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Diálogo andino

On-line version ISSN 0719-2681

Diálogo Andino  no.66 Arica Dec. 2021

http://dx.doi.org/10.4067/S0719-26812021000300083 

DOSSIER

PAISAJES NARRADOS DE LA PATAGONIA AYSÉN, MEMORIAS ENSAMBLADAS DE UN ESPACIO EN MOVIMIENTO

LANDSCAPES NARRATED FROM PATAGONIA AYSÉN, THE ASSEMBLED MEMORIES OF A MOVING SPACE

Patricia Carrasco Urrutia* 

* Universidad de Aysén. Coyhaique, Chile. Correo electrónico: patricia.carrasco@uaysen.cl

RESUMEN

El presente artículo explora las formas de habitar la Patagonia Aysén a partir de narrativas de antiguos pobladores del extremo Sur de la XI Región, Chile. En una primera fase, busca avanzar respecto de un territorio narrado, escudriñando en la construcción de paisajes que emergen de la apropiación y simbolización que hace el sujeto del territorio que habita. En un segundo momento, el artículo explora la enunciación del sujeto a partir de una producción interdiscursiva que apela a una memoria colectiva. En este sentido, se propone una relación dialéctica en la que se construyen y reconstruyen sujetos y paisajes, que coemergen en una narración de espacios en movimiento. Para ello, analizaremos la trama simbólica contenida en las narrativas producidas en forma de historias de vida de los antiguos pobladores del Baker, como se denomina al extremo Sur de la Patagonia Aysén. Se trata de historias de vida de pobladores que se establecieron en estos territorios en las primeras décadas de 1900.

Palabras claves: Paisajes; narrativas; memoria; habitar

ABSTRACT

This article explores the ways of inhabiting Aysén Patagonia, based on the narratives of former settlers of the southernmost zone of Chile's XI Region. The first phase aims to advance over a narrated territory, scrutinizing the construction of places and landscapes emerging from the appropriation and symbolization that the subject of the territory that inhabits. In a second moment, the article explores how that subject is enunciated, from an interdiscursive production, that appeals to collective memory. In this sense, a dialectical relationship is proposed, in which objects and landscapes are constructed and reconstructed, co-emerging in a narration of moving spaces. For this, we will analyze the symbolic structure contained in the narratives, produced in the form of life stories of the former residents of Baker, as the southern edge of Aysén Patagonia is called. These are life stories of settlers who lived in these territories in the first decades of 1900.

Key words: Landscapes; narratives; memory; inhabit

Introducción

El análisis de los textos producidos en las narrativas de los antiguos pobladores de la zona del Baker1 constituyen la puerta de entrada que nos permitirá avanzar acerca de la comprensión de la trama social que organiza los relatos de los entrevistados. Mediante ellos, buscamos aproximarnos a la construcción de paisajes e identidades de quienes habitan, desde comienzos del siglo XX, el extremo Sur de la Región de Aysén, Chile.

Este territorio se caracteriza por ser una zona de difícil acceso, reconocido por la presencia de altas montañas y caudalosos ríos, los que constituyen una suerte de portal de acceso al área, caracteri zada por su baja densidad poblacional y reciente formación como zona poblada2. Los entrevistados refieren haber llegado a estas regiones alrededor de la década de 1920, por lo que es posible encontrar aún en ellos registros de relatos primarios que, como tales, remiten a narrativas conservadas mediante una oralidad del tipo mito de origen, donde "los antiguos disponen del privilegio de poder acceder en forma más directa que los demás a las verda des primeras [y] son también los depositarios del inmenso espesor del tiempo inmemorial" (Claval, 2012: 37). A partir de este elemento, resulta de particular interés conocer estas narrativas, ya que a partir de ellas podremos explorar cómo se va dibujando el paisaje de la zona, por medio de la memoria de los narradores.

La apuesta teórica y metodológica por las narrativas constituyen también una forma de aproximación a la realidad social que busca relevar voces subalternizadas, porque ellas "nos aproximan a los microrrelatos que exploran la diversidad de los mundos de vida [y permiten dar] un giro epistémico por la revalorización de los 'pequeños relatos' en contraposición a los 'grandes relatos'" (Arfuch, 2005: 22-23). De este modo, indagar en los sentidos construidos en torno a las formas de habitar el extremo Sur de la Patagonia Aysén, desde una perspectiva no oficial, busca también subvertir sentidos y avanzar hacia un "desplazamiento del punto de mira omnisciente y ordenador en beneficio de la pluralidad de voces" (Arfuch, 2005: 23).

Desde una perspectiva metodológica, es posible señalar que los relatos fueron recogidos mediante una aproximación abierta o libre de los narradores, es decir, ellos seleccionaron libremente las expe riencias que integraron a sus narrativas y que -en este caso- les situó en su asentamiento en el Baker a comienzos del siglo XX.

