórica las motivaciones que orientan la búsqueda de una mejor vida y sus implicaciones para los territorios de acogida. Desde una perspectiva histórica, los nuevos enfoques de los estudios poscoloniales1 han abordado los imaginarios, representaciones sociales y geografías imaginadas de las migraciones por estilo de vida contemporáneas, en sociedades constituidas por procesos de colonialismo, en donde la línea que separa la migración de la colonización se difumina en varios tramos (Higgins, 2017). En este sentido, buscamos entender cómo estos procesos generales se articulan localmente mediante transformaciones que se desenvuelven entre migrantes y habitantes tradicionales del territorio en la etapa postmigratoria. En Chile, estudios dan cuenta de las variadas maneras en que los migrantes por estilo de vida se interpretan a sí mismos, se relacionan con el otro y transforman los lugares de acogida (Zunino, Espinoza y Vallejos-Romero, 2016). En la Norpatagonia, Huiliñir-Curio y Zunino (2017) han logrado advertir y profundizar una diversidad de experiencias que incluyen la vinculación con comunidades locales indígenas y no indígenas. Por otro lado, se ha constatado la existencia de experiencias de arti- culación local crítica de las formas organizativas de la sociedad capitalista (Matossian, Zebryte y Zunino, 2014), como también el reforzamiento de narrativas respecto de paisajes patagónicos prístinos y escasamente habitados, con relatos de migrantes por estilo de vida autorrepresentados en la figura de “colonos contemporáneos” y la valoración de estos como agentes de transformación (Zunino, Espinoza y Vallejos-Romero, 2016). “Colonos” y “agentes de transformación”, términos cargados de significado y que resuenan en la historia de dichos territorios, cruzados por un proceso de colonización, que si bien tienen sus orígenes en épocas coloniales (XVIII), su impronta sociocultural se configura a fines del siglo XIX y a principios del siglo XX. Periodo crítico en que el Estado chileno buscó su consolidación mediante políticas de inmigración y colonización, especialmente en áreas geográficas donde su aparato institucional aún no se había instalado físicamente (Martínez, 2015).
La literatura ha planteado que hay una estrecha relación entre migración y colonización, ahora bien, se ha distinguido que mientras los migrantes se in- tegran a la sociedad de destino, los colonos rehacen la suya propia (Belich, 2009). Así, existen variadas formas de comprender las distintas relaciones colo- niales que han sucedido a lo largo de la historia, la naturaleza de los procesos coloniales, su variabilidad y la configuración de los sistemas sociales que de ahí se desprenden (Sommer, 2011). En general, los estudios poscoloniales han profundizado en las implicaciones del colonialismo como producción ideológica, en tanto justifica y valida el régimen desigual y hegemónico impuesto por el poder colonial. Dichos estudios han sugerido que esta clase de ideologías se basan fundamentalmente en la clasificación tipológica de la población y la construcción de una otredad inferior (Osterhammel, 1997).
Para los contextos de profundas transformaciones demográficas y territoriales, diversos autores han articulado adicionalmente las ideologías espaciales, que en coalescencia de las ideologías raciales y evolucionismo cultural, constituyen el basamento fundacional del colonialismo mediante el poblamiento, este último considerado como distintivo en la producción y reproducción de ideologías específicas para mantener los principios fundantes de este tipo de sociedades (Veracini, 2013; Wolfe, 1999). Este trasfondo está sustentado en una lógica de eliminación de la presencia indígena, que busca una estructura configurada en la exclusión fundamental y vaciamiento social y cultural de los territorios destinados a transformar (Wolfe, 2006).
Así, la eliminación es un principio organizador del colonialismo mediante poblamiento, más que una consecuencia o efecto colateral, una ingeniería social basada en la preferencia de un tipo de sujeto por sobre otro, que para el caso del sur de Chile operó mediante el despliegue estatal en pos de la prosperidad de la población de origen europeo y al mismo tiempo la exclusión de la población mapuche del proyecto modernizador del Estado-nación (Bengoa, 1999; Pinto 2003), una forma necropolítica o política del dejar morir para la población indígena (Mbembe, 2011). La atención a la especificidad de estos tipos de colonialismo permite desde el legado de estos contextos comprender algunos de los patrones de migración contemporáneos y las distintas maneras en que las narrativas pertinentes a los sujetos y los espacios del pasado ayudan a desenredar la complejidad de las zonas de contacto del presente (Higgins, 2017).
