El presente trabajo tiene como objetivo caracterizar las prácticas materiales como resultado del complejo interjuego entre ensamblajes, tiempo y entorno en el sitio arqueológico El Sunchal (Anfama, Tucumán, Argentina). La ubicación presenta la particularidad de articular evidencias de múltiples ocupaciones prehispánicas, desde ca. 2000 AP hasta ca. 550 AP, en un espacio acotado, lo que permite poner en tensión a una escala micro la interrelación entre temporalidad, espacialidad, materialidad y memoria social. El abordaje aproxima el análisis cronológico a la variación de las tradiciones prácticas observadas en el registro, eludiendo expectativas de carácter esencialista.
Los trabajos pioneros en el desdoblamiento de la temporalidad occidental y la de otros sistemas sociotemporales se originaron fundamentalmente en el ámbito de la antropología y la historia. En ellos, se ha planteado que las sociedades cuyos tiempos son premodernos -en el sentido de que no dividen la sucesión de eventos en tiempo cronológico y horas-reloj- poseen una temporalidad vinculada al quehacer, en la que la distinción entre trabajo y vida doméstica/social es difusa, puesto que las actividades se realizan en función de necesidades puntuales de distinta índole (Evans Pritchard 1992 [1980]; Hallowell 1937; Nilsson 1920; Thompson 1995 [1980], entre otros).
Hacia fines de la década de 1980, Shanks y Tilley (1987) recuperaron a nivel arqueológico las perspectivas críticas en el análisis cronológico a partir de su concepto “tiempo sustancial” (substantial time). En él, la temporalidad es condición y también resultado de la reproducción social, lo cual permite la construcción mutua de actores y estructura en escalas singulares y múltiples. El tiempo desde su perspectiva es praxis en tanto la agencia produce temporalidad. En sintonía y acompasado con la teoría estructurista de Bourdieu (2007 [1980]), lo planteado por Shanks y Tilley presenta notorias similitudes con la temporalidad vinculada al quehacer desarrollada con anterioridad en disciplinas hermanas. Es a partir de los últimos 30 años que este tipo de abordajes se consolidó en la arqueología, reconfigurando la forma en la que se abordan las relaciones entre tiempo-espacio-registro (Bailey 2007; Ingold 1993; Lucas 2005; Murray 1999, entre otros). Más allá de la perspectiva teórica utilizada, la reflexión del tiempo como un fenómeno multiescalar que no tiene un fin apriorístico o en sí mismo se ha consolidado como uno de los sustratos básicos de las corrientes arqueológicas del siglo XXI.
La idea de la indivisibilidad entre temporalidad y praxis/quehacer es la base teórica del trabajo, pero esta quedaría incompleta sin un tercer elemento, la memoria social, que se expresa materialmente en ensamblajes particulares y formas de hacer identificables en el registro material. Es decir, se entiende que las prácticas corporizadas, aprehendidas, reproducidas y permanentemente reactualizadas en la memoria social dan origen a expresiones técnicas cuya articulación puede ser analizada (Bugliani 2008; Coll Moritán y Cantarelli 2021; Diehl 1992, 1997; McGuire y Schiffer 1983; Roddick y Hastorf 2010; Sanders 1993; Scattolin 2003a; Taboada 2006).
Sintéticamente, la memoria social influye en la forma en que se recuerda, se hace y se piensa acerca del paisaje, los cuerpos y los materiales. Es la construcción de un presente en relación con el pasado, que se expresa de modo material en el espacio y se reactualiza en la práctica. En ella siempre está presente la tensión entre la herencia del pasado, las intenciones del presente, la experiencia encarnada en las tradiciones prácticas y las proyecciones hacia el futuro, que se entrelazan en paisajes originados en múltiples temporalidades (Gosden y Lock 1998; Roddick y Hastorf 2010; Van Dyke y Alcock 2003). En el Noroeste argentino, se han llevado a cabo numerosos trabajos que señalan la importancia de reconsiderar la relación entre temporalidad, espacialidad y materialidad desde una perspectiva práctica, a partir de múltiples líneas de evidencia (D’Amore 2007; Franco Salvi et al. 2014; Greco 2012; Lanzelotti y Spano 2015; Scattolin 2007, 2010, 2019; entre otros).