Las formas del paisaje

Las narrativas analizadas se organizan, desde el comienzo, a partir del territorio. Los entrevistados se sitúan tempranamente en un espacio físico en donde se teje el relato. De este emerge el núcleo en el que se estructura la trama vital y, a partir de él, se articulan varios ejes de sentido que serán analizados segmentadamente.

Comprender el significado de cada uno de ellos nos permitirá avanzar hacia el entramado que los organiza y que otorga coherencia vital al narrador para construir un relato integrado que le permite romper con "la fractura de la temporalidad" (Arfuch, 2013: 55) sobre la que se construyen las narraciones.

Los sujetos se narran a sí mismos situados y en interacción con las formas físicas o materiales de la geografía que habitan. A partir de allí, nacen sistemas de interacción que dan paso a formas de habitar y enunciación de paisajes. Es necesario recordar que "el concepto de sujeto en términos del sujeto-habitante se incorpora la espacialidad por la vía del habitar" (Lindón, 2010: 184).

Así, estos tres elementos -sujeto, paisajes y formas de habitarse tejen a partir de la signifi cación del territorio narrado. Las formas físicas dan paso a una singular forma de interacción sujeto-territorio, en el que se dibuja y enuncia un paisaje habitado.

Los narradores señalan que sus padres, antes de migar a estas zonas, escuchaban hablar de tierras desocupadas o no pobladas al Sur de la Patagonia Aysén. Buscaban un lugar donde radicarse. Así iniciaron junto con sus familias un largo tránsito a caballo por zonas desconocidas. Relatan haber transitado meses por densos bosques, caudalosos ríos, altas montañas, elevados riscos o quebradas. Estas primeras lecturas y encuentros con estas materialidades de la geografía, sin duda, marcarán la forma de narrar y significar el territorio.

En estas oralidades encontramos pistas acerca de los elementos que se han implantado en la memoria colectiva para construir y significar los lugares que hoy se narran, paisajes. Recordemos que "cada memoria individual es un punto de vista sobre la memoria colectiva" (Halbwachs, 2004: 96).

Un primer eje narrativo remite a las formas físicas del lugar. Estos se inician con expresiones como: "entró aquí al Baker siendo niño" (R.O, Cochrane); "yo vine a nacer en la cordillera" (R.V, Cochrane) o "Cuando ellos llegaron a poblarse, era una montaña, había harto huemul, me acuerdo que uno salía al campo a la orilla del lago" (F. B, Villa O'Higgins).

En esta trama discursiva, el espacio geográfico es narrado fundamentalmente como "un espacio existencial, conformado por lugares cuya materialidad tangible está teñida de elementos inmateriales e intangibles que convierten a cada lugar en algo único e intransferible" (Nogué, 2016: 492). En estas narrativas emerge una emocionalidad que se inscribe en el relato y que alude al espacio. Así, ponemos de marco el concepto de topofilia, el que coloca el acento en "los vínculos afectivos del ser humano con el entorno material" (Tuan, 2007: 130).

Desde esta perspectiva, la interacción hombre-naturaleza es más intensa cuando hablamos del sujeto que habita y trabaja la tierra, como es el caso de nuestros narradores. Tuan señala que las personas, al trabajar la tierra, se les "ha metido la naturaleza [en el cuerpo y] no es una mera metáfora: el desarrollo muscular y las cicatrices atestiguan la intimidad física de tal contacto" (2007: 135). Creemos que es a partir de este encuentro cuando emerge la relación dialéctica del hombre y paisaje que habita el extremo Sur de la Patagonia Aysén. Es, desde ese ensamblaje cuerpo-naturaleza, que se construye una forma de habitar. Sujeto y paisaje se asimilan -se hibridan- produciendo un modo de ser y estar en el territorio. De este modo, se produce, en forma simultánea -en la narración-, la construcción del paisaje y un tipo de sujeto que lo habita.

Despuntamos por la meseta que le llamaban antes, no sé si tiene conocimientos de eso, pasamos al lado de Perito [aludiendo al glaciar Perito Moreno] ... uno antes se preocupaba de hacer lo que tenía que hacer no más... uno hacía sus quehaceres y seguía andando, era valiente la gente antes (E.O, Cochrane.)

En el texto se aprecia una intrincada relación entre el sujeto y el espacio habitado. Una geografía en la que se nombra un tipo de sujeto que lo habita, situando la valentía como un atributo del habitar.

Un segundo eje de análisis es la significación de la tierra como espacio habitado, en donde los narradores subvierten su condición obrera. En este sentido, Haesbaert sostiene que el territorio para los grupos subalternizados adquiere un valor distinto, siendo la primera función de estos "la de servir como abrigo o como recurso" (2013: 19). El territorio se convierte, así, en una suerte de "morada" que responde a las necesidades más elementales del ser humano, como son el refugio y la protección. Para el caso de nuestros narradores, esta proximidad al territorio viene de algún modo a resolver un conflicto vital esbozado en sus narrativas.