Área de estudio y metodología
El estudio se basó en el enfoque epistemológico construccionista social (Lincoln et al., 2018), con diseño metodológico cualitativo de tipo asociativo de casos por criterio, dimensiones clave de acuerdo con los antecedentes del fenómeno, procesos migra- torios emergentes en contextos sociales constituidos por procesos coloniales (Pérez-Luco et al., 2017). Para analizar estas dos dimensiones se recurrió a Malalcahuello, villa de montaña localizada en la precordillera andina en la comuna de Curacautín, región de La Araucanía. Esta zona ha experimentado el arribo reciente de migrantes por motivos no económicos dando paso a un choque cultural entre los habitantes tradicionales y los nuevos migrantes, pese a los múltiples intentos de integración entre estos dos grupos (Vásquez, 2014). Adicionalmente, si bien es un poblado pequeño, este ya ha sido estudiado desde la perspectiva de la migración por estilo de vida y amenidad, brindando valiosos antecedentes que permiten detallar con mayor precisión las dimensiones y alcances del fenómeno en cuestión (Vásquez, 2014; Marchant y Rojas, 2015; Matarrita-Cascante, Zunino y Sagner, 2017).
La zona de estudio, conocida como Malalcahuello (topónimo en mapudungun traducido como “Corral de Caballos”) formaba parte de los grandes te- rritorios bajo control mapuche-pewenche, los que fueron ocupados militarmente entre 1881 y 1883 por el ejército del Estado de Chile y luego declarados como tierras fiscales (Bengoa, 1999). Inmediatamente después de este evento se impone la propiedad rural moderna mediante el remate de estos nuevos terrenos fiscales, que para las comunas de Curacautín y Lonquimay se produce entre 1892 y 1911 (Correa, et al., 2007). De este modo, se desplaza, confina y fija a la población mapuche-pewenche en reducciones o pequeñas reservas, que para los años en que se entregan estos títulos de merced de tierras en el área de estudio (1905 y 1906), constituían los terrenos más alejados y de difícil acceso en la zona. En 1918 arriban los primeros colonos chilenos y europeos a Malalcahuello, marcando un hito fundacional para la sociedad no indígena de la zona. A partir de entonces, el área se caracterizó entre 1938 y 1970 en la obtención y procesamiento de madera extraída de los bosques de araucaria (Paillacheo, 2009; Vásquez, 2014), actividad impulsada por la empresa Mosso, hasta su bancarrota y cierre, luego de las leyes que prohibieron la tala de la araucaria en 1971 y 1990 y el posterior decaimiento económico y demográfico (Vásquez, 2014), decrecimiento que deja a la zona con una escasa población que inicia un proceso de reconversión productiva (Marchant y Rojas, 2015). Esta reconversión tiene su mayor impulso luego de que a principios de la década del 2000 se desarrollaran dos proyectos turísticos emblemáticos para la zona, un centro de ski en el volcán Lonquimay y la mejora en infraestructura de un complejo turístico de aguas termales a pocos kilómetros de la villa (Matarrita-Cascante, Zunino y Sagner, 2017). La consecuente atracción turística que se ha ido desarrollando en Malalcahuello ha generado un rápido aumento del valor de suelo en las inmediaciones de los atractivos turísticos y la instalación de emprendimientos en torno al hospedaje, servicios de alimentación y arriendo de implementos para deportes de nieve (Vásquez, 2014). Según los datos proporcionados por el Instituto Nacional de Estadísticas de Chile, se observa desde 2002 un crecimiento poblacional de 271% hacia 2014, alcanzando a 1.000 habitantes
Para el presente estudio se analizaron las entrevistas aplicadas a 21 migrantes informantes clave durante noviembre del 2016, posterior a un muestreo intencionado de casos típicos, que tuvo como criterios de selección ser residente y haber migrado por motivos no económicos. Los datos analizados fueron de tipo cualitativo, de origen primario, de estructura compleja y de contenido discursivo. La técnica de análisis correspondió al análisis cualitativo de contenido de los datos textuales (Bardin, 1996; Cáceres, 2003), el que siguió un procedimiento interpretativo de codificación orientada por las categorías analíticas con base en el marco conceptual que provee la literatura respecto de colonialismo mediante poblamiento y la migra- ción por estilo de vida, que incluyó comparación, contraste y categorización del corpus de datos, con dirección deductiva y sentido de discurso (Schwandt, 2014). A partir de estos códigos se produjeron las categorías de significado primarias y secundarias con las que se elaboraron sistemas categoriales exhaustivos para cubrir las manifestaciones diferen- ciadas del fenómeno. Sobre la base de este análisis de los datos, en su dimensión discursiva es posible clasificar dos tipos de migrante por estilo de vida, a los que se les denominó como migrante dominante y migrante reflexivo.
Resultados
En general, los migrantes por estilo de vida de tipo dominante tienden a apreciar la transformación del territorio de acogida en la etapa postmigratoria, a diferencia de los migrantes reflexivos que tienden a valorar la inserción de sí mismos en la red preexistente del territorio. De este modo se desprenden maneras distintas de situarse en relación con la otredad, hacia sí mismos y el entorno, que hace que los migrantes dominantes desplieguen narrativas que tienen profunda resonancia con ideologías colonialistas, mientras que la otra tipología de migrante valore la diversidad sociocultural presente en el lugar de acogida, intente vincularse con los habitantes tradicionales de la zona y desarrolle empatía por los mismos habitantes en tensión con ellos, considerados como población constitutiva del lugar.
