1. Introducción
Tanto en esferas de conversación formales como informales se suele afirmar que el estallido social chileno de octubre de 2019 fue un fenómeno inesperado y sorprendente. Tal parece haber sido la situación para el mundo político, en el cual algunos importantes personeros afirmaban solo semanas antes del origen de las movilizaciones que el país tenía una democracia estable y que era un oasis de tranquilidad (Somma et al., 2020). Una sorpresa similar ante las movilizaciones y su intensidad pareciera haber sido experimentada dentro del mundo académico de las ciencias sociales (Martuccelli, 2019).
No obstante, y pese a esta aparente sorpresa, previo al estallido ya se disponía de evidencia que indicaba la existencia de una situación potencialmente desestabilizadora del panorama político y social. En Chile, durante los últimos diez años habían aumentado las protestas en su frecuencia, diversidad e intensidad (Delamaza et al., 2017; Medel y Somma, 2016); el crecimiento del país se había ralentizado progresivamente (World Bank, 2020); los escándalos de corrupción habían disminuido sustancialmente la legitimidad de las élites políticas, económicas y de las fuerzas de control social (Saldaña y Pineda, 2019); el endeudamiento de las familias había aumentado hasta llegar a niveles límite (Stecher y Sisto, 2019); las encuestas mostraban un creciente descontento por la desigualdad y la progresiva adscripción a valores contrarios a la concentración de la riqueza y al predominio del mercado en la asignación de recursos (Inglehart et al., 2020); y, desde décadas antes, la participación política institucional venía experimentando una disminución progresiva, que le iba restando legitimidad como espacio de canalización de los conflictos sociales (Bargsted et al., 2019). Ante estos antecedentes y con posterioridad al estallido, algunos analistas (e.g., Araujo, 2019) han afirmado que previo a la revuelta existía una situación crecientemente compleja, mientras que otros (e.g., Stecher y Sisto, 2019; Zúñiga et al., en prensa) han intentado explicar las raíces estructurales, sociales y económicas del fenómeno. Pese a estas explicaciones ex post, es claro que la intensidad, las características específicas, y el momento en que ocurrió el estallido fueron una sorpresa para el mundo político y académico.
A diferencia de otros movimientos sociales surgidos en el contexto chileno, el estallido social de octubre de 2019 tuvo características que lo asemejan a una explosión espontánea. El movimiento no fue conducido desde grandes organizaciones hegemónicas centrales, ni por líderes políticos distinguibles (Bellolio, 2020), sino que contó con la participación de numerosas y pequeñas organizaciones y de muchas personas no adscritas (González y Le Foulon Moran, 2020). El movimiento surgió de manera repentina y se expandió espacial y funcionalmente en pocos días, logrando un amplio apoyo de la población (CEP Chile, 2020). Este apoyo facilitó que el alcance e intensidad de las movilizaciones aumentara rápidamente (Martuccelli, 2019), y que el movimiento se transformara en perdurable y resiliente, particularmente ante una fuerte represión policial (ver: Instituto Nacional de Derechos Humanos, 2019). Sin embargo, el carácter explosivo de esta ola de protestas no es exclusivo del caso específico que estamos comentando. Otros movimientos, como el 15M en España o la primavera árabe, también fueron sorpresivos para la mayor parte de los observadores (Castells, 2012). Esto lleva a pensar que la naturaleza explosiva de estos eventos puede deberse a procesos que van más allá del caso específico de estudio, y por lo tanto, comprender el estallido social chileno podría contribuir a comprender los mecanismos generales a través de los cuales surgen los estallidos de protestas.
La abundante investigación sobre protestas sociales ha demostrado que estas no ocurren de forma aislada, sino que se agrupan en olas o ciclos que tienen una fase ascendente, una meseta y una fase descendente (Koopmans, 2004). La evidencia sobre la expansión temporal y espacial de las protestas a partir de su foco inicial (e.g., Myers, 2010; Reising, 1999) ha llevado a usar metáforas epidemiológicas para describir su expansión, señalando que las protestas se contagian siguiendo los caminos que trazan, principalmente, los medios de comunicación y la similitud de condiciones sociales entre los distintos lugares a los que las protestas se difunden (Andrews y Biggs, 2006; Braun y Koopmans, 2010). Pese a estos avances, la investigación en protestas ha prestado menos atención a los mecanismos que podrían estar a la base de los fenómenos de difusión. En esta investigación proponemos que los mecanismos que explican la naturaleza explosiva de los estallidos de protesta se basan en algunos elementos relativamente olvidados por las ciencias sociales (especialmente por la sociología) y por la literatura de protestas, como son las emociones y las redes de contactos interpersonales que se influyen mutuamente en contextos de rituales colectivos. Pondremos a prueba este modelo teórico en una investigación cuantitativa realizada el año 2018 con jóvenes estudiantes universitarios chilenos.
1.1 Emociones y redes interpersonales
Pese a la importancia de las emociones en las experiencias subjetivas cotidianas de las personas, las vivencias emocionales estuvieron relativamente olvidadas por las ciencias sociales y la sociología hasta hace poco tiempo atrás. Los principales autores clásicos y modernos de la sociología mencionan directa o indirectamente las experiencias emocionales de las personas, aunque ellas ocupan un rol muy marginal en sus análisis. Por ejemplo, el interés de Weber (1923/1979) por los motivos de la acción social le condujo a reflexionar sobre las emociones, pero en lugar de integrarlas en su modelo de la acción social, las clasificó en una categoría que denominó acción emocional, con lo que las separó de su modelo más elaborado de acción racional, desplazándolas de forma tácita al campo de lo irracional. No fue sino hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX -cuando surgen los trabajos pioneros de Hochschild (1975) y Kemper (1978)- que las emociones comenzaron a cobrar mayor importancia en el estudio del comportamiento social, aunque su introducción en los distintos campos de estudio ha sido lenta y paulatina.