El territorio representa, por un lado, el término de la errancia (Carrasco, 2017: 204), debido a que se trata de grupos sociales que han venido durante años acumulando expulsiones territoriales.

Los pobladores llegados a estas tierras a comienzos del siglo XX corresponden a familias subaltenizadas y precarizadas (Haesbaert, 2013). Todos ellos describen provenir del Sur de Chile y haber emigrado a la Patagonia Argentina luego de haber sido expulsados en tiempos del presidente Errázuriz a fines de 1800, época en que se favorecía la colonización del sur del país a manos de colonias extranjeras3. A partir de 1896 comienza una nueva expulsión de estas familias a manos del gobierno argentino (Millar, 2006), época en que se inicia la avanzada hacia el Sur de la Patagonia Occidental, donde algunos de ellos vuelven a ser expulsados, ahora en manos de compañías extranjeras dedicadas a la ganadería, a quienes se había arrendado gran des extensiones de tierra en el extremo Sur de la Patagonia chilena. Es así que, en la zona del Baker, se encontraba establecida la Compañía Explotadora del Baker, con 300.000 ha (Martinic, 2005).

La llegada y apropiación de estas tierras significó para los narradores no solo dar cobijo y morada para sí y sus familias, sino también fue una forma de subvertir procesos de subalternización que, para ellos, significaba abandonar la condición obrera -el peonaje- al servicio de las grandes estancias de propiedad de compañías in glesas, que caracterizaban el paisaje obrero en la Patagonia de 1900. La llegada a estos territorios de "tierras orejanas" (Carrasco, 2017) significó para las familias de los narradores migrar de la condición obrera a la de propietarios.

En este sentido, emergen algunos relatos como: "él [su padre] lo único que conversaba, era de poca conversación, que se vino con el interés de poblase y encontrar campo... él se pobló en el Río Neff" (J M, poblador del Baker); otro relato señala: "ese tiempo mi padre salió de ahí del Ñadis, cuando le entregó le dijo a los de la Compañía Baker que se retiraba y le dijo no, yo no quiero quedarme aquí, porque esto no es mío" (E. O, Cochrane).

En este último texto, el narrador señala que su padre, que trabajaba en la Compañía Sociedad Explotadora Baker, junto con Lucas Bridges, abandona su cargo de peón para ir en búsqueda de un terreno propio. De este modo, la tierra -el lugar físico-, responde a las necesidades de abrigo y protección, pero también representa la posibili dad de generar autonomías productivas, lo que le sustrae de la condición obrera. Seguramente, a este imaginario de independencia, se sumaron ideas de progreso y esfuerzo propias de un modelo capitalista naciente en Chile a comienzos del siglo XX. En sintonía, emergen valores sobre los cuales estas personas construirán identidades pertinentes, para poblar paisajes que ellos describían como rudos y de difícil accesibilidad.

Es posible señalar que si bien las familias lograron poblarse, como ellos denominan, la falta de recursos económicos y la ausencia del Estado salvaguardando garantías sociales mínimas para estas familias, precarizó sus vidas por años. Se desenvolvieron en economías de autoconsumo con las que se abastecían escasamente, motivo por el que pasaban algunos períodos trabajando en estancias argentinas, con el fin de contrarrestar las carencias económicas que enfrentaban y, así, subsistir año a año. En este sentido, solo lograron parcialmente sustraer sus vidas del mundo obrero o peonaje de estancias siendo propietarios. No obstante, el imaginario de la propiedad se sitúa con predominancia en la condición obrera de los pobladores.

Figura 1 Estancia Lago Bertrand4. Baker, Aysén, década de 1930. Gentileza Marilyn Stone Munro. 

El paisaje, inscripciones de la memoria

Los relatos del primer viaje están marcados por el reconocimiento de una naturaleza ruda que pone en continua tensión la vida y la muerte de quien transita en ella. Sin duda, eso marcará la forma en que estos pobladores reconocen, narran y recuerdan un entorno que luego se transforma en paisaje.

Nos vinimos a caballo, al cruzar el Baker, allá en el cruce, en Cochrane, me acuerdo que mi mamá y mi hermana chica venían a caballo, entonces saltó un perro, el caballo saltó así y mi mama cayó al río, me acuerdo que mi papá desesperado con el caballo de él la alcanzó a pillar, porque era profundo y bravo, se salvó de milagro y la guagua igual, una guagua chiquitita que era mi hermana (I. G, Tortel).

El paisaje se construye progresivamente a partir de la inscripción del recuerdo en el espacio físico que se significa: "es a la vez, una realidad física y la representación que culturalmente nos hacemos de ella" (Nogué, 2016: 19). En este caso, nacen de una interacción continua con una geografía física que da lugar a emociones y significaciones por parte del sujeto. No obstante, este proceso requiere de una cierta continuidad, lo que favorece sentimientos de pertenencia que luego dan paso a la apropiación del lugar. Es así que, acerca del paisaje, se proyectan "sentimientos, imágenes, recuerdos, vivencias" (Marí, 2008: 152), que se articulan en la experiencia de habitar, como lo devela el texto de la pobladora de Tortel.