Entre el reconocimiento del habitante previo y la disputa por el prestigio social
En virtud de lo anterior, se aprecian distintas maneras de interpretar las consecuencias de su arribo a la zona como migrantes, y los efectos sobre las experiencias de los habitantes tradicionales de Malalcahuello. Los migrantes reflexivos expresan en sus reportes una preocupación y toma de consciencia respecto de la incomodidad que su nueva presencia provoca en los lugareños, considerando el impacto generado sobre los modos de vida que los habitantes tradicionales acostumbraban previamente. De este modo, los migrantes reflexivos son sensibles ante los anhelos de progreso que los habitantes tradicionales han sostenido durante décadas, quienes depositan en el turismo las posibilidades de una vida mejor para todos. No obstante, y paradójicamente, la proliferación de proyectos turísticos, segunda re- sidencia y arribo de habitantes desconocidos con mayor poder de compra, en un contexto mayor de ausencia estatal como ente regulador, han significado múltiples presiones sobre el territorio e impactado en las relaciones sociales.
En consecuencia, se manifiesta que si bien el nuevo impulso económico en la zona ha influido en la emergencia de nuevas oportunidades, estas no han logrado ser aprovechadas de modo efectivo por los habitantes tradicionales de Malalcahuello. Por el contrario, estos sentirían el apremio de nuevas necesidades originadas a partir del emergente creci- miento comercial de la zona, lo que ha generado un incremento del costo de vida y mayores obstáculos para los grupos sociales menos favorecidos y con dificultades para el incremento de sus ingresos. De este modo, existe a lo menos a nivel discursivo un reconocimiento hacia la importancia de los lugareños como actores fundamentales en el pasado, presente y futuro de Malalcahuello. Esta máxima que los migrantes reflexivos declaran, se hace crítica frente a la amenaza potencial de un “desplazamiento forzado” para las futuras generaciones de habitantes tradicionales, debido a la paralización de los subsidios habitacionales y beneficios sociales causados por el aumento del valor del suelo y de los bienes raíces en el lugar. Frente a estos efectos los migrantes reflexivos manifiestan que los lugareños tienen el legítimo derecho a oponerse a este proceso que los ha mantenido al margen de los beneficios del turismo y proyectos vitales propios, de modo que deberían existir los mecanismos institucionales para facilitar la conducción de un desarrollo que esté basado en la co-construcción del territorio. En este tipo de migrante, existe además un uso menor y en algunos casos inexistente de esquemas grupales que los dividen a “ellos” de un “nosotros” o viceversa. Estos discursos son menos dicotómicos e intentan abordar de modo integral la complejidad social que existe en el territorio. En este sentido, se puede apreciar que este modo de entender la configuración social del lugar los lleva a tener un discurso con menos prejuicios y estereotipos.
Estos discursos contrastan con el expresado por los migrantes dominantes, quienes valorando los recursos paisajísticos y estilo de vida pausado de la villa, se implican con los habitantes tradicionales desde una lógica relacional asimétrica en la que se resaltan las diferencias entre los distintos grupos presentes en el territorio. Estos ejercicios de diferenciación social van acompañados con discursos que contienen nociones que establecen distintas valoraciones de los individuos en función de los grupos identificados y los estereotipos asociados. Así, después de algunos años tras su arribo a la zona, pareciera que los migrantes dominantes se familiarizan con los rasgos distintivos de los sistemas de valoración social de la colectividad de acogida, en donde la figura del colono ha destacado históricamente como una figura de importante reconocimiento. Así, es recurrente que los relatos realcen la zona como un antiguo espacio deshabitado y lleno de bosques impenetrables que componían la totalidad del lugar, imágenes arquetípicas que denotan nociones de espacios sin presencia humana, previo a su ocupación y que relevan los mejoramientos y modernizaciones mediante diversos procesos de transformación del entorno.
En este sentido, desde los reportes se puede observar que los migrantes dominantes se asignan a sí mismos la categoría de colono o neocolono, al tiempo que se escamotean los atributos de esa categoría a los lugareños de la villa, habitantes tradicionales que también se declaran con la misma etiqueta. Esta disputa no es algo menor, ya que las narrativas en torno a las hazañas de las primeras manos de antiguos colonos que dominaron la naturaleza e hicieron uso efectivo del territorio constituyen el hito fundacional de la villa, el que se asume como un importante marcador identitario.