Por otra parte, el eje de temporalidad/praxis/ memoria social se fusiona en el paisaje, en tanto el transcurso de las vidas implica vínculos permanentes con entornos habitados y conformados por la interrelación continua entre personas, animales, materiales y agentes no humanos, los cuales moldean la experiencia cotidiana (Ingold 1993). La construcción permanente de la espacialidad se expresa en el registro como ensamblajes, es decir, conjunciones derivadas de eventos, actividades y temporalidades múltiples expresadas en la materialidad, cuya urdimbre puede ser parcialmente desentramada en diversas escalas (De Landa 2016; Harris 2014; Jervis 2019; Salazar et al. 2021).
Un ensamblaje debe ser entendido como un proceso temporalmente acotado, cuyo carácter es dinámico, contingente y relacional, con trayectorias de formación, disolución y reconfiguración. Dado que el estatus ontológico de todos los conjuntos es el mismo, las entidades que operan a diferentes escalas pueden interactuar directamente entre sí. En la medida en que los elementos constitutivos poseen distintos ritmos de cambio, los ensamblajes se encuentran atravesados por diversas temporalidades que permiten pensar en sentidos del tiempo sustanciales y vinculados a la relacionalidad (De Landa 2016; Jervis 2019; Nielsen 2022).
Puesto que los ensamblajes siempre están formados por componentes heterogéneos, es necesario incluir en ellos los artefactos materiales y simbólicos que componen las comunidades y las organizaciones, además de las personas. Las prácticas cotidianas se realizan en lugares bien definidos, poblados por materiales heterogéneos y objetos expresivos, por lo que se debe incluir la materialidad de forma explícita. A su vez, la caracterización de un ensamblaje se puede realizar mediante el establecimiento de su grado de territorialización/desterritorialización (De Landa 2016; Harris 2014; Jervis 2019; Salazar et al. 2021). La contigüidad física, la similitud de tradiciones prácticas, la recurrencia temporal, las creencias y experiencias sociales compartidas constituyen elementos de territorialización. Un proceso de desterritorialización, en cambio, implica la desarticulación de los hábitos observados en un agenciamiento, incluyendo la disminución en la densidad de los lazos, el incremento en la dispersión geográfica o la supresión de rituales claves para el mantenimiento de la solidaridad tradicional. Las partes constitutivas de los ensamblajes pueden operar en direcciones territorializantes o desterritorializantes, incluso en un mismo momento histórico. A nivel arqueológico, esta distinción resulta especialmente útil, ya que permite pensar en la dinámica material a lo largo del tiempo desde una perspectiva espacial/ territorial (De Landa 2016; Harris 2014; Jervis 2019; Salazar et al. 2021).
En suma, desde la perspectiva teórica propuesta se intenta dar cuenta del complejo conjunto de ensamblajes que se observa en el registro material de El Sunchal durante más de mil años de ocupaciones y reocupaciones. Se parte de la evidencia a escala micro para pensar en su articulación en procesos sociales de carácter regional. El abordaje del sitio implica, en primer lugar, considerar la cronología absoluta y relativa de las ocupaciones prehispánicas identificadas, lo cual se ha realizado sobre la base de dataciones radiocarbónicas y materialidades temporalmente diagnósticas. En segundo lugar, el tipo y la variación de la arquitectura de las viviendas -forma de los recintos, materiales utilizados para la construcción, tamaño de los muros, remodelaciones- han permitido vincularlos con la duración de la ocupación y los usos esperados de las estructuras. Y, en tercer lugar, las evidencias materiales -cerámicas y líticas- han posibilitado un acercamiento a las tradiciones prácticas de distintos lapsos cronológicos.
El Área de Estudio
En el último lustro, los avances de nuestro equipo de trabajo han proporcionado evidencia para caracterizar más de una decena de asentamientos prehispánicos en la cuenca de Anfama (Tucumán, Argentina) y las distintas evidencias arqueológicas que estos presentan (Franco 2022; Franco y Camps 2020; Molar 2021; Montegú 2018, 2022; Moyano 2020; Salazar y Franco Salvi 2020; Salazar y Molar 2017; Salazar et al. 2022; Vázquez Fiorani 2019). Estos estudios han complejizado la historia prehispánica local, que hasta el momento solo había sido tratada de manera tangencial (Cremonte 1996; Quiroga 1899) (Figura 1).