Nogué sostiene que la construcción de paisajes no solo contiene la experiencia, "sino también las aspiraciones de los seres humanos" (2016: 12). Creemos que los relatos de los habitantes de este Sur austral conservan los anhelos con los que arriban a ellas, atravesados por sentimientos de independencia y nuevos comienzos. Estos relatos se acoplan a una naturaleza que se presenta ante ellos inexplorada y, de este modo, se construye en el imaginario de los pobladores recién venidos la idea de escribir en ellos la propia historia.

Los entrevistados dicen haber llegado a lugares donde no se evidenciaban rastros de un pasado humano próximo en el tiempo. Así, se construye un imaginario que articula espacios físicos y expectativas que dan origen a nuevas historias-sin pasado. En la articulación de ambos, se fragua un paisaje de naturaleza arisca. Se narra un paisaje en el que se inscribe la propia huella. Es una geografía física de la que mana un paisaje y un habitante, y ambos nacen simultáneamente en el relato.

Se describen paisajes fríos, rudos, agrestes. Se narra el frío, la nieve, la escarcha, la ventisca. Esto fue lo que se fijó en la memoria. No se narra el calor del verano ni el intenso verde de la naturaleza. Se narra el blanco de la nieve, el frío del cuerpo y las pesadas vestimentas que buscaban contraponerse al frío paisaje. Mantas, pierneras de chivo por las que escurría el agua de las fuertes lluvias y tormentas. Camas mojadas a la intemperie, el fogón, la huella del caballo, el vado del río. Paisajes que al ser narrados transmiten la tensión permanente de la vida y la muerte. El miedo.

Son paisajes silenciosos del eco humano, solitarios, de espesos bosques impregnados de lluvia. Los sonidos del paisaje son: los fuertes vientos de la cordillera, el torrente de la lluvia, los torrentosos ríos, el rechinar del fuego del fogón y de las lonas5 azotadas por el viento.

Distinto de un paisaje silente, que busca conectar al sujeto con la naturaleza en el marco de una oferta turística, propio de las sociedades contemporáneas saturadas de contaminación acústica. El mismo silencio, para nuestros narradores, representa una naturaleza viva que debe ser decodificada, identificando sus señales para con-vmr con/en ella. Hay una identidad sonora en el paisaje, el que articula la trama acústica del ecosistema que sostiene o donde anida el paisaje. El silencio humano da paso a la articulación de sonidos de la flora, la fauna y la topografía del lugar. En algunos casos, "los paisajes preservan la memoria de sus sonidos" (Durán, 2016: 48) y también se construye en ellos.

Memorias ensambladas

Si el paisaje es una "experiencia", como sostiene Bru (2016), observamos que necesariamente se produce una relación con el cuerpo que lo habita y, por tanto, hay en él una construcción sensorial que luego es significada.

En este sentido, las personas que viven en entornos adversos deben desarrollar una agudeza sensorial excepcional para adaptarse exitosamente a él. Por ejemplo, "los esquimales [tienden a agudizar indicadores] acústicos, olfativos y táctiles. Les guían la dirección y el olor de los vientos, así como la sensación que les producen el hielo y la nieve bajo los pies" (Tuan, 2007: 110). Algo similar ocurre con nuestros narradores. Hay una descripción detallada de los lugares con los que conviven, pero también se advierte en estas narrativas códigos comunes que han sido socializados y que han ido dibujando un paisaje colectivo. En este sentido, un poblador de lago O'Higgins recuerda: "ese río [refiriéndose al río Mayer] lo vadeaban. Primero acarreaban todos los pilcheros al otro lado, de ahí vadeaban los caballos a remolque… todos sabíamos por dónde era el vado" (F. B, lago O'Higgins).

Lo pobladores van armando un paisaje común, identificando lugares que relevan a partir de la ocupación del espacio. Hay sitios frecuentes en los que se va organizando la vida colectiva. De este modo, los pasos o huellas que se van abriendo van siendo compartidas. El paso de la cordillera, el vado del río, el paso del cañadón, etc. Son los caminos que progresivamente van emergiendo a partir del poblamiento de la zona narrada.

Se van referenciando lugares, como espacios comunes significados que progresivamente van articulando el paisaje de este Sur austral del que hablan los narradores. Por ejemplo: "al principio tenían que venir marcando los árboles para volver otra vez, todo a caballo…después la gente sabía por dónde era el paso" (H.S, Villa O'Higgins). Se integra el lugar a la memoria colectiva, dando paso a la experiencia de habitar.

Pero el paisaje no solo se erige a partir de las materialidades físicas del entorno que se habita. También hay lugares signados a partir del poblamiento espontáneo que se va sucediendo en la época narrada. Es decir, en el proceso de construcción colectiva del paisaje también se suma al sujeto que lo habita y a partir de allí se nombra el lugar.