Los locales se abogan egocéntricamente el ser colonos, pero no han hecho absolutamente nada, no saben qué es ser colonia. Para mí los primeros habitantes no son los colonos, colonos son aquellos que desarrollan un espacio determinado para vivir y desarrollarlos en términos absolutos y totales. Hacen caminos, construyeron industrias, desarrollaron cultura y un montón de elementos, eso es colonizar, y no es lo mismo que tener un corral, un piso con tierra y que los papás les dieran un terreno y se acabó.
De este modo los migrantes dominantes aplican una corrección que imponen a la autocategorización que realizan los lugareños, utilizando un término que el nuevo migrante siente como propio y que aplica a quienes “realmente colonizan”, lo que no se cumple con solo ser el primer habitante de la zona. Cuando se refieren a los habitantes tradicionales de la villa, alteran el relato de estos últimos, reemplazando la figura del colono por la de inquilinos y campesinos de montaña, modificación que más que resaltar las proezas y hazañas de la historia local, evocan imágenes de antiguas relaciones jerárquicas con los terratenientes de la zona, antiguos patrones de la grande y mediana propiedad rústica de la comuna. Esta modificación va asociada al contraste con los nuevos migrantes, quienes se ven investidos como portadores de innovación, desarrollo sustentable y cuidado del medio ambiente, a diferencia de la antigua y primitiva explotación del bosque nativo. Y no solo el escaso desarrollo resultante de la zona es un factor para que los nuevos migrantes cuestionen los atributos de la categoría local en torno al carácter en los antepasados de los actuales habitantes de Malalcahuello, sino que también su procedencia geográfica asociada a un patrimonio cultural que no se correspondería con un legítimo proceso de transformación colonial del territorio.
Ese es el origen de los colonos de aquí, no viene de a fuera, provienen de una casta de ciudadanos que eran chilenos, González, Pérez y Martínez. Vienen de la costa, trabajaban en el intercambio de conchales con los pehuenches de la parte alta, nadie ha ido más atrás del bisabuelo, eso no lo manejan, entonces llegan a un punto de la historia, ahí se quedan y eso los hace feliz.
Los hipotéticos intercambios comerciales y proximidad entre los ancestros de los habitantes actuales de Malalcahuello con los grupos indígenas pehuenches, sucedidos en un pasado remoto que el nuevo migrante trae a la memoria, posicionan a los lugareños en cercanía a los pueblos indígenas, distanciándose así de la representación prototípica del colono regional. Llama la atención esta modificación por parte de los nuevos migrantes, ya que refleja la influencia de esquemas clásicos de pensamiento colonialista, así, se proyectan hacia el pasado nociones referentes a sociedad y cultura, donde no solo lo indígena representaría lo salvaje y la inferioridad, sino que lo chileno se habría encontrado en algún peldaño de la escalera de la evolución cultural que mediaba entre la barbarie y la civilización.
Estas nociones históricas se funden con el pasado reciente de Malalcahuello, donde se destaca la nueva función del territorio descubierta por nuevos inmigrantes europeos en la década de 1990, donde los entrevistados resaltan la preponderancia del pionerismo en turismo y la influencia categórica de estos primeros emprendimientos en la reorientación de la actividad económica de esta zona montañosa de Malacahuello.
Estaba el Café Alemán con inmigrantes alemanes, estaba la Suizandina con inmigrantes suizos, la Hostal Andenrose con inmigrante alemán también, esos son los tres primeros polos de atracción turística, de extranjeros más que nada, después comienzan a aparecer lentamente otros emprendimientos.
Así, fueron los extranjeros quienes generaron el turismo como nueva función económica de Malalcahuello, una influencia que ha reactivado al pueblo y que como se planteaba en la cita anterior, “ser el primer habitante no significa ser colono”.
Luego de este impulso indispensable es que aparecerían “lentamente” el resto de los emprendimientos que se beneficiarían de los primeros pioneros europeos. De este modo se reactualiza un nuevo hito fundacional en el funcionamiento exitoso del pueblo, que conecta a los nuevos migrantes como continuadores de un legado reciente mediante la reinvención de un nuevo Malalcahuello desde una perspectiva ecológica.
Yo partí cuando aquí teníamos dos mil quinientos visitantes diez años atrás y ahora tenemos ciento diez mil visitantes en el año, en diez años el cambio, y conozco a las mismas personas viviendo en el mismo lugar y no hacer lo que yo hice.
Estos discursos legitiman la posesión de dichos espacios, en tanto los progresos y adelantos que el nuevo habitante introduce y desarrolla permite un buen aprovechamiento del potencial de los territorios en que se establece, en este paso se erige como el principal agente de transformación y modernización de dicho lugar. El migrante dominante reivindica el título de colono, como también el reconocimiento concomitante que se justifica en el desarrollo efectivo de los emprendimientos transformadores, el pionero, la figura del “primer hombre” o el primero en su tipo, mejor que el “nativo” y el auténtico en relación con el foráneo.