Anfama forma parte de la vertiente sudoriental de las Cumbres Calchaquíes, en la ecozona más elevada de las yungas, el bosque montano, el cual se presenta entre los 1.300 y 3.000 msm. Se trata de un ambiente transicional húmedo (precipitaciones medias anuales de 700 mm en la actualidad) entre los sectores de valles occidentales y la llanura oriental (Cabrera 1976). Este trabajo describe los avances realizados en uno de los sitios allí identificados, denominado El Sunchal.
El sitio se encuentra en un sector de fondo de cuenca, a 1.900 msm, en el faldeo de una loma de pendientes suaves, cercano a un arroyo que en la actualidad presenta un caudal semipermanente. Las áreas con poco desnivel y acceso directo a cauces de agua son reducidas en Anfama, por lo que el sitio se encuentra en un terreno propicio para el asentamiento humano y el desarrollo de cultivos. En la actualidad, gran parte de las viviendas, junto con sus cercos agrícolas y corrales, se ubican en este tipo de sectores. Como se observa en la Figura 2, en las proximidades del sitio se encuentran viviendas actualmente en uso, otra ya abandonada y la capilla de la localidad.
La deposición de sedimentos es acentuada en los sectores de fondo de cuenca, lo que implica que la mayor parte del sitio se encuentre soterrada. Al comenzar con las investigaciones, solo se lograban observar algunos materiales arqueológicos dispersos a nivel superficial, como rocas intervenidas (Figura 2) e instrumentos de molienda móviles, en un área de aproximadamente 10.000 m2, junto con algunos rasgos presumiblemente arquitectónicos. Estos incluían una serie de depresiones que no seguían la pendiente natural del terreno y alineamientos de rocas que estimábamos como muros, pero sin continuidad entre ellos.
El relevamiento primario permitió diferenciar dos posibles unidades arquitectónicas, distanciadas entre sí por aproximadamente 20 m, las cuales fueron denominadas U1 y U2 respectivamente. En un inicio se creyó que ambas correspondían a un patrón constructivo habitual en la región, que se caracteriza por grandes patios de hasta 25 m de diámetro a los que se adosan recintos habitacionales de menores dimensiones, de morfología circular o elíptica, y data del primer milenio DC (Aschero y Ribotta 2007; Berberián y Nielsen 1988; Cremonte 1996; Franco Salvi et al. 2014; Oliszewski 2017; Salazar et al. 2022; Scattolin 2007; Sosa 1997).
Debido a que la U2 se encontraba más próxima a un puesto subactual abandonado, lo cual implicaba un mayor riesgo de perturbación del registro, las excavaciones se centraron en lo que se consideró una única unidad arquitectónica -U1- (Figura 2), interpretación que se complejizaría a medida que avanzaron las excavaciones en el sitio. Los estudios previos realizados en El Sunchal se han centrado en la caracterización parcial de la cerámica (Franco 2019), el registro lítico (Montegú 2022) y las prácticas alimentarias (Molar 2021), sin que hasta ahora se haya presentado una visión integral del registro.
La información presentada aquí es el resultado de numerosas campañas de excavación que han permitido dar cuenta de eventos constructivos/destructivos y plantas residenciales no observables a nivel superficial. Durante las excavaciones emergieron una serie de rasgos arquitectónicos que presentaban diferencias constructivas entre sí y se encontraban superpuestos, por lo que el primer objetivo fue generar una serie de dataciones absolutas que permitiera evaluar la temporalidad de las estructuras identificadas. Además, en El Sunchal no se observa la presencia de conglomerados residenciales de hasta una decena de unidades relativamente contiguas, como sí sucede en otros sitios de Anfama como Mortero Quebrado y La Larga (Salazar y Molar 2017; Salazar et al. 2022) y también en valles aledaños (Aschero y Ribotta 2007; Berberián y Nielsen 1988; Cremonte 1996; Oliszewski 2017; Scattolin 2007; Sosa 1997, entre otros), por lo que la determinación del tipo de ocupación se configuró como un segundo objetivo del trabajo. En tercer lugar, se indagó la forma en que distintas materialidades se ensamblaron con la arquitectura, la temporalidad y las posibles prácticas asociadas a ellas, lo que permitió evaluar el grado de territorialización asociado a distintos lapsos prehispánicos.