Así, emergen relatos como: "para llegar al Neff era a bote de unos pobladores del otro ladito del Baker, Los Cuevas, después estaban más bajo Los Cruces, después allá donde había una pasarela ahora había otro vadeo en bote igual, ese pertenecía a los Olivares..." (J.M, Cochrane). Se produce así un ensamble entre lugar y sujeto como espacio habitado.

El paisaje se construye, entonces, como una experiencia que integra los elementos que se van significando a partir de la experiencia de habitar. En este sentido, podríamos pensar el paisaje "como una 'manera de ver' y de 'interpretar' que reflejan una determinada forma de organizar y experimentar el orden visual de los objetos geográficos en el territorio" (Nogué, 2016: 12).

Hay una cultura territorial que nombra los lugares a partir de las familias que los habitan y estos se tornan puntos de referencia que organizan el territorio narrado. En este sentido, debemos recordar que nuestras interpretaciones acceden solo al código y no necesariamente al significado, ya que estos integran la trama emocional e imaginativa de quienes construyen el entramado simbólico propio de la cultura que se narra y "por definición, solo un 'nativo' hace interpretaciones de primer orden: [dado que] se trata de su cultura" (Geertz, 2003: 28). En este sentido y siguiendo al autor, los investigadores solo realizaríamos actos interpretativos de segundo y tercer orden.

Paisaje en movimiento

En todas las narrativas se advierte, de principio a fin, la tensión de una naturaleza viva con la que se interactúa: la montaña y sus tiempos; los caudalosos ríos y los vados; el lago O'Higgins y sus tiempos de navegación. Hay en estos relatos tiempos de espera a los que los pobladores debieron adaptarse. Descifraron códigos que les permitieron conocer los pasos de las montañas, de los ríos, del lago, y resguardar sus vidas. Esta interacción llevó tiempo de reconocimiento de la naturaleza por parte de los pobladores. Ello dio lugar a un territorio significado como un paisaje rudo, de difícil habitabilidad, con una representación acerca de la naturaleza como un otro con el cual interactuar continuamente, como un paisaje en movimiento. Las narrativas están pobladas de experiencias límites de vida y muerte relatadas por los narradores o sus cercanos.

Se observa en ellas un permanente temor a no leer las señales emanadas de las condiciones climáticas o físicas del lugar. Temor, en síntesis, a no reconocer los tiempos y los ritmos de la natu raleza. El resquemor a la muerte en la nieve, en el lago a raíz de malas condiciones de navegación o en los caudalosos ríos, es un elemento transversal en los relatos. Así, se crea un paisaje con el que se interactúa -como un otro- con el que se convive. De este modo, quienes habitan el territorio son aquellos quienes han logrado comprender y leer adecuadamente las señales de la naturaleza que configuran el paisaje, lo que, sin duda, da paso a la construcción de identidades en y del territorio. Emerge así la figura del "baqueano" como aquel sujeto que habita el lugar y que es experto en el desplazamiento y cohabitación con el paisaje. En simultáneo, emerge también el otro, que avanza por el territorio sin las coordenadas construidas por el colectivo.

En síntesis, la tensión vida-muerte de los relatos organiza la interacción con el paisaje. Por un lado, la naturaleza en movimiento que nace de la geografía del lugar y las condiciones climáticas del mismo imponen un ritmo al habitante. Un tiempo al espacio. Estos pobladores describen haber lidiado no solo con densas montañas y caudalosos ríos, sino también con la continua transformación de estos al ritmo de las condiciones climáticas. Estas fueron las claves o señales a decodificar y que ellos debieron comprender para habitar el lugar. De este modo, se construye un imaginario del paisaje como un espacio otro, con el que se interactúa. Este elemento posiciona al habitante en una relación imbricada con el entorno. No es un espacio en el que se ejerce dominio. Hay una convivencia basada en el respeto y aceptación del paisaje en continuo movimiento y transformación. En las narrativas no se avizoran ánimos de extractivismo o de trasformaciones profundas del entorno por medio del sometimiento de la naturaleza. Se observa, más bien, una convivencia que apela al respeto por los tiempos que esta impone.

En esta relación binaria vida-muerte, donde la muerte se asocia al temor a no leer los códigos de la naturaleza, la vida emerge del paisaje represen tado como morada, entendido como aquel espacio donde el ser humano "recoge su historia y su cul tura" (Venturi, 2008). Los narradores depositan en este paisaje también las expectativas de una nueva vida, como ellos le llaman. Se inscriben sobre el paisaje las expectativas de un nuevo comienzo para las familias llegadas al lugar. Este representa el cúmulo de proyectos que estas familias depositan sobre este territorio.

Emerge así un paisaje construido a partir de las emociones, sentimientos, expectativas y significados articulados a partir del encuentro con un lugar. En este sentido, es necesario recordar que "vivimos emocionalmente los paisajes porque estos no son solo materialidades tangibles, sino también construcciones sociales y culturales impregnadas de un denso contenido intangible, a menudo solamente accesible a través del universo de las emociones" (Nogué, 2010: 142).