Entre la toma de consciencia de los privilegios y la imposición de nuevos marcadores sociales
Ante el establecimiento de relaciones asimétricas y la apropiación de la historia e imaginarios sociales locales por parte de los migrantes dominantes, los migrantes reflexivos se presentan con una mayor agudeza y sensibilidad para detectar experiencias de aflicción producto de situaciones consideradas injustas. Reportan que los lugareños reaccionan mediante la infructuosa búsqueda de algún tipo de reconocimiento en dicho régimen de prestigio, que los ha llevado a padecer un sentimiento de usurpación de atributos que les eran propios, extinguiéndose el sentido de ser agentes de modernización y uso efectivo del territorio. Si bien los grandes cambios y emprendimientos de la zona en los últimos años se han producido bajo el impulso directo de los nuevos migrantes, esto no significa que los habitantes tradicionales, con sus logros y fracasos, no hayan tenido un rol fundamental en lo que es Malalcahuello en la actualidad. En este sentido, consideran que, con independencia del tipo de desarrollo buscado, los cambios no deben ocurrir de manera drástica o ser impuestos, sino que, al contrario, es necesario el complemento con los procesos que la población ha ido impulsando para no colisionar con ellos.
Ellos se sienten amenazados en su autoestima y autovaloración al ser arrebatado su espacio y su identidad, mientras nuevos ocupantes se enriquecen con sus propias tierras. Ver cómo quedan marginados del desarrollo de Malalcahuello, siendo los habitantes que vivieron ahí por 50 años genera un resentimiento.
En contraste con la empatía y reconocimiento que los migrantes reflexivos realizan sobre los lugareños y las presiones que se están manifestando en la zona, los migrantes dominantes expresan un discurso donde los habitantes tradicionales de la villa se ven estereotipados, así, tomando distancia con ellos, se les asignan características negativas que apuntan como coordenada principal la incapa- cidad para desarrollar emprendimientos turísticos. Estos rasgos fijados en el discurso de los migrantes dominantes se han convertido en los nuevos significadores de la identidad del colectivo local en el marco de las actuales funciones territoriales, que en una lógica dicotómica, la misma presencia del pueblo aparece como contaminante de los paisajes naturales prístinos de este entorno de montaña.
Estos discursos no son inocuos si consideramos su imbricación con la reproducción de estas asignaciones diferenciadoras y excluyentes desde ámbitos institucionales, en la que destaca la misma Cámara de Turismo de Malalcahuello. Esta organización está pensada como el espacio concertado donde los distintos actores locales pueden participar del proceso de toma de decisiones en torno al desarrollo turístico de la zona. Pese a la anterior premisa no hay habitantes tradicionales que participen de esta organización, la que está compuesta solamente por nuevos migrantes.
[Los habitantes tradicionales] no participan en la Cámara de Turismo de Malalcahuello porque no tienen emprendimientos turísticos que estén regularizados, el no cumplir con la normativa no es acorde con el estándar y la calidad de servicio que se desea proyectar para la zona. La gente que tiene su cabañita en el pueblo, no realiza estas acciones y no se sienten parte porque no quieren hacerlo.
Efectivamente, hay emprendimientos turísticos en la villa desarrollados por los habitantes tradicionales, pero no con los requisitos necesarios para un funcionamiento que signifique el apoyo de la Cámara de Turismo y las instituciones correspondientes. Es llamativo que este tipo de migrantes localiza el origen del conflicto y la distancia de uno y otro grupo en los habitantes tradicionales, quitándole importancia a la implacable obstaculización que la institución local clave aplica contra los emprendimientos de la villa e impide su enlace formal a los circuitos económicos del turismo en la zona.
En este contexto, la villa tradicional, delimitada espacialmente por las viviendas de los habitantes tradicionales y sus prácticas, ha adquirido un nuevo contenido y caracterización negativa en el nuevo imaginario local al no contar con emprendimientos turísticos y acoger las actividades tradicionales. Sin embargo, como se señala en la cita anterior, se oculta la influencia de los nuevos migrantes, que asentados en los alrededores de los atractivos turísticos y en su orientación hacia la montaña conforman una nueva periferia extendida, que junto con el control monopólico de la figura de la Cámara de Turismo estarían dificultando el desarrollo de emprendimientos turísticos provenientes desde la población local.
Frente a esta imposición, que no es explícita en el discurso de los migrantes dominantes, destacan los discursos alternativos de los migrantes reflexivos, quienes desde otra disposición son conscientes de los privilegios que tienen y logran aprovechar en tanto poseen el capital económico y humano para desarrollar sus proyectos. De este modo, identifican el injusto proceso asimétrico en que los nuevos allegados se instalan y reproducen desde instituciones la exclusión. Estos reportes revelan por lo menos una disposición diferente y un primer paso para objetivar concretamente las ventajas que gozan frente a los lugareños. En este sentido la sensación de sentirse cómplices de situaciones que consideran injustas, los lleva a detenerse y prestar mayor atención respecto de sus causas e implicaciones, como también un sentido de responsabilidad que recae en el colectivo migrante. Mediante esta autocolocación en una posición de responsabilidad los migrantes reflexivos reportan buscar la vinculación con la comunidad local y los habitantes tradicionales, en la que se intenta establecer relaciones significativas y menos asimétricas.