Métodos
Las estrategias de excavación incluyeron el trazado de un grillado alfanumérico de 27 m x 27 m definiendo celdas de 1,5 m x 1,5 m en el sector en donde se presumía la mayor concentración de rasgos arquitectónicos de la U1. Allí se han excavado hasta el momento 37 cuadrículas, totalizando 83,25 m2. Debido al desconocimiento inicial de la arquitectura, se realizaron sondeos exploratorios aleatorios en distintas cuadrículas, tendientes a generar un contexto de referencia. Los mismos se realizaron hasta los 0,8 m a 1 m de potencia aproximada, profundidad en la que se alcanzaron los estratos estériles. Con posterioridad, las principales intervenciones se realizaron en el sector noroeste, correspondiente a las cuadrículas C a F del eje horizontal y -1 a 5 del eje vertical, al haberse identificado allí una compleja superposición de muros (Figura 3 para el detalle de sector noroeste; Figura 4 para el total de las excavaciones realizadas).
La caracterización de las excavaciones se realizó siguiendo la propuesta de sucesión estratigráfica de Harris (1991), lo cual ha sido necesario para evaluar la pertinencia y fiabilidad de los procesos depositacionales identificados (Figura 3). Los planos de planta del sitio fueron confeccionados a partir de fotografías aéreas realizadas con drones Phantom 3, las que cuentan con georreferenciación incorporada. El registro estratigráfico y las unidades de planta identificadas fueron procesadas en AutoCad 2019, Pix4d mapper, SketchUp y Autodesk Recap para generar modelos bi y tridimensionales de las estructuras arquitectónicas y los materiales arqueológicos asociados.
Adicionalmente, se han realizado siete dataciones radiocarbónicas por AMS, que han permitido asignar un rango cronológico a las ocupaciones del sitio. Las mismas han sido procesadas en Oxcal 4.4, calibradas en función de la curva para el hemisferio sur ShCal20 (Tabla 1; Bronk Ramsey 2020; Hogg et al. 2020) y luego asociadas a eventos constructivos mediante modelización bayesiana utilizando el mismo software y curva de calibración (Figura 5; Greco 2012; Marsh 2017; Otárola-Castillo et al. 2022). En relación con este punto, solo se ha considerado el análisis de los materiales provenientes de unidades estratigráficas datadas, a fin de generar una asociación fidedigna entre cronología y materialidad. Asimismo, todas las dataciones corresponden a estratos entendidos como pisos de ocupación, ya sea por la presencia de sedimentos consolidados, presumiblemente por la incorporación de arcilla y apisonamiento (UE 09), o bien por la abundancia de materiales en posición horizontal (restantes UE datadas).
Los conjuntos líticos recuperados fueron analizados macroscópicamente a través de estudios tecnomorfológicos y morfológico-funcionales, siguiendo los lineamientos de Aschero (1975, 1983) y Sullivan y Rozen (1985) adaptados para el caso. Primero, se caracterizó a ojo desnudo el tipo de rocas presentes en los conjuntos, lo cual fue contrastado con información geológica del área (Servicio Geológico Minero Argentino [SEGEMAR] 2014), así como con prospecciones llevadas a cabo en la cuenca de Anfama, para determinar el carácter local y no local de los recursos líticos aprovechados. Luego, los materiales fueron agrupados en categorías tipológicas de desechos de talla, núcleos e instrumentos (este último incluye artefactos formatizados por talla o pulido, no formatizados y litos modificados por uso). Parte de los conjuntos fueron previamente analizados (Montegú 2018, 2022), ampliándose aquí el análisis a materiales inéditos de los distintos momentos datados radiocarbónicamente (n=2.143). La caracterización de los bloques líticos formatizados registrados en El Sunchal se realizó siguiendo la propuesta de Salazar y Franco (2020) para la cuenca de Anfama en general.
Los análisis cerámicos se realizaron a partir de la identificación de los repertorios de técnicas de manufactura desarrolladas por la Primera Convención Nacional de Antropología (1966), en particular, la atmósfera de cocción del tiesto y la estrategia predominante de acabado de superficie, además del grosor del fragmento (considerando gruesas aquellas paredes mayores a 4 mm y finas las menores). En los casos en que fue posible, también se realizaron remontajes e identificaciones morfológicas de las piezas (n=31) a partir del conjunto de tiestos (n=5050) de las unidades estratigráficas que han sido datadas radiocarbónicamente. En consecuencia, se presenta una caracterización que puede asociarse a distintos momentos ocupacionales del sitio.