En la investigación sobre protestas sociales, las emociones también estuvieron relativamente olvidadas hasta inicios de este siglo. En un primer momento, la participación en protestas fue considerada indicador de irracionalidad, de un trastorno afectivo individual o un síntoma de aislamiento social (ver e.g., Allport, 1924; Le Bon, 1895/1947). Como reacción a lo anterior, en la segunda mitad del siglo XX se comenzó a enfatizar el carácter políticamente estratégico y racional de la participación en protestas (Gamson, 1975; Klandermans, 1984), con lo que se tendió a excluir a las emociones de los modelos explicativos. Sin embargo, a partir del año 2000 diversas investigaciones -especialmente cualitativas, con importante presencia latinoamericana (ver: Asún, et al., en prensa; Poma y Gravante, 2017)- comenzaron a destacar la importancia de experimentar múltiples emociones displacenteras o negativas (e.g., rabia, miedo, indignación) y placenteras o positivas (e.g., esperanza, orgullo, alegría) (Reisenzein, 1994) para explicar la aparición y sostenimiento en el tiempo de los ciclos de protestas, las revoluciones y los movimientos sociales (Bosco, 2006; Poma y Gravante, 2018; Reed, 2004). De este modo, la investigación cualitativa se adelantó a la investigación cuantitativa al analizar las consecuencias que la diversidad de la experiencia emocional podría tener para la participación. Contrariamente, la investigación cuantitativa habitualmente aún trabaja con modelos en los cuales se incorporan emociones aisladas o solo parejas de emociones (e.g., Stekelenburg et al., 2011; Van Zomeren et al., 2008), en lugar de intentar abordar la multiplicidad de emociones, placenteras y displacenteras, que podrían experimentarse de manera simultánea durante una manifestación o un ciclo de protestas.
Si bien en la actualidad los estudios cuantitativos sobre el efecto de las emociones sobre las protestas están aumentando en cantidad, aún no se ha descrito con claridad la forma en que las emociones podrían potenciar la emergencia de ciclos de protesta o estallidos de protesta repentinos. Desde la literatura se ha propuesto que las emociones podrían tener un efecto multiplicador sobre la participación (Stekelenburg et al., 2011), aunque este efecto no ha sido demostrado empíricamente. No obstante, es sabido que las emociones se aprenden, se imitan, se comparten y contagian entre las personas (Hatfield et al., 1992) a través de redes interpersonales incluso aunque las personas no sean conscientes de ello (Kramer et al., 2014). Desafortunadamente, el mecanismo concreto por medio del cual ocurre ese contagio en contextos de protestas no ha sido descrito o modelado.
De forma similar a lo que ocurre con las emociones, y a pesar de que se sabe que la participación en protestas es un fenómeno colectivo y que tener redes interpersonales fuertes con personas que participan aumenta significativamente la probabilidad de participar (Somma, 2009), el efecto que podrían tener estas redes sobre la participación en protestas ha sido estudiado de forma limitada. Por ejemplo, en la sociología, las relaciones interpersonales se tienden a integrar en la investigación sobre protestas a través de la inclusión en los análisis de grupos abstractos (e.g., clases o estratos sociales), organizaciones formales (e.g., militancia o participación en grupos funcionales o políticos) o considerando el número y tipo de personas que te invitan a participar (e.g., Lim, 2008; Sherkat y Blocker, 1994; Schussman y Soule, 2005). Desde la psicología social, las redes se suelen incorporar analizando los endogrupos a los que pertenece la persona. Ejemplo de ello son los modelos que incluyen a la identidad social de los sujetos (Stekelenburg et al., 2011) como una de las principales variables explicativas de la participación en protestas. Pese a que estos trabajos han significado avances sustantivos en el campo, ambas aproximaciones a la idea de incorporar las redes interpersonales en el análisis tienen algunos problemas. Ellas son formas muy abstractas de incluir la noción de influencia interpersonal y, por lo mismo, no logran capturar la importancia de las relaciones cotidianas entre las personas, ni la capacidad que tienen estas relaciones para amplificar los efectos de otras variables (e.g., la capacidad de las redes como amplificadores del efecto que tienen las emociones sobre la participación). Adicionalmente, y salvo en el caso de Drury y Reicher (2005), la mayor parte de los estudios asumen de forma tácita que tanto la pertenencia grupal como la identidad social son fenómenos relativamente estables, no susceptibles a cambiar producto de la participación u otras variables.
Estos antecedentes indican que la corriente principal de investigación en protestas no ha logrado capturar ni explotar todo el potencial explicativo que tendrían las emociones y las redes interpersonales sobre la participación en protestas. Así, es necesario desarrollar mayores investigaciones que den cuenta de cómo las emociones y las redes interpersonales se retroalimentan mutuamente, amplificando e intensificando la participación en los ciclos de protesta, potenciando el carácter explosivo (y sorpresivo para los observadores) de sus fases iniciales.
1.2 Las protestas como rituales colectivos
Existen varias formas de entender las protestas sociales. Algunos (Teorell et al., 2007) las caracterizan como una de las dos vías (i.e., institucional y no institucional) que tiene la población para incidir en política. Desde esta perspectiva, las protestas sociales o el camino no institucional son la vía elegida por las personas cuando perciben que los caminos institucionales (e.g., militancia en partidos, votación en elecciones) no son efectivos o eficientes para lograr que sus intereses y preocupaciones sean considerados por los gobernantes. Para otros (e.g., Simon y Klandermans, 2001), las protestas son la escenificación de mensajes políticos mediante los cuales un grupo social trata de presentar y difundir sus posiciones y demandas hacia sus adversarios, al poder político y a terceros actores (usualmente la población que no participa en las protestas), esperando incidir en las políticas de los dos primeros y convocar el apoyo de los últimos.
En esta investigación proponemos entender las protestas como una forma de ritual colectivo (Collins, 2008), es decir, como un conjunto de conductas de alto contenido simbólico que habitualmente se realizan repitiendo pautas ya ensayadas. La función de estos rituales colectivos es afectar a actores externos (e.g., el poder político), pero al mismo tiempo, facilitar la construcción o reconstrucción de una identidad colectiva, un nosotros, entre quienes participan de la actividad, reforzando sus vínculos internos. Esta forma de comprender las protestas no niega las anteriores, sino que permite comprender algunas de las características y propiedades de las protestas estudiadas en el contexto de sus ciclos.