Cierres y aperturas frente a lo indígena. La paradoja de la mímica colonial entre los migrantes por estilo de vida
El poblado de Malalcahuello, discriminado desde una lógica turística, al estar su población al margen de las prácticas amigables con el medio ambiente y el uso sustentable del territorio, es relegado a un espacio ajeno a la nueva función productiva de la zona. Por el contrario, los discursos de capacidad superior y capital humano y simbólico inherentes a los nuevos migrantes han ido inoculando de un exclusivo patrimonio inmaterial a los proyectos emplazados en el espacio orientado hacia la montaña. En esta reorientación productiva y espacial, mientras se excluye la ex- presión material de la villa de Malalcahuello se ha ido abriendo parcialmente el espacio turístico hacia la presencia indígena de los alrededores me- diante el reconocimiento de los emprendimientos etnoturísticos mapuche-pehuenches, presencia no obstante de carácter fantasmal en el nuevo circuito y oferta turística. El principal atractivo que estas iniciativas indígenas ofrecen al público son algunos elementos de su cultura tradicional y parte de sus prácticas asociadas a la recolección de piñón2, semilla comestible de la araucaria, árbol bandera del concepto espacial Araucanía Andina. Ahora bien, esta apertura se desarrolla en una permanente tensión discursiva que intenta conciliar, por un lado, la riqueza cultural indígena y el patrimonio inmaterial para el turismo que entregan las familias de las reducciones cercanas, y por otro lado, la legitimidad, merecimiento y afianzamiento de la propiedad rural adquirida por los nuevos migrantes. De acuerdo con lo anterior, se aprecia una amplia diversidad de discursos entre los nuevos migrantes que reflejan distintas miradas en torno a la presencia indígena, que derivan del modo en que cada migrante se acopla a esta nueva visibilización impulsada por una incipiente apertura desde un punto de vista mercantil que decodifica lo cultural mediante un perfilamiento folclórico subordinado al régimen turístico. Así se identifican dos tipos de discurso en el relato de los migrantes dominantes que reflejan disposiciones ambivalentes frente a la presencia o ausencia de lo indígena.
El nuevo migrante plantea una aguda tensión y desafío en su autoidentificación individual con la figura del colono. La emergencia de este nuevo habitante ataviado con máscaras de “colono”, que en su búsqueda promueve desprevenidamente la expresión identitaria y patrimonial en la que reaparecen los múltiples rostros del territorio en su diversidad cultural e impronta indígena, produce una reverberación que desestabiliza los cimientos fundacionales del imaginario colonial. Una mímica del nuevo migrante que abre y reactualiza desde las profundidades de la historia local un proceso de colonización que se pensaba ya terminado, velado y en proceso de remoción por el proyecto de modernización. Lo que para unos es una simple apertura hacia los recursos culturales para facilitar la comodificación del territorio, para otros resulta en un movimiento equivocado que amenaza con reanudar conflictos ya superados. Narrativas e imágenes fundantes míticas, orientadas a mantener velada la naturaleza traumática de los orígenes de este tipo de sociedades. Es decir, ocultar el desplazamiento, pauperización e intentos de eliminación de la población nativa.
En este sentido, desde un polo reactivo y similar a los relatos de los habitantes tradicionales, se exponen discursos que implican un ejercicio de borradura de la presencia indígena y una depuración simbólica del espacio de Malalcahuello, donde el nuevo migrante justiprecia su autenticidad en términos equivalentes a la población indígena.
Esta no es una zona mapuche, Malalcahuello o corral de caballos, era un lugar de pernoctación y de descanso de los arreos de animales, pero como las condiciones geográficas y climáticas eran muy adversas no se podía vivir permanentemente. El pehuenche que se ve aquí es un indígena que proviene de las pampas argentinas, que es un migrante.