Para determinar la intensidad de los ensamblajes observados, se consideró su grado de territorialización/ desterritorialización, lo cual refiere a la homogeneidad y estabilidad temporal-espacial de los componentes, es decir, las acciones que demostraron la presencia de un agenciamiento y su pervivencia. El hábito, entendido como el proceso que da a los componentes sus límites definitorios y los mantiene a través del tiempo, es el principal proceso de territorialización, puesto que en él se realiza una síntesis del presente y del pasado con vistas a un futuro posible (De Landa 2016; Harris 2014; Jervis 2019; Nielsen 2022; Salazar et al. 2021).
Resultados
Las excavaciones dieron cuenta de una compleja superposición de rasgos arquitectónicos, (Figuras 3, 4 y 5). La conjunción de los análisis estratigráficos y de dataciones radiocarbónicas (Figuras 3 y 5) habilitan a plantear cuatro momentos ocupacionales provisorios, tres de los cuales presentan rasgos arquitectónicos asociados, y un último, identificado a partir de estilos cerámicos.
Una primera etapa ocupacional, cuya mayor probabilidad de ocurrencia remite al siglo I DC (Tabla 1), estaría constituida por un recinto de morfología circular de 3 m de diámetro (cuadrículas C2-C3-D2-D3-E2- E3-F2), conformado por piedras lajas clavadas, las cuales dan forma a muros de entre 50 y 70 cm de alto. La técnica constructiva se corresponde con otra pared que se extiende hacia el sur (cuadrículas D4-D5) y cuya morfología permite pensar en el cerramiento de un patio circular de grandes dimensiones, tal como los que se aprecian en otros sitios contemporáneos de la cuenca de Anfama y sectores vecinos (Cremonte 1996; Oliszewski 2017; Salazar et al. 2022). Además, en todo el sector se presenta un piso arcilloso preparado, sumamente compacto, sobre el que se clavan las rocas de los muros (piso A). La datación correspondiente a 1993±25 AP se obtuvo de este mismo sedimento consolidado (Tabla 1; Figuras 3 a 6).
Construcción II
La expresión arquitectónica que se puede asignar a un segundo momento constructivo la constituyen una jamba y un muro asociado a la misma (cuadrículas E2, F0, F1, y F2), ambos se encuentran parcialmente superpuestos a la construcción previa. La técnica de levantamiento de paredes con una doble hilera de rocas se diferencia de la observada con anterioridad, aunque la altura de los muros se mantiene similar entre los 60 y 70 cm. Hacia el este de dicha construcción ya no se observa la presencia de un piso especialmente preparado (Figuras 3 a 6, piso B).
La datación 1671±22 AP (Tabla 1) se obtuvo del sedimento en el cual se apoyaba la jamba (piso B). Asimismo, la presencia de dos pequeñas vasijas cerámicas (menores a 10 cm de diámetro), evertidas, de contorno simple, con evidencias de haber contenido maíz fermentado (¿tal vez chicha?), podría interpretarse como el evento inaugural de una nueva construcción. Los recipientes se encontraban superpuestos e intencionalmente enterrados por debajo de la jamba, insertos a unos 10 cm de profundidad en el sedimento estéril (Figura 7-1b; en Molar 2021: 202-205 se ofrece una caracterización ampliada de este registro).
Ocupaciones tardías
Hay evidencias cerámicas de que El Sunchal tuvo algún tipo de ocupación durante el segundo milenio de la Era, cuya intensidad y extensión por el momento desconocemos, pero que consideramos hipotéticamente como estacional o eventual. Al respecto, y pese a la cantidad de superficie excavada en El Sunchal, solo se han recuperado algunos fragmentos dispersos (n<20) de cerámica de estilo santamariano, yocavil polícromo y famabalasto negro grabado. Los tiestos se hallaban en estratos superficiales, sin una asociación clara con otros componentes de ese periodo.
En suma, la conjunción de estratigrafía y dataciones radiocarbónicas obtenidas indican la presencia sostenida de ocupaciones y reocupaciones prehispánicas en El Sunchal desde inicios del primer milenio DC hasta momentos próximos a la invasión española, cuya intensidad presenta pulsos y manifestaciones arquitectónicas variables.