La literatura ha demostrado que las protestas a veces pueden repetirse en forma regular en el tiempo, transformándose en parte de la cultura de los actores que participan en ellas (Ortiz, 2018) y que un ciclo exitoso de protestas (e.g., un ciclo de protestas muy masivas o con gran capacidad de incidir políticamente) se inicia habitualmente con una innovación táctica, es decir, una forma novedosa de manifestación. Muchas de las protestas que siguen a la inicial tienden a repicar la táctica original, incluso en protestas desarrolladas en lugares y tiempos alejados de la primera (Soule, 1997; Wang y Soule, 2016). Un ejemplo de esto sería la performance «Un violador en tu camino», originada por el colectivo Lastesis en Chile como forma de manifestación en contra de la violencia de género, que fue replicada masivamente en distintas ciudades del mundo (e.g., París, Madrid, Berlín, Tokio, Jerusalén, entre otras) en un corto período de tiempo. Hipotetizamos que la reiteración de las tácticas de protesta se explica, al menos en parte, por el carácter ritual de la protesta, ya que en la reiteración de las conductas se renueva la pertenencia grupal y se refuerza la conexión simbólica entre los participantes de distintos tiempos y lugares. La repetición de las tácticas de protesta explica la recurrencia espacial y temporal de las protestas desarrolladas en un ciclo, las cuales tienden a organizarse en los mismos lugares (e.g., Plaza Italia, renombrada Plaza Dignidad durante las manifestaciones), y a intervalos de tiempo relativamente regulares (e.g., todos los viernes por la tarde).
Entender las protestas como ritos colectivos facilita también comprender el rol que cumplen las emociones y las redes interpersonales en las protestas. Como es sabido, un elemento central de los rituales es el compartir emocional (Durkheim, 1912/1992; Páez et al., 2013), es decir, la sintonización, sincronización y amplificación de ciertas emociones a partir de la participación en las conductas colectivas que son repetidas en el acto ritual. Así, las protestas pueden ser entendidas como un espacio social ritual en el cual las personas con las cuales se interactúa sintonizan y sincronizan las emociones que experimentan de forma colectiva. Esto permite generar una identidad grupal que a su vez potencia los lazos interpersonales y predice la participación en nuevos eventos de protesta e impulsa el reclutamiento de nuevos adherentes con quienes compartir rituales futuros, generando de este modo un efecto amplificador de las protestas que podría explicar su carácter explosivo.
Algunos autores (Opp y Kittel, 2009) han reportado esta capacidad de retroalimentación de la conducta de protesta, mientras otros (Drury y Riecher, 2005) han centrado sus investigaciones en la construcción de identidades colectivas a partir de la propia participación, aunque las explicaciones que se han dado a este fenómeno de construcción identitaria se han basado en la presencia de represión durante la manifestación. Nuestra propuesta es que, si bien el impacto de la protesta sobre quienes la experimentan puede ser amplificado por sufrir represión considerada injusta, es el componente ritual el que refuerza y amplifica un fenómeno de sintonización emocional e identitaria que está en la naturaleza de las protestas sociales. Así, concebir las protestas como ritos colectivos permite entender por qué el éxito de una protesta o un ciclo de protestas para los participantes no se define necesariamente por haber logrado o tener probabilidades de lograr modificar el escenario político en la dirección deseada, sino principalmente por haber logrado convocar a otros o demostrar la existencia de un colectivo (Hornsey et al., 2006; Drury y Reicher, 2005).
Proponemos que el carácter explosivo de las fases ascendentes de los ciclos de protestas -es decir, su fase de estallido social- se explicaría por la intensidad y sincronía de las emociones compartidas, generadas por contextos de intensa interacción ritual colectiva como son las protestas. Las emociones colectivas experimentadas por los participantes no solo les afectan a ellos, sino que generan efectos expansivos a los no asistentes por la vía de los esfuerzos de reclutamiento que realizan los participantes, a través de sus redes interpersonales y por la trasmisión emocional que se produce hacia los espectadores presenciales o virtuales del fenómeno de protesta. Todo esto aumenta el impacto de las protestas iniciales, estimula la organización de nuevas protestas que aumentan aún más el alcance de las primeras y consolidan una nueva identidad (i.e., un nosotros), a través de la participación ampliada y reiterada en nuevos rituales.
En este proceso ritual de sincronización y trasmisión emocional que refuerza la identidad y la participación, cobran particular importancia las relaciones sociales o redes interpersonales fuertes, que potencian el reclutamiento inicial (Somma, 2009). No obstante, en un primer momento, resultan relevantes también las emociones displacenteras, en tanto expresión de insatisfacciones que motivan a la acción y, en un segundo momento, las emociones placenteras, que refuerzan la participación y la cohesión del endogrupo movilizado (e.g., el orgullo por participar de un acto considerado trascedente y por el grupo del que se forma parte; Jasper, 2018) o brindan verosimilitud al logro de los objetivos de la manifestación (e.g., sentir esperanza en el futuro; Reed, 2004; Wlodarczyk, 2017). Todo este proceso puede ser acelerado si los espectadores pasivos (i.e., quienes no participan en las protestas) legitiman el objetivo y las tácticas de protesta del movimiento, y si el adversario del movimiento actúa de forma represiva sobre quienes protestan y esta acción represiva es considerada injusta y desproporcionada, tanto por los participantes, como por los espectadores pasivos.