En estos discursos la inclemencia climática y adversidad de los bosques y montañas del sector no habrían permitido el asentamiento sedentario de poblaciones indígenas en el valle, relegando esta zona a un mero lugar de uso esporádico asociado al traslado de ganado. De este modo, pese a que el topónimo “corral de caballos” denota una función económica fundamental en el circuito ganadero, el sector no formaría parte de las tierras indígenas en el supuesto de que “no es una zona mapuche”. Como no es posible desprenderse de las trazas vestigiales de la presencia indígena, se intenta desanclar su presencia y ponerla en cuestión, enfatizando el carácter nomádico de dichos grupos, operación de reversión simbólica en que los nuevos migrantes emergen como los “nativos” del lugar. Adicionalmente, este razonamiento pasa por alto el proceso previo de confinamiento de las reducciones en las montañas aledañas, áreas geográficas de mayor adversidad que las presentes en el valle, al tiempo que se los encasilla como migrantes que procederían de Argentina. Esta estrecha apertura hacia las familias indígenas pewenche, decodificadas como accesorio de la araucaria y bajo el relegamiento a un espacio montañoso ahistórico, es parte de un proceso en que lo indígena solo es posible de encuadrar fuera de la temporalidad y espacialidad del tiempo universal no indígena. Así, solo están permitidas ciertas formas de legibilidad de lo indígena como sujeto zonificado, despolitizado, desorientado y subordinado, en que custodios de la araucaria o jardineros del piñón, prestan una función al itinerario turístico y la experiencia por nuevos mundos perdidos, formando parte intermitente de un paisaje fabricado en esta nueva lógica productiva.
En el caso de los migrantes reflexivos, si bien la lectura que realizan acerca de la realidad socioterritorial del valle de Malalcahuello podría parecer como una versión más conservadora que la manifestada por los migrantes dominantes, en tanto asumen con discreción esta presencia, se distingue en el sentido de que admiten la existencia previa de la población indígena y que esta tuvo alguna relación con las familias indígenas que actualmente habitan la zona. Es decir, se manifiesta desde un sentido de justicia y de modo manifiesto la continuidad histórica entre el pasado indígena local y sus expresiones actuales entre las familias mapuche-pewenches, reconociendo los rostros específicos de quienes siempre estuvieron presentes en la historia local, pero que por distintos motivos fueron marginados. Así, estas interpretaciones de la historia local empuja a los migrantes reflexivos a considerar a estos habitantes originarios como actores indispensables y con un importante rol que desempeñar para el desarrollo y proceso de toma de decisiones de la zona.
Tenemos que involucrar a los pueblos originarios, ellos sí que son locales, viven aquí de antes que naciéramos todos nosotros, pero ahí hay un conflicto, ya que incluso la gente más inclusiva tiene un rechazo al pueblo originario que es digno de un estudio general, en toda la zona son como enemigos.
También se distingue en el discurso de los migrantes reflexivos que además de reconocer la anterioridad de la población mapuche, los migrantes reflexivos son cautos en no entrometerse de forma imprudente en las relaciones que antiguos colonos y mapuches han sostenido durante las generaciones antecedentes. Así se empatiza con cada uno de ellos, no solo por la incomodidad que los nuevos migrantes provocan en los habitantes tradicionales de Malalcahuello, sino que también son respetuosos de la aprensión que estos tendrían con el surgimiento de los movimientos políticos mapuches, en su expresión local y nacional.
Los habitantes tradicionales de Malalcahuello son migrantes que llegaron hace ochenta años procedentes del Valle Central, quienes no solo están en tensión con los nuevos habitantes [migrantes actuales], sino que también con la nueva fuerza que ha adquirido el mundo indígena. La mayor tensión no es con los afuerinos turísticos, sino que su mayor temor y complejo es con los mapuches.
Es posible destacar que muchos de los migrantes reflexivos mantienen vínculos cercanos con organizaciones políticas mapuches de la zona, especialmente en torno a la preservación del medio ambiente y resistencia social a proyectos de inversión con impacto ambiental, lo que les permite dar un testimonio experiencial y no desde fuentes secundarias acerca de algunos de los acontecimientos que involucran a la población mapuche-pehuenche de la zona. Al mismo tiempo, son responsables en no perturbar las propias biografías e historias de los habitantes tradicionales de la villa, lo que los hace estar atentos a las distintas sensibilidades que se desenvuelven en la compleja trama relacional de Malalcahuello.
Reflexiones finales
En el marco de un proceso de alterización asimétrico en curso que tiene lugar en Malalcahuello (Matarrita-Cascante, Zunino y Sagner, 2017), desde una perspectiva poscolonial es posible apreciar que los migrantes por estilo de vida despliegan discursos que evidencian manifestaciones diferenciadas del fenómeno en tanto se producen rupturas con la ideología colonialista, como también permanencias y continuidades. En estos hallazgos se puede precisar que las rupturas con el legado colonialista no pasan por la búsqueda de una mejor calidad de vida y sentido vital, sino en la dimensión reflexiva de los migrantes por estilo de vida (Janoschka, 2011; Stones et al., 2014). Creemos que, en los contextos de sociedades colonialistas, la reflexividad tiene mucha importancia y cumple un rol clave para ponderar a los migrantes por estilo de vida, especialmente en la etapa postmigratoria, especialmente cuando las asimetrías pueden conducir a relaciones injustas, debido a sus ventajas sobre la población local. De este modo se identifica a los migrantes reflexivos, quienes buscan relaciones significativas con la población local, la toma de consciencia respecto de los privilegios en comparación a los habitantes tradicionales y población indígena. A su vez desarrollan un sentido de empatía que contrasta con el de otros migrantes y demuestran su capacidad de colocarse en el lugar del otro. Al mismo tiempo existe un reconocimiento de los lugareños como actores importantes y con derecho a manifestar su oposición a las transformaciones del territorio, decisiones que requieren del diálogo y no la imposición. Nos preguntamos, sin embargo, cuál es la capacidad que tienen estos tipos de migrantes reflexivos en el agenciamiento de procesos inclusivos como lo anteriormente descrito, y que estos puedan trascender más allá de lo individual, en experiencias concretas como lo identificado en el estudio de Huiliñir y Zunino (2016).
