La movilidad humana ha acompañado la vida en sociedad desde el inicio de los tiempos. Es así que la migración internacional no es un fenómeno reciente, sino más bien existen elementos del contexto actual que configuran un escenario más complejo que en el pasado, pero que es conocido en sus raíces y motivaciones.
En Chile la llegada de migrantes internacionales ha sido variable en el tiempo1, sin embargo, lo que comienza a experimentar el país desde el año 2002 y especialmente desde 2010, no tiene precedente en su historia. El escenario sociodemográfico actual indica que en Chile existen aproximadamente 1,2 millones de migrantes internacionales, y de ellos, más del 60% llegó después de 20102,3. Esta cifra representa aproximadamente un 4,4% de la población residente en el país, trayendo desafíos no solo a los migrantes y sus familias sino también a la sociedad chilena y a las instituciones sociales que han debido generar mecanismos para dar respuesta a esta nueva realidad.
En el área de la salud se han levantado múltiples iniciativas destinadas a fomentar la integración de personas migrantes al sistema y garantizar el acceso a la salud de ellos y sus familias, asumiendo la salud como un derecho humano básico. Muestra de ello es la presencia de facilitadores interculturales en muchos centros de atención primaria y terciaria, la traducción de material clínico e informativo, adaptación de pautas e indicaciones nutricionales, así como la puesta en vigencia de la circular A1504 del 13 de junio de 2016, que garantiza atención de salud a toda persona independiente de su condición migratoria4. Es de suponer que el profesional de enfermería ha tenido un rol protagónico en el desarrollo e implementación de muchas de estas medidas, pues en su labor clínica se vincula directamente con estas comunidades, realizando esfuerzos tendientes a lograr una atención de salud pertinente a los migrantes internacionales. Aun así, hasta ahora se evidencia una brecha en la formación del profesional de enfermería respecto a cómo abordar la gestión del cuidado de personas, familias y comunidades que provengan de diferentes culturas5,6.
Para el abordaje de este vacío sería necesario promover en los profesionales de enfermería el desarrollo de la denominada competencia cultural que es definida como un conjunto de habilidades, conocimientos y aptitudes, e incluso políticas, que habilitan al profesional de salud, en este caso de enfermería, para trabajar de forma eficiente con personas, familias y comunidades de diferente origen cultural7.
La evidencia, principalmente emanada de países con alta proporción de migrantes internacionales, es clara al demostrar la mejora significativa de los indicadores de salud en aquellas comunidades en donde se ha adoptado como una estrategia la capacitación del profesional de enfermería con la competencia cultural para trabajar con grupos minoritarios como los inmigrantes. Ejemplo de ello se encuentra en los trabajos de Betancourt et al.8,9 o Bruhn10. Visto esto y reconociendo la existencia de múltiples culturas dentro de nuestro país, además de las vinculadas con colectivos migrantes, es que la formación de los profesionales de enfermería debiese incluir de forma explícita la capacitación en competencia cultural, con el objetivo de habilitarles a trabajar de forma respetuosa, efectiva, culturalmente pertinente y manteniendo estándares de calidad en diferentes contextos culturales.
Ante el nuevo escenario sociodemográfico, la formación en competencia cultural de los profesionales de enfermería debería abordarse desde distintos ámbitos, a saber: la incorporación temprana de estos contenidos en las mallas curriculares de enfermería como elemento transversal de la formación; capacitación y sensibilización individual de los profesionales de enfermería ya titulados que se encuentren insertos en el sistema de salud público o privado, independiente de su labor (clínica, administrativa, gestión, educación, política); y finalmente, incorporación de la competencia cultural como política de calidad en las instituciones de salud públicas y privadas. Estas medidas permitirían reconocer el impacto de la capacitación en competencia cultural en la salud de las personas migrantes internacionales, responder a sus necesidades de salud de forma adecuada, ética, respetuosa e individualizada, garantizando el derecho a la salud de todos quienes residen en el territorio.
Un profesional de enfermería capacitado en competencia cultural será capaz de abordar de mejor manera las necesidades de salud de la sociedad actual que se desarrolla en un mundo globalizado y dinámico. Finalmente, se destaca la emergente necesidad de generar futuras investigaciones que identifiquen y permitan abordar las brechas de formación en los profesionales de enfermería, así como la realización de estudios que permitan cuantificar el impacto de la formación de profesionales de enfermería con competencia cultural en la salud de los migrantes internacionales y los grupos minoritarios presentes en nuestra sociedad.