Poner a prueba un modelo como el que hemos descrito hasta ahora sobrepasa los límites que imponen a esta investigación los datos de los cuales disponemos. Sin embargo, en este trabajo sometimos a prueba algunos de sus aspectos más fundamentales. En primer lugar, evaluamos si efectivamente las emociones displacenteras (versus las placenteras) son relevantes antes de la ocurrencia de las protestas. En segundo lugar, si la vivencia de esas emociones logra predecir la participación en las protestas y el desarrollar esfuerzos de reclutamiento hacia otras personas. En tercer lugar, analizamos si las emociones placenteras se asocian al haber acudido con otros a la manifestación y, en cuarto lugar, si se relacionan con evaluar positivamente el éxito de la manifestación, lo que posiblemente motiva a repetir la experiencia y reclutar a más personas cercanas para futuras protestas.
1.3 La generación juvenil y el movimiento estudiantil chileno
El modelo que hemos descrito fue puesto a prueba empleando datos producidos a partir de la aplicación de una serie de encuestas a jóvenes estudiantes universitarios chilenos un año antes del estallido social, en el contexto de las movilizaciones que habitualmente convoca el movimiento estudiantil universitario. Pese a la distancia temporal y de intensidad que existe entre estas protestas y las del estallido social, creemos que sus resultados son útiles para estudiar los procesos que también deben haber ocurrido durante octubre de 2019. Esto debido a que la evidencia disponible (NUDESOC, 2020) releva que parte sustantiva de quienes participaron en las movilizaciones de 2019 fueron jóvenes estudiantes; y a que es posible entender el estallido social como parte de la construcción generacional que ha protagonizado la juventud chilena en los últimos años, proceso que ha ocurrido muy ligado a la evolución del movimiento estudiantil secundario y universitario.
Desde la sociología de las generaciones (Mannhein, 1993), se ha señalado que la juventud chilena actual es una generación con características distintivas de las anteriores (Sandoval y Carvallo, 2019). Entre sus características, destacan por poner acento en la falta de transformaciones sociales del país en los últimos treinta años y las consecuencias negativas que esto ha tenido para gran parte de la población, percibiéndose a sí mismos como una generación capaz de producir los cambios esperados. Pese a la evidente pluralidad objetiva y subjetiva en las formas posibles de vivir la juventud (Duarte, 2000), parte importante la juventud actual ha construido una identidad social y de ciudadanía que desconfía de los canales institucionales de participación (Arias-Cardona y Alvarado, 2015), pero que, al mismo tiempo, enfatiza la necesidad de desarrollar una acción política transformadora protagonizada por ellos mismos (Sandoval y Carvallo, 2019). La evidencia revela que esta construcción generacional se ha producido principalmente a través de una socialización horizontal entre pares (Bargsted et al., 2020) que tienden a privilegiar interacciones regulares cara a cara (al menos en períodos previos a la pandemia Covid-19), en espacios territoriales cotidianos, y por motivos que no siempre son políticos sino también culturales o sociales (Chávez y Poblete, 2006). La vivencia estudiantil secundaria y universitaria ha jugado un importante rol en esta construcción generacional (Canales et al., 2020), brindando un espacio de protección, legitimidad e interacción que ha potenciado los procesos de aprendizaje y reflexión colectiva sobre modos alternativos de acción política (Sandoval y Carvallo, 2019), y sobre los hitos de movilización que ha impulsado esta nueva construcción generacional juvenil politizada (Bellei y Cabalín, 2013).
Todo esto permite a pensar que existe continuidad entre la generación de jóvenes que protagonizó los hitos recientes del movimiento estudiantil y quienes fueron parte del ciclo de protestas iniciado el año 2019. A su vez, es posible suponer que los procesos que propone nuestro modelo teórico, como explicación del carácter explosivo de dicho ciclo de movilizaciones, serán posibles de observar nítidamente en los jóvenes para quienes las interacciones cara a cara con sus pares han sido y son decisivas para construir su identidad colectiva e individual (Chávez & Poblete, 2006). Sin embargo, posiblemente, en nuestro caso estos procesos se observen con menor intensidad que en el estallido, pues si bien los estudiantes que participaron en las protestas las evaluaron en general como exitosas (57%), la convocatoria lograda en dichas protestas fue inferior a las del estallido social (76% manifestó deseos de asistir, pero solo un 34% asistió finalmente a las protestas). No obstante, es probable que esta limitación sea menor, dada la probable continuidad entre el estallido social y las protestas del movimiento estudiantil, y que su efecto solo implique que las asociaciones observadas resulten atenuadas.
2. Método
2.1 Participantes
Durante el año 2018 y en el marco de un estudio longitudinal más amplio, se aplicaron 613 pares de encuestas (antes y después de eventos de protestas) a 255 estudiantes universitarios de primer año (56,5% mujeres y 43,5% hombres), pertenecientes a cuatro carreras de dos facultades de un mismo campus universitario de una universidad cuyos estudiantes tradicionalmente participan muy activamente en el movimiento estudiantil chileno. Las facultades escogidas fueron seleccionadas para representar diversidad disciplinaria, por lo que una fue de ciencias físicas y naturales y la otra de ciencias sociales. Las encuestas fueron aplicadas tres o cuatro días antes y después de tres marchas de protesta estudiantil convocadas por la Confederación de Estudiantes de Chile, en distintos momentos del año 2018.
El reclutamiento de los participantes se realizó en forma presencial. El investigador responsable del estudio acudió a una de las primeras clases que tuvieron los estudiantes al ingresar a primer año de la universidad, explicó los objetivos y metodología del estudio y solicitó la participación voluntaria de los estudiantes a través de la firma de un consentimiento informado. A quienes aceptaron participar, se les pidió instalar una aplicación en su teléfono móvil o escribirnos su e-mail para emplear alguno de esos medios para enviarles las encuestas.
2.1 Instrumentos
El estudio contempló el uso de tres tipos de instrumentos o escalas en cada una de sus aplicaciones.