El movimiento como forma de habitar

El movimiento se articula como el eje en el que se teje el paisaje. Las narrativas indican que sus habitantes organizan sus prácticas cotidianas en el movimiento. En ellas se devela una intensa relación de tiempo y espacio, descrita esencialmente como tránsitos. Los relatos están densamente poblados de historias que hablan de continuos movimientos de los sujetos entre un lugar a otro, marcados no solo por el desplazamiento y las difíciles condiciones en que estos ocurrían, sino también por los largos tiempos en que transcurrían. Sobre esta práctica se arma la trama que organiza la forma de habitar el Sur austral de la región de Aysén.

Este tránsito y deambular se instituye a partir de la forma en que se estructura la economía del lugar. Los narradores describen que la actividad que organiza la vida de este territorio es el arreo de animales. Esta actividad económica organizó principalmente la vida del lugar a comienzos del siglo XX, y estaba marcada por la estacionalidad. El clima permitía que esta se desarrollara entre octubre y abril del año siguiente. Las intensas nevazones en el lugar, asociadas a períodos de acentuados hielos, mantenían estos territorios en un encapsulamiento en tiempos de invierno que duraban cuatro a cinco meses aproximadamente, período en el que los narradores señalan la imposibilidad de desplazarse y la necesidad de mantenerse resguardados en sus hogares y aperados de provisiones.

Estos dos grandes momentos de la vida del lugar -el invierno y la época de arreos- organizaban también la vida familiar, porque observamos que el año se ordenaba en torno a la provisión del invier no. Así, los pobladores sacaban sus producciones -animales y lana- a la venta entre octubre y abril del año siguiente. En esta época también debían de abastecer con alimentos a sus familias, para ello hacían largos tránsitos hacia Argentina, donde relatan haber cruzado durante días la cordillera con pilcheros6, ya que no tenían acceso a provisiones en el lado chileno.

Este "tránsito" como forma de vida organiza no solo la vida del andante, sino de toda la familia y la comunidad. La vida económica, familiar y social de la comunidad se organiza en esta trama del movimiento. Probablemente, ello sea posible debido a que hablamos de pequeños poblados7 con una principal forma de desarrollo productivo, al que se asoció la organización social de las comunidades.

Figura 2 Arriero del Baker. Gentileza Eberardo Ojeda 

En este sentido, escudriñando en los relatos recogidos acerca de la vida a principios del siglo XX en estas localidades, dan cuenta de varios personajes con los que se organiza la vida social del territorio. Se habla del tropero o el arriero, el comprador de animales, el botero y el mercachifle, este último descrito en las narrativas como un vendedor via jero. Este personaje recorría los campos desde septiembre en adelante, vendiendo provisiones, ropas o herramientas que necesitaban las familias, a la vez que también era el encargado de relatar los acontecimientos que acaecían en otros -lugares-, es decir, igualmente era un "contador de noticias".

El mercachifle, el arriero, el comprador de animales, el botero, son los personajes del paisaje social que se describe en las narrativas. Todos ellos personajes en tránsito o andantes de la Patagonia occidental. Por cierto, también se describe a quienes permanecen en el lugar, pero siempre narrados a partir de la espera, de la llegada o de los ritmos del andante. Los tiempos y las prácticas se narran fundamentalmente en torno al que transita. En este sentido, se podría decir que este paisaje se configura a partir de una espacialidad que conjuga ciertas trayectorias que confluyen en un espacio común, el paisaje habitado.

La frontera bisagra

Cuando nos interrogamos acerca de las impli cancias que tuvo este continuo tránsito y movimiento en la configuración de este territorio como espacio habitado, los narradores enfatizan la condición de frontera como un eje central en la identidad del territorio y, por tanto, de sí mismos, siendo el -tránsito- un aspecto nodal de esta condición fronteriza. Sin embargo, se trata de una frontera representada en una suerte de "espacio bisagra" (Carrasco, 2018), por cuanto hay en este imaginario la idea de un espacio integrado en el que se habita, que rebasa los límites políticos administrativos del territorio, que se impone desde los Estados.

Los narradores hablan de un espacio de conti nuidad, al que ellos se sienten integrados no solo por la experiencia de habitarlo en una horizontalidad dada por el continuo tránsito de sus habitantes de Este-Oeste y viceversa de tipo ancestral (Carrasco, 2017: 209), sino por una memoria que recupera una pertenencia a un todo. En este sentido, las narrati vas nos llevan a comprender el espacio "no como una suma de territorios, sino una complejidad de relaciones" (Massey, 2004: 79), en este caso, propio de un espacio de frontera.

La representación en la que se dibuja el espacio al interior de las narrativas corresponde al de un -paisaje bisagra-, como una síntesis de la forma de habitarlo. El desplazamiento por un territorio que se recorre fundamentalmente en horizontal construye el mapa de las narrativas. Los desplazamientos hacia y desde Argentina para la compra de alimentos8 o para trabajar formaban parte de la cotidianidad.

