Juan José Domenchina : prosa de guerra

Amelia De Paz (Huelva)

A salvo de alharacas oficiales, acaba de cumplirse el centenario del nacimiento de Juan José Domenchina (1898-1959). Cuarenta años hace ya, por lo demás, que el poeta madrileño reposa en el mexicano Panteón español, y casi veinticinco que murió el dictador. Pasada parece en vano para aquel la hora de las rehabilitaciones, más o menos eficaces, a que han ido siendo sometidos los autores exiliados de la guerra civil, tras el debilitamiento y consunción legal del franquismo. Perdida pues, presumiblemente, la ocasión de una recuperación, aunque postuma, a tiempo de resultar fecunda — para qué soñar otro reconocimiento que el postumo, tratándose de un escritor español — , la obra de Domenchina se va apartando de la vista, como un islote no hollado en medio de las corrientes del siglo. Si nos era necesaria, acaso no lo sabremos ya. Puede que ni en el propio despego que suscita se haya reparado siquiera. Otros son los reclamos. Entretanto, se diría que no le queda a Domenchina sino el consuelo facticio y extemporáneo de algún repertorio -escoba como el presente.

Rempujón piadoso, este de Las literaturas olvidadas, pero de repercusión, a nuestro juicio, incierta, mientras otros indicios apunten a que tal vez no esté España todavía para demasiadas memorias. Cuando llegue a hacerse, con la debida distancia, la historia de la literatura española del veinte, esta habrá de ser, en buena medida, la historia de su amnesia, voluntaria o involuntaria. Es posible que quienes, por prurito filológico, porfiamos en exhumar autores y obras sobre los que se ha sellado la nada gratuita losa del olvido no siempre nos estemos parando a sopesar la oportunidad de nuestros hallazgos, como si el que en España se quiera recordar la historia inmediata constituyese un axioma. Bastaría, para cuestionarlo, contrastar la nómina de exiliados eminentes, en todos los campos, con lo que de cada uno se sabe hoy en España ; pocos ejercicios más melancólicos podrán deparársele al mejor intencionado. Mientras, no pocas energías se llevan empleadas y se siguen empleando en disimular la fractura a base de autocomplacencia, como para que, en nuestra opinión, podamos hacernos por ahora ilusiones de normalidad. El propio hecho de