2.1.1 Escalas de emociones
Se les preguntó a los participantes la intensidad (i.e., nada, poco, más o menos, bastante y mucho), con que habían experimentado un conjunto de dieciocho emociones diferentes (i.e., rabia, desconfianza, preocupación, desprecio, odio, miedo, culpa, vergüenza, alivio, esperanza, desánimo, tristeza, frustración, felicidad, orgullo, entusiasmo, tranquilidad y envidia) en dos situaciones y momentos. En la encuesta previa a los eventos de protesta se preguntó por las emociones respecto de la gestión del sistema educativo a través de la frase: «Pensando en la gestión del gobierno en materia educacional en el último tiempo, ¿en qué grado sientes…?». En la encuesta posterior a los eventos de protesta se preguntó por lo que habían sentido durante la marcha a través de la siguiente frase: «Pensando en lo que viviste durante la marcha, ¿en qué grado sentiste...?».
2.1.2 Relaciones interpersonales en contextos de protestas
Para evaluar las redes de participación de los estudiantes frente a las protestas, se les preguntó a los participantes por haber invitado a alguien a asistir a las protestas por medios virtuales: «¿Invitaste a alguien a asistir a la marcha mediante redes sociales (Facebook, Whatsapp, Instagram, etc.)?», o presenciales: «¿Invitaste personalmente a alguien a asistir a la marcha?». En ambas preguntas se usaron tres categorías de respuesta (i.e., no, a nadie; sí, a una persona; y sí, a varias personas). Inversamente, también se preguntó si el entrevistado había sido invitado por otras personas a la protesta a través de las preguntas «¿Te invitaron a asistir a la marcha mediante redes sociales (Facebook, Whatsapp, Instagram, etc.)?» y «¿Te invitó personalmente alguna de estas personas a la marcha?». En ambas preguntas, las categorías de respuesta fueron: no me invitó nadie; un amigo(a) de mi curso; un amigo(a) de la universidad; un amigo(a) de fuera de la universidad; un conocido(a) de mi curso; un conocido(a) de la universidad; un conocido(a) de fuera de la universidad; una persona desconocida para mí; una persona militante de un colectivo político universitario; una persona con cargo político o de centro de estudiantes; una persona de mi familia; y mi pareja. Finalmente, se preguntó con quiénes se acudió a la protesta, usando la pregunta «¿Asististe junto con alguna de estas personas a la marcha?». En este caso, se usaron las mismas alternativas de respuesta de la pregunta anterior, aunque reemplazando la alternativa no me invitó nadie por asistí a la marcha solo(a).
2.1.3 Asistencia y evaluación de la protesta
Se midió la asistencia y evaluación que hacen los estudiantes de la actividad de protesta a través de las preguntas: «¿Fuiste a la marcha convocada por la CONFECH del...?», con alternativas sí o no; y «¿Cómo evalúas el éxito de la marcha?», con alternativas de respuesta: fue altamente exitosa; fue exitosa; fue medianamente exitosa; fue un fracaso parcial; fue un fracaso total; y no estoy seguro(a).
2.2 Análisis
Para el análisis de los datos producidos en las encuestas, se empleó análisis descriptivo univariado (e.g., medidas de tendencia central y dispersión), análisis bivariado mediante tablas de doble entrada y análisis de correlación, y análisis multivariado, en la forma de un análisis factorial exploratorio para datos ordinales. Los análisis uni y bivariados fueron realizados con SPSS 21 y el análisis multivariado con Mplus 7.4 (Muthén y Muthén, 2015).
3. Resultados
3.1 Experiencia emocional y la génesis de las protestas
Probablemente uno de los resultados más interesantes de este estudio es la fuerte intensidad con que se experimentan algunas emociones, incluso desde antes del inicio de las protestas. En el Cuadro 1 podemos observar que, de las dieciocho emociones que generaba la gestión del gobierno en materia educativa antes del inicio de la movilización, siete obtuvieron puntajes superiores o iguales a dos (en escala de 0 a 4), siendo todas ellas emociones displacenteras (i.e., desconfianza, preocupación, rabia, frustración, desprecio, vergüenza y desánimo).
Las diez emociones experimentadas con mayor intensidad (i.e., desconfianza, preocupación, rabia, frustración, desprecio, vergüenza, desánimo, miedo, tristeza y odio, ver Cuadro 1) fueron todas displacenteras y estuvieron correlacionadas de manera positiva con haber invitado a otros (por redes sociales virtuales o personalmente) y con asistir a la manifestación. Esto es un primer indicador del potencial que tienen las emociones para incrementar el reclutamiento de participantes y detonar la conducta de participación. Además, las correlaciones entre las diez emociones displacenteras experimentadas con mayor intensidad y la participación fueron todas de signo positivo. Esto significa que, a medida que mayor es la intensidad con la cual se experimentan emociones displacenteras, mayores son las probabilidades de asistir a la manifestación. Esto demuestra que el estímulo inicial para la participación es la sensación de insatisfacción generalizada con una situación que se desea cambiar, pero al mismo tiempo demuestra la importancia de la relación entre la experiencia emocional y el carácter interpersonal que tiene la conducta de protestas.
En consecuencia, creemos que es posible afirmar que protestar es una conducta gregario-afectiva, que solo tiene sentido al compartirse con otros cercanos a nosotros mismos. Esta situación queda de manifiesto al observar que existen correlaciones positivas de intensidad moderada-alta entre invitar a otros personalmente y asistir a la protesta (r = .41, p < .01), y entre invitar a otros por redes sociales y acudir a la protesta (r = .43, p < .01).