Ahora bien, desde una perspectiva de larga duración (Osbaldiston, 2014) se revela cómo el actual proceso de transformación socioespacial impulsado por los nuevos migrantes es significado por los migrantes dominantes mediante los propios parámetros de valoración que poseen los habitantes tradicionales de la zona de Malalcahuello. Dichos criterios pasan por el uso efectivo del territorio, que se remonta a los comienzos de la colonización con población europea a principios del siglo XX, hito instituyente que posiciona a este tipo de migrante como imagen social clave en el régimen de reconocimiento y prestigio en la sociedad regional y como elemento motor en la producción de alteridad e identidad rural no indígena. En virtud de lo anterior, la búsqueda de un sentido vital por vía de la reinvención del sujeto y del lugar (Zunino, Espinoza e Vallejos-Romero, 2016) encuentra en estos escenarios una densidad histórica que orienta el florecimiento de una identidad social imbricada al entramado sociocultural del lugar. Al interactuar estas ideas con el nuevo proceso migratorio y la transformación del territorio, donde los nuevos migrantes son la causa, se produce una reactualización de dichos contenidos ideológicos. Esta reactualización ideológica pasa por la competición por la categoría de colono y quienes son los legítimos agentes de transformación, que los migrantes dominantes disputan a los habitantes tradicionales, una búsqueda por el reconocimiento de quienes cumplen la misión fundamental en relación con el aprovechamiento del potencial de dichos espacios. Cada una de olas migratorias que ha arribado a la zona ha producido relatos que narran su rol fundacional en el funcionamiento exitoso del pueblo, atribuyéndose cada una algún tipo de influencia categórica en el desarrollo y mejora del lugar. Facilitado por las asimetrías que le confiere su capital económico, cultural, cognitivo y simbólico (Benson y O’Reilly, 2009), los migrantes dominantes han conseguido la exclusión de gran parte de la población local no indígena y el control monopólico de los sistemas de producción cultural y legitimación en el nuevo escenario de turistificación del espacio, introduciendo y asignando categorías y atributos sociales a sujetos y espacios determinados, y removiendo estructuras previas para constituirse en los nuevos sujetos de prestigio, característica propia del colonialismo (Veracini, 2013).
En la cruzada por la búsqueda de una mejor vida se pueden generar las condiciones de asimetría y exclusión expuestas en este escrito, lo que invita a hacer mayores precisiones que distingan claramente la diferencia entre los momentos premigratorios de la etapa postmigratoria, en el sentido de que el desarrollo de la territorialidad del migrante por estilo de vida puede tener un desenlace colonial, en que el migrante se convierte en colono y su proceso migratorio en colonialismo. La importancia de la etapa postmigratoria, que define el modo en que el sujeto agencia, se instala y reproduce su vida material en los lugares de acogida, puede marcar, según sea el caso, la extinción conceptual de la categoría de migrante por estilo de vida y ser redefinido como “colono postmigración por estilo de vida”.
Finalmente la autoadscripción de colono moderno o neocolono por parte de algunos migrantes, denota la renovación de una identidad social coproducida por el acto migratorio de este tipo y el guión identitario disponible en la configuración cultural del territorio, rol que se posiciona inadvertidamente como agente de un proceso de “colonización” vigente, ya sea en un plano simbólico, como también material. Los hallazgos de este tipo de estudios ayudan a profundizar en la discusión acerca de este tipo de migración en sectores sensibles a este tipo de fenómenos. Así el proceso adquiere mayor complejidad si consideramos la importante población indígena que vive en la zona y los alrededores, presencia si bien periférica cada vez más visible, en un contexto regional en que la emergencia indígena ha puesto la tierra y el territorio como uno de los ejes articuladores de su demanda. Sin embargo, pese a esta mayor visibilización, en Malalcahuello su presencia es fantasmal, apareciendo de manera errática en los discursos de los entrevistados, quienes afectan indirectamente en la desposesión y exclusión, y que son vividos en la mundanidad y como formas cotidianas de ser y operar el día a día (Rifkin, 2014, Henderson, 2014).