La ética podría definirse como la ciencia de la moral. Su importancia va desde una actividad puramente técnica, hasta un proceso que plantea nuevos problemas morales o genera nuevas visiones sobre viejos temas1. La moral y la ética son dos conceptos estrechamente relacionados, lo que hace que la interacción médico-paciente asuma el más alto carácter ético-moral2.
El código profesional representa una declaración formal del rol moral de los miembros de la profesión, especificando también reglas de etiqueta y responsabilidades internas. En la organización social moderna, una profesión no renuncia al código normativo rector del ejercicio profesional, ya que la moral incluye más que obligaciones3. La evidencia de la necesidad de mejorar el código de ética médica se ha hecho necesaria debido a los propios avances técnico-científicos, tanto en las relaciones humanas, profesionales y sociales, además de la importancia de adecuar el código a las resoluciones y legislación vigente en el país.
La historia de la ética en la práctica médica ha estado presente desde el origen de la profesión, siendo parte de su desarrollo a lo largo de su historia, emergiendo con el principio hipocrático primum non nocere (primero, no hagas daño), en el que coloca los intereses de los pacientes siempre primero4. En la tradición médica, los propios profesionales describieron e inspeccionaron sus fundamentos de trabajo, haciendo recomendaciones e incluso nuevas pautas para regular sus propias acciones. Así, el papel de la ética médica es determinar las normas necesarias para el desempeño del profesional dentro del ámbito de la integridad.
En muchos casos, pueden surgir conflictos de una teoría o principio con otro en la vida del profesional de la salud, por lo que la mejor decisión a tomar será en beneficio del paciente. Junto al paciente, existen preocupaciones familiares que, a pesar de ser atendidas, no deben perjudicar al paciente. Por ello, es necesario mantener un clima de confianza profesional a través de la honestidad, ya que es la base de la toma de decisiones mutuas y la calidad del servicio.
Las definiciones propuestas en los códigos de ética profesional pueden variar entre diferentes países, pero en general, existen principios de respeto a la autonomía, beneficencia, no maleficencia y justicia, que se basan y fundamentan en la ética médica. Estos cuatro principios básicos de la ética médica forman la base para que los profesionales de la salud dirijan y mantengan las prácticas clínicas éticas en todas las circunstancias5.
De los cuatro elementos existentes, el principio de autonomía puede considerarse el más discutido en la literatura ética, al referirse a la relación médico-paciente y la obtención del consentimiento informado. El término autonomía significa la capacidad de autogobernarse. Para que un individuo sea autónomo, es decir, capaz de tomar decisiones autónomas, es necesario que este individuo pueda actuar intencionalmente y tenga la libertad de actuar intencionalmente6.
Identificar las necesidades de cada paciente es fundamental para el éxito de cualquier tratamiento derivado de una buena relación entre médico y paciente. Es de destacar que las expectativas de cada individuo deben ser identificadas y respetadas, especialmente en los casos de denegación de tratamiento, donde el objetivo máximo alcanzado por el profesional debe ser la beneficencia, la obligación moral de actuar en beneficio del otro, y la preservación de intereses y el bienestar del paciente6.
El modelo bioético principialista es el marco teórico más adoptado en el mundo, y define la autonomía como el derecho del paciente a elegir sobre su propia vida y el deber del profesional de la salud de respetar esta autonomía; la no maleficencia, como deber del profesional de no causar pérdida o daño al paciente; y la justicia, como deber de distribuir los recursos de salud de manera equitativa7. Cuando un profesional de la salud promueve el alivio del dolor, se sigue el principio de beneficencia; por otro lado, si no lo trata, contribuye a la aparición de daño físico y psicológico, lesionando el principio de no maleficencia.
Teniendo en cuenta que la práctica de la medicina de vanguardia comienza con el reconocimiento de cuál es el procedimiento más eficaz para la atención al paciente, las decisiones que se toman para solucionar el problema del paciente suelen basarse en la aplicación consciente de información que puede ser evaluada mediante reglas explícitamente definidas. Toda la información entendida, independientemente de su veracidad, suele aplicarse en la práctica clínica, pero no es suficiente para describir e incluir el proceso tácito del juicio clínico.
La práctica clínica basada en la evidencia tiene en cuenta las necesidades de conocimiento explícito y tácito. La duda pasa a formar parte del proceso de decisión, inicialmente en la identificación de los componentes inconscientes involucrados, y en el análisis del conocimiento explícito utilizado en este proceso7. Por lo tanto, la medicina es mucho más que solicitar pruebas utilizando tecnología sofisticada o diagnóstico por imágenes.
Es necesario un cambio radical en este paradigma, es necesario que el profesional comience a evaluar las demás características de sus pacientes que no forman parte del contexto biológico. Estas personas pueden ser consideradas pacientes hipertensos, diabéticos y con enfermedades del corazón, pero más allá de eso, tienen un nombre, trabajan, se divierten, son padres, hermanas y tienen amigos. En beneficio de su calidad de vida, y no de un marcador biológico, el profesional de la salud debe orientar sus esfuerzos7. Es este cambio de paradigma el que ha perseguido la práctica clínica basada en la evidencia desde su lanzamiento en 1992.
Sabiendo que la ética investiga y explica las normas morales, en el contexto filosófico, la ética y la moral tienen significados diferentes. La ética está asociada al estudio fundamentado de los valores morales que guían el comportamiento humano en la sociedad, mientras que la moral son las costumbres, reglas y convenciones establecidas en cada sociedad1.
Por ello, esta presentación expone la necesidad de valores profesionales e institucionales en pos del bien individual y colectivo, capaces de vincular los principios colectivos a las concepciones personales a través de la moral y el entendimiento, requiriendo un proceso educativo que utilice la ética como método para incentivar el cambio conductual, responsable de la mejora de la educación médica en su conjunto.