No obstante, el concepto de bisagra nos remite también a un repliegue y a un cierre en determinados momentos. En este sentido, las narrativas marcan la experiencia del habitar cotidiano en contraposición con los límites que nacen fuera del territorio de la cotidianidad, que bien podríamos aventurarnos en llamar -el espacio otro de lo no cotidiano-. En ellos ocurren sucesos que van más allá de las fronteras del territorio, como podrían ser las disposiciones legales y político-administrativas que devienen de los Estados a los cuales esos territorios pertenecen y que, en este caso, leen el territorio como un espacio fragmentado. La división política administrativa se materializa por medio del trazo de una frontera física o no, que se implanta sobre los territorios. En este sentido, la ruptura, el cierre o repliegue de la bisagra nace a partir de las condiciones externas que a veces se materializan en el territorio y que ocurren más allá de sus propios límites, como es el caso de las decisiones que cada Estado adopta respecto de sus territorios. O, incluso, que a veces también aluden a fenómenos que ocurren al interior del territorio, pero que son zanjadas político-administrativamente fuera del territorio y que se imponen sobre lo co tidiano, materializando la fractura y el repliegue de la bisagra.

En este sentido, un entrevistado recuerda:

nosotros ocupábamos toda la laguna [re firiéndose a la Laguna del Desierto], mi padre había conseguido un permiso con el comisario de Tres Lagos en Argentina, así que le dio permiso que ocupe toda la laguna... después de los sucesos de la Laguna, no me quise quedar, perdí todo (H.S, Villa O'Higgins).

El relato alude al episodio ocurrido en la Laguna de Desierto en 1965, ocasión en que se produjo un enfrentamiento de fuerzas policiales de ambos países y la muerte de un carabinero chileno en la zona de disputa limítrofe9. En ese momento, la Laguna del Desierto era un territorio que integraba la continuidad de la frontera de la que hablan los narradores. En ese espacio vivían familias chilenas y argentinas desde comienzos del siglo XX. Sin embargo, era una zona limítrofe. A raíz de los sucesos de 1965, se fractura. Se fragmenta el territorio y la familia del narrador que ocupaba el lugar debe replegarse al territorio chileno. Sin embargo, el relato del entrevistado recuerda y enfatiza una convivencia armónica con el poblador argentino. Incluso, luego de haber abandonado la tierra que había ocupado junto con su familia gran parte de su vida. Él dice: "los jefes me decían, ché, [aludiendo a la policía argentina] sacá tus documentos y te nacionalizas acá, y te quedas acá" (H.S, Villa O'Higgins).

En este relato se sintetiza la frontera vivida como espacio de continuidad, que cada cierto tiempo se fractura a consecuencia de interferencias foráneas acerca de la cotidianidad del territorio.

Conclusiones

Los paisajes sociales narrados por los antiguos pobladores del Baker dan cuenta de una trama social que se organiza a partir de la urdiembre de recuerdos en los que se configura el relato. Ellos emergen a partir de la reconstrucción de la memoria de los narradores, quienes articulan relatos heredados de sus padres o aquellos pobladores llegados al Baker a comienzos del siglo XX, e inscriben en ellos sus propios recuerdos. Los paisajes que explora y narra este texto son construcciones sociales que surgen como una experiencia donde se ensambla el sujeto y el territorio, y a partir de cuyo encuentro nace un modo de habitar.

Los sujetos exploran sus recuerdos del lugar a partir de los sentidos. La apropiación del espacio ha sido mediatizada por una percepción sonora, visual, táctil y gustativa. El sujeto recuerda el territorio a partir de las inscripciones que esta dejó en su memoria del encuentro del cuerpo y el lugar. Son los sentidos los que conducen los recuerdos. De este modo, emerge el paisaje del Baker como una experiencia.

El paisaje en movimiento marca la vida cotidiana de quienes habitan este Sur austral. El tránsito horizontal es el elemento nodal del relato en el que se dibuja un paisaje fronterizo que cada cierto tiempo se repliega sobre sí mismo como una "bisagra". En el relato se inscriben los recuerdos, sentimientos y percepciones asociadas a cada materialidad geográfica. Paso a paso, esos lugares fueron siendo significados por los habitantes, en un relato colectivo, desde el cual emerge un paisaje narrado.

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1 Lo que hoy constituye la provincia Capitán Prat, por años fue conocido simplemente por el Baker, en razón del nombre del río de idéntica denominación. El geógrafo chileno Luis Risopatrón afirma que el nombre fue impuesto por los marinos de la campaña hidrográfica de 1835, en honor al almirante sir Thomas Baker, entonces jefe de la escuadra inglesa en el Pacífico Sur (Araya, 1998: 97).

2Todo el territorio de la actual provincia Capitán Prat for maba parte de la Subdelegación de Chile Chico y es solo a partir de 1970 que se crea el departamento del Baker. En 1974 se crea la provincia Capitán Prat y las comunas de Cochrane, Tortel y Lago O’Higgins (Ivanoff, 2011: 227).

3Las leyes de tierras hacia 1900 no daban oportunidades de ocupación en la zona central sino a colonos europeos que se radicaran en Chile, dejando al margen a los propios nacionales. Estos no tuvieron más alternativa que emigrar a Argentina en busca de trabajo. Posteriormente la Ley 380 acordó conceder a los chilenos colonos en Argentina que regresan al país 80 ha. Por sí y 40 más por cada hijo varón mayor de 16 años en las provincias de Malleco, Cautín y Valdivia. Estas y otras leyes de la época eran confusas y las posibilidades de otorgamiento eran por tierras exiguas, que no interesaban mayormente a los migrantes. Fue entonces cuando regresaron, haciéndolo a Aysén, donde no eran objeto de tantas exigencias. Simplemente ocupa ron. Luego fueron favorecidos por el DL Nº 601 “para regularizar definitivamente el problema de la propiedad austral”. Posteriormente vino la Ley 4310 de 1928 con efectos desde la provincia del Biobío o al sur, incluyendo Magallanes. Enseguida la Ley 4855 sobre concesión de terrenos de Aysén (1930) para radicar nuevos colonos y repatriados de Argentina (Araya, 1998: 18).

4En un paraje conocido desde temprana época propiamente como “La Colonia”, se focalizó la presencia colonizadora: sobre la margen derecha del Baker los pobladores libres y en la margen izquierda del mismo y en el Valle del Río Cochrane, la Soc. Ganadera Hobbs y Cia., que centralizó sus operaciones en esa parte instalando el casco de la gran estancia, a la que al menos por un tiempo se le conoció con el nombre de “Cochrane” o Baker. Posteriormente como se sabe, el casco se trasladó en 1932 por razones de convivencia práctica y mejor comunicación con el exterior, a la cabecera oriental del valle Chacabuco, adoptando la denominación de estancia “La entrada” y más tarde mutó a “Lago Bertrand” (Martinic, 2005: 469).

5Lonas usadas de techos para guarecerse, mientras se realizaba el trabajo de los arreos. “Con las puras lonas, buscábamos una hebra de alambre y con las mismas hacíamos un techo para la noche no más …todo campamento a pampa no más” (H.S, poblador de Villa O’Higgins).

6El pilchero, caballo que transporta la carga sobre su lomo es ensillado con aperos diferentes a los que se emplean en otras cabalgaduras. Lo más característico es que no lleva riendas, solo bozal y cabresto, es decir, el caballo que lleva la carga es tirado para que siga. Aunque hay pilcheros que siguen al viajero y a otros caballos sin necesidad de tirarlos (Galindo 2004: 140).

7El informe del ingeniero Oportus y su comitiva permitió conocer que en toda la vasta región del Baker en marzo de 1928 vivían 317 personas, entre estas se incluían a los trabajadores de la sociedad concesionaria. En un desglo se muy meticuloso, el ingeniero Oportus informa que 31 ocupantes están dentro de los límites de la sociedad concesionaria, esto es, dentro de los campos por los que Hobbs y Cia. pagaban arriendo, y 24 ocupantes se habían instalado en terrenos libres o fiscales. Este es en definitiva el primer acto del Estado chileno en la zona (Ivanoff 2011: 227).

8La dependencia de Argentina era total. Hacia allá se dirigían a vender los escasos productos que cosechaban y también se dirigían a buscar empleos esporádicos de temporada, que les permitirá surtir de víveres sus casas para los meses de inverno. En general el trato con los estancieros argentinos era de armoniosa convivencia, por una parte, los estancieros necesitaban trabajadores para las distintas faenas de sus estancias y, por otra, los pobladores chilenos necesitaban una fuente laboral que les permitiera obtener ingresos económicos (Ivanoff, 2008: 39-40).

9El conflicto que en mayor forma afectó a pobladores chi lenos fue el de Laguna del Desierto durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva. Pese a los anuncios por parte de Carabineros y de la Embajada de Chile en Buenos Aires de que se iba a producir un golpe de fuerza en la frontera en contra de nuestro país el gobierno de la época se ciñó estrictamente a los acuerdos de palabra e instrucciones diplomáticas del momento y ante una toma forzada del territorio que le costó trágicamente la vida la oficial Hernán Merino Correa en 1965, el gobierno ordenó el retiro del área de carabineros y por ende de los colonos chilenos del sector que habían entrado pacíficamente a abrirse campo en 1927 en un terreno que había sido sancionado a favor de Chile en el Laudo de 1902 y en la Demarcación realizada por el capitán británico H.L Crosthwait a petición de las partes en 1903 (Horvath, 1998: 23).

Received: July 10, 2020; Accepted: February 09, 2021

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