Emoción | Intensidad promedio de la emoción † | Correlación con… | ||
---|---|---|---|---|
Invitar a otros… | Asistió a la manifestación | |||
Por redes sociales virtuales | Personalmente | |||
Desconfianza | 2.9 | .27** | .18** | .21** |
Preocupación | 2.9 | .33** | .31** | .28** |
Rabia | 2.5 | .33** | .27** | .24** |
Frustración | 2.3 | .31** | .28** | .22** |
Desprecio | 2.1 | .33** | .26** | .25** |
Vergüenza | 2.1 | .25** | .27** | .12** |
Desánimo | 2.0 | .23** | .15** | .12** |
Miedo | 1.8 | .27** | .20** | .13** |
Tristeza | 1.7 | .27** | .28** | .19** |
Odio | 1.4 | .28** | .26** | .20** |
Esperanza | 1.1 | -.04 | .05 | -.02 |
Entusiasmo | 0.8 | -.02 | .06 | -.05 |
Tranquilidad | 0.7 | -.12 | -.05 | -.06 |
Culpa | 0.6 | .04 | .05 | .07 |
Felicidad | 0.6 | -.06 | -.02 | -.06 |
Alivio | 0.4 | -.08 | .01 | -.05 |
Orgullo | 0.4 | -.08 | -.01 | -.03 |
Envidia | 0.4 | -.01 | -.05 | -.01 |
Nota: † Escala 0 a 4. ** Sig. < .01; * Sig. < .05.
Adicionalmente, las diez emociones displacenteras experimentadas con mayor intensidad mostraron una relación positiva con invitar a otros y asistir a la manifestación de similar magnitud (i.e., el valor de los coeficientes de correlación es relativamente parecido). Esto ocurre a pesar de que en la literatura (Estrada y Martínez, 2014) algunas de estas emociones son calificadas como emociones activas (e.g., la rabia, el desprecio y el odio) y otras como pasivas (e.g., la tristeza, la desconfianza y la vergüenza), por lo que se esperaría que las segundas no estuvieran asociadas a la realización de conductas sociales, lo que es contrario a la evidencia encontrada aquí. Es interesante notar también que el miedo -que habitualmente se asocia con no acudir a protestas (Benski, 2010)- en este estudio muestra una relación positiva con la participación.
Creemos que la relación positiva entre estas emociones teóricamente pasivas y la participación -relación observada empíricamente que pareciera contraintuitiva y contraria a lo anticipado por la teoría- estarían indicando que es una insatisfacción emocional generalizada la que impulsa a las personas protestar. En otras palabras, no pareciera ser que es cada emoción en específico y de manera aislada la que influye en la participación, sino la experiencia emocional displacentera en su conjunto la que motiva a las personas a participar en acciones de protesta. Esto se explicaría por el hecho de que las emociones asociadas a las protestas no se experimentan de forma aislada, sino en agrupaciones o constelaciones emocionales (Van Troost, Van Stekelenburg y Klandermans, 2013) y que, aquello que predice la participación es la alta intensidad con la cual se experimentan emociones displacenteras en general y no una emoción en particular (Asún et al., 2020). Esto, a pesar de que en algunas ocasiones es posible detectar y aislar analíticamente emociones específicas que resultan particularmente relevantes para la participación, como fue el caso del efecto que tuvo la indignación moral en las protestas que antecedieron el triunfo de la revolución nicaragüense (Reed, 2004).
Con la finalidad de evaluar la existencia de constelaciones emocionales subyacentes a las múltiples emociones por las cuales se preguntó en este estudio, se realizó un análisis factorial exploratorio con las dieciocho emociones medidas. Este análisis se realizó usando una matriz de correlaciones policóricas y estimación ULSMV según recomienda la literatura para el adecuado tratamiento de datos ordinales (Asún et al., 2016) y rotación oblimin. Las dieciocho emociones medidas dieron lugar a una solución bidimensional con un buen ajuste a los datos (RMSEA = .066; CFI = .949; TLI = .934; SRMR = .043). En este análisis se distingue un primer factor formado por ocho de las diez emociones displacenteras y un segundo factor claramente diferenciado del primero (r = -.24) conformado por emociones positivas o placenteras. En ambos factores, las cargas factoriales fueron altas (i.e., mayores a .7), con excepción de las emociones de culpa y envidia que coincidentemente son de las emociones menos experimentadas por los estudiantes (ver Cuadro 1). La existencia de dos factores claramente diferenciados revela que las emociones experimentadas antes de una protesta funcionan como constelaciones emocionales. Esta evidencia, sumada al hecho de que las emociones displacenteras correlacionan positivamente con la participación, estaría mostrando que es principalmente esta la experiencia emocional completa la que estaría a la base del inicio de los ciclos de protesta.
3.2 La importancia de las redes afectivas
Debido a la relevancia que tienen las emociones sobre la participación, y especialmente sobre la capacidad para convocar a otros a participar en la movilización, decidimos explorar con qué personas comparten los estudiantes la vivencia de las protestas.
Lo primero que se constata en este análisis (ver Cuadro 2) es que la participación es una conducta que se realiza mayoritariamente en compañía de otros. Solo un tercio de las personas encuestadas manifiestan no haber sido invitados por otros, y escasamente el 2% indica haber asistido solo/a. Por otra parte, las redes con las cuales se comparte la experiencia de protesta son principalmente amigos (intra y extrauniversitarios), lo cual confirma los resultados de estudios previos (Somma, 2009) y demuestra que el potencial convocante para las movilizaciones que tienen las redes afectivas y fuertes, comparadas con las redes débiles (i.e., conocidos) o de organizaciones formales (e.g., redes de militantes o representantes estudiantiles), al menos en Chile (Somma et al., 2020).
Tipos de personas | Me invitó… | Asistí con… | ||
---|---|---|---|---|
n (%) | n (%) | |||
No me invitó nadie / asistí solo | 182 | (29,9%) | 12 | (2,0%) |
Amigo(a) de la universidad | 283 | (46,5%) | 140 | (23,0%) |
Amigo(a) de mi curso | 189 | (31,1%) | 92 | (15,1%) |
Amigo(a) de fuera de la universidad | 187 | (30,8%) | 95 | (15,6%) |
Conocido(a) de la universidad | 163 | (26,8%) | 70 | (11,5%) |
Conocido(a) de mi curso | 94 | (15,5%) | 47 | (7,7%) |
Conocido(a) de fuera de la universidad | 65 | (10,7%) | 36 | (5,9%) |
Una persona de un colectivo universitario | 51 | (8,4%) | 29 | (4,8%) |
Una persona con cargo político o de CCEE | 47 | (7,7%) | 39 | (6,4%) |
Mi pareja | 37 | (6,1%) | 21 | (3,5%) |
Una persona desconocida para mí | 23 | (3,8%) | 17 | (2,8%) |
Una persona de mi familia | 13 | (2,1%) | 7 | (1,2%) |
Total encuestas / asistentes a las protestas | 608 | (100%) | 210 | (100%) |
Es interesante notar la poca relevancia que tienen en la participación estudiantil las redes familiares. Esto podría ser explicado por el carácter funcional de la convocatoria a las manifestaciones del movimiento estudiantil. Resulta también llamativo el pequeño rol que juega la pareja tanto para la invitación como para la participación efectiva. Sin embargo, es importante recordar que este estudio sólo contempló estudiantes de primer año de universidad que fueron medidos durante los primeros meses de su formación universitaria. Así, es posible que las parejas de las y los estudiantes provengan de un medio externo a la experiencia universitaria y, por lo tanto, las manifestaciones relacionadas con el movimiento estudiantil no sean parte de su ámbito de sociabilidad cotidiano.
3.3 La sinergia de participar
Habiendo establecido la importancia de las emociones y las redes de sociabilidad antes de la movilización, cabe preguntarse por los cambios emocionales que se experimentan producto de la experiencia de la participación. Para ello, analizamos las emociones que las y los estudiantes experimentaron durante las manifestaciones. Los resultados (ver Cuadro 3) muestran que, a diferencia de lo ocurrido antes de la participación, las emociones experimentadas con mayor intensidad durante la participación tienden a ser emociones placenteras o positivas (a excepción de la rabia), dentro de las cuales destacan el entusiasmo, el orgullo, la felicidad y la esperanza.
La escasa cantidad de personas que asisten solas a las protestas impide determinar si asistir solos o con otros cambia la experiencia emocional durante la participación. No obstante, con los datos que disponemos es posible evaluar si participar junto a distintos tipos de personas (i.e., con una red más diversa de personas) se relaciona con las emociones experimentadas durante la protesta. Los resultados (ver Cuadro 3) indican que quienes asistieron con una red más diversa de personas tendieron a experimentar mayores niveles de entusiasmo, orgullo y felicidad, aunque también mayores niveles de rabia, frustración, miedo, desánimo y tristeza. Esta vivencia emocional heterogénea, caracterizada por emociones positivas y negativas de quienes asistieron junto a redes más diversas, podría estar mostrando el efecto de retroalimentación que existe entre las emociones y las redes de sociabilidad, en las cuales la experiencia colectiva potencia la trasmisión emocional (Hatfield et al., 1992; Kramer et al., 2014), reforzando los lazos entre los manifestantes, posibilitando así la sinergia necesaria para el desarrollo de nuevas manifestaciones.
Emoción | Intensidad promedio de la emoción † | Correlación con… | |
---|---|---|---|
DivRed | EPM | ||
Entusiasmo | 2.90 | .222** | .200** |
Orgullo | 2.41 | .205** | .164* |
Rabia | 2.32 | .139* | -.087 |
Felicidad | 2.19 | .151* | .164* |
Esperanza | 2.13 | .037 | .156* |
Preocupación | 2.12 | .081 | -.215** |
Desprecio | 1.83 | .046 | -.103 |
Desconfianza | 1.79 | .132 | -.176* |
Odio | 1.64 | .121 | -.031 |
Tranquilidad | 1.59 | -.022 | .091 |
Frustración | 1.49 | .154* | -.197** |
Miedo | 1.40 | .150* | -.176* |
Alivio | 1.10 | .028 | .064 |
Desánimo | .81 | .161* | -.266** |
Tristeza | .72 | .169* | -.045 |
Vergüenza | .40 | .031 | -.107 |
Culpa | .29 | -.006 | -.095 |
Envidia | .14 | -.064 | -.037 |
Nota: † Escala 0 a 4. Negrita: correlaciones más altas en valor absoluto.
** Sig. < .01; * Sig. < .05.
Así como redes y emocionalidad se relacionan entre sí, en el Cuadro 3 también es posible observar que las emociones experimentadas durante la protesta se relacionan con la percepción de éxito de la manifestación. Las emociones displacenteras (e.g., desánimo, preocupación, frustración, miedo) producen o se asocian con percibir menor éxito de la manifestación, en tanto que emociones positivas (e.g., entusiasmo, felicidad, orgullo, esperanza) se asocian con un mayor éxito percibido. Creemos que esta percepción de éxito que se asocia a las emociones positivas reforzaría la sensación de eficacia grupal (i.e., la sensación de que el colectivo es capaz de lograr los objetivos propuestos), así como la conducta de protesta y, finalmente, potenciaría el reclutamiento de nuevos adherentes que participen de nuevos rituales de protesta más intensos y masivos propios de los estallidos.
4. Discusión y conclusiones
Los resultados de esta investigación apoyan los aspectos sustanciales del modelo explicativo que hemos propuesto sobre el carácter explosivo y sorpresivo de los estallidos sociales, pues muestran que: a) las emociones -especialmente las displacenteras- que experimentaron los jóvenes se asocian a la asistencia a las protestas; b) estas emociones también se asocian significativamente con el realizar esfuerzos para convocar a otras personas a acudir a la movilización; c) la asistencia a las protestas es un fenómeno asociativo, pues prácticamente nadie acude de forma solitaria a las protestas y la mayoría lo hace junto a personas pertenecientes a sus redes interpersonales cercanas y fuertes; d) la diversidad de la red de personas con las que se participa en protestas se asocia a experimentar un conjunto heterogéneo de emociones durante las manifestaciones, entre las cuales destacan las emociones positivas que, previo a las protestas, eran menos relevantes; e) el grado en que los jóvenes experimentaron algunas emociones placenteras (e.g., entusiasmo, orgullo, esperanza y felicidad) durante la manifestación, junto con el no experimentar emociones displacenteras, se relacionó con considerar la manifestación como exitosa, aumentando la probabilidad de continuar desarrollando esta conducta en el futuro.
Creemos que estos resultados entregan evidencia empírica a favor de nuestro modelo teórico que concibe a las protestas sociales como espacios rituales colectivos, donde los manifestantes desarrollan comportamientos similares rodeados por sus redes sociales fuertes -en este caso jóvenes con relaciones de amistad-, lo que facilita la sintonización y transformación de sus emociones, las que pasan desde una predominancia de emociones displacenteras, hacia una configuración más compleja, pero con preeminencia de emociones placenteras (e.g., felicidad), las que tienden a reforzar la conducta realizada, brindando energía motivacional (e.g., entusiasmo) para reclutar a otros para participaciones futuras, fortalecer el endogrupo creado (e.g., orgullo) y hacer parecer más viable el logro de los objetivos de la manifestación (e.g., esperanza), además de favorecer la percepción de éxito de la movilización. Creemos que todo ello constituye un ciclo autorreforzante, que explica la capacidad de las protestas de reproducirse y ampliar su alcance en cortos períodos de tiempo, constituyendo un posible mecanismo que explica su carácter explosivo.
No obstante, es importante recordar que esta investigación fue hecha con jóvenes estudiantes universitarios chilenos que son parte de una generación que ha construido una identidad colectiva mucho más politizada y con vocación de protagonismo que las generaciones precedentes (ver Sandoval y Carvallo, 2019), y que ello ha ocurrido en el marco de intensas relaciones etariamente homofílicas (Bargsted et al., 2020). Por ello, al menos en parte, los hallazgos de este estudio podrían ser atribuidos a las particularidades de esta generación y a su historia como tal. En ese sentido, los procesos rituales y emocionales que ocurren al interior de las manifestaciones constituyen un espacio conocido por esta generación y la continuidad de estos procesos que les han permitido ir construyendo su identidad como tal. Pese a ello, esta investigación muestra también procesos más generales que deberían ocurrir a otras personas (e.g., otros jóvenes), pues es habitual que las protestas sean mayoritariamente protagonizadas por jóvenes (Wiltfang y McAdam, 1991) y que para ellos los espacios de interacción con sus pares sean cruciales para la construcción de su identidad social y colectiva (Contreras, 1996).
Por otro lado, aunque nuestra propuesta de considerar a las protestas como ritos colectivos puede resultar un tanto disruptiva como clasificación de una forma productiva y legítima de incidir en política y activar procesos de cambio social, es importante explicitar que la elección de este concepto radica en que nos permite entender cómo interactúan las emociones que experimentan las personas con sus redes de cotidianas de interacción en un contexto particular que potencia la influencia mutua entre ambos fenómenos y produce ciertos resultados con alguna regularidad. El concepto de rito -usado por la sociología clásica para explicar la emergencia de efectos sociales a partir del comportamiento individual (Durkheim, 1912/1992)- es de utilidad para este fin. Es por ello que proponemos usar el concepto de rito social, como una forma general para entender la sincronización de las emociones, experiencias y comportamientos humanos, que permiten a los sujetos constituir colectivos y producir emergentes sociales (Collins, 2004). En otras palabras, entendemos a los ritos sociales como una forma de pasar desde la microsociología y redes cotidianas en que viven sus vidas las personas, a la macrosociología y la historia de las sociedades. En este marco, la conducta de protestas puede ser entendida como uno de los ritos que permiten la constitución de las sociedades (Collins, 2008).
Esta forma de entender las sociedades y las protestas está abierta al debate. Sin embargo, creemos que desde el punto de vista teórico y empírico, nuestra investigación ha contribuido fundamentando y aportando evidencia sobre la importancia de las redes interpersonales y las constelaciones emocionales experimentadas por las personas en las protestas para una adecuada comprensión del surgimiento de los ciclos de protestas. Así, creemos que esta investigación aporta con evidencia valiosa que permite comprender que, aun cuando las emociones displacenteras (e.g., rabia, preocupación, desconfianza) dirigidas hacia los adversarios de un movimiento social juegan un rol esencial en la motivación inicial a la participación en protestas, el sostenimiento y ampliación del movimiento en un ciclo de protestas exitoso requiere que estas emociones displacenteras sean procesadas en un espacio colectivo que permita su transformación en experiencias placenteras, que refuercen y motiven futuros comportamientos similares. En otras palabras, para tener éxito se debe transformar la rabia en esperanza (Asún et al., 2021).
A pesar de estos aportes, esta investigación tiene algunas limitaciones que es necesario explicitar para situar adecuadamente sus alcances. Al respecto, es importante recordar que la evidencia presentada en este estudio proviene de situaciones ocurridas un año antes del estallido social y fue realizada únicamente con estudiantes universitarios pertenecientes a una generación chilena de jóvenes con características específicas. Si bien es posible presumir que, al menos en parte, la génesis de los acontecimientos ocurridos durante el estallido social de octubre de 2019 se encuentra en este movimiento, es importante notar que el estallido en sí mismo logró traspasar las barreras del movimiento estudiantil, transformándose en un movimiento que convocó a personas de distintos grupos etarios y sociales, donde la forma específica en que operan las emociones y las redes interpersonales pudo ser distinta. Por ello, es necesario continuar desarrollando mayores investigaciones que permitan determinar los límites posibles a la generalización de los resultados que hemos presentado aquí. Para ello se requieren estudios longitudinales más extensos y con muestras más amplias, cuyos diseños permitan incorporar otros elementos que, según la literatura, influyen en el impacto que tienen las protestas sobre quienes participan en ellas, como son la represión que desencadenan las fuerzas de control social o los adversarios del movimiento (Drury y Reicher, 2005), y la presencia virtual o real de espectadores o terceros actores que observan el movimiento (Simon y Klandermans, 2001).
Creemos que un programa de investigación de esta naturaleza permitirá una mejor comprensión de lo que ocurre durante de las protestas sociales y posibilitaría entender por qué ellas en ocasiones logran condensar la suficiente energía social como para producir cambios sociales y modificar el curso de la historia.