Las demás dataciones estadísticamente relacionables a este segundo lapso, 1744±27 AP y 1557±25 AP, pueden vincularse por su proximidad cronológica (Tabla 1; Figura 5). No se detectaron en ellas rasgos arquitectónicos destacables ni tampoco pisos preparados, pero sí abundantes elementos materiales cerámicos y líticos que se detallaráncon posterioridad. Es decir, dichas dataciones no se asocian desde el punto de vista arquitectónico a la construcción 2, pero son estadísticamente compatibles con una ocupación que se habría mantenido durante un par de siglos en el sector.
Una datación con asociación arquitectónica incierta El fechado 1253±31 AP, el cual tiene su máxima posibilidad de ocurrencia en torno al siglo IX DC, lo que lo separa estadísticamente del segundo momento constructivo identificado, y antecede por un siglo a un tercer momento arquitectónico, no se asocia a nivel estructural con un rasgo arquitectónico continuo (Figura 4). La datación fue obtenida de un fogón en cubeta sobre el que se apoyaban restos de dos vasijas de grandes dimensiones, una de las cuales estaba marleada (acabado de superficie realizado con un instrumento tipo peine, posiblemente un marlo de maíz) (Figura 7-2b). No se detectaron allí muros, pero sí huellas de poste, lo que podría asociarse a la presencia de galerías techadas en el sector. También se ha recuperado en la unidad estratigráfica datada una cuenta de mineral de cobre cuyo origen es presumiblemente puneño.
Si bien las probabilidades de esta datación se superponen levemente con las asociadas a la construcción III, se considera que por las características constructivas del recinto CIII este no pudo haber sido ocupado continuamente durante tanto tiempo como un siglo (ver siguiente acápite). En todo caso, se requiere de mayores intervenciones en este sector para lograr contrastar alguna hipótesis relativa al tipo de ocupación presente en el siglo IX DC y si la misma se asoció continuamente con una precedente o posterior.
Construcción III
Un tercer momento constructivo, se observa en el recinto trapezoidal del sector noroeste (Figura 3, construcción III; Figura 5, cuadrículas C0, C1, C2, D0, D1, D2, E0, E1 y E2). La estrategia constructiva de esta estructura se presenta como la más informal de las relevadas para el sector: los muros se constituyen por bloques líticos apilados, presumiblemente obtenidos de la destrucción de las construcciones precedentes. Asimismo, el piso de la construcción I fue socavado de modo parcial; y el muro de la construcción II, reutilizado como cerramiento a los fines de realizar esta nueva construcción. El piso de este tercer momento se encuentra unos 10 a 15 cm por debajo de la superficie donde apoyan las paredes (a diferencia de construcciones previas en las que los muros apoyaban a la altura del piso), las cuales alcanzan una altura menor a los 50 cm. No se observa en este recinto ningún tipo de preparación o consolidación, aunque sí abundantes materiales en posición horizontal. Las dataciones 1136±21 AP y 1138±23 AP corresponden a carbones de este sedimento (Tabla 1; Figuras 3 a 6, piso C).
Ocupaciones tardías
Hay evidencias cerámicas de que El Sunchal tuvo algún tipo de ocupación durante el segundo milenio de la Era, cuya intensidad y extensión por el momento desconocemos, pero que consideramos hipotéticamente como estacional o eventual. Al respecto, y pese a la cantidad de superficie excavada en El Sunchal, solo se han recuperado algunos fragmentos dispersos (n<20) de cerámica de estilo santamariano, yocavil polícromo y famabalasto negro grabado. Los tiestos se hallaban en estratos superficiales, sin una asociación clara con otros componentes de ese periodo.
En suma, la conjunción de estratigrafía y dataciones radiocarbónicas obtenidas indican la presencia sostenida de ocupaciones y reocupaciones prehispánicas en El Sunchal desde inicios del primer milenio DC hasta momentos próximos a la invasión española, cuya intensidad presenta pulsos y manifestaciones arquitectónicas variables.
Los ensamblajes artefactuales
En lo que respecta al material cerámico, además de las vasijas ya descritas, se caracterizaron 5.050 tiestos. De lo analizado se desprenden una serie de tendencias relativamente estables y otras que presentan innovaciones a lo largo del tiempo. En primer lugar, destaca la primacía de los tipos gruesos (en general cercanos al 90%) por sobre los finos a lo largo de toda la secuencia.
Las pastas gruesas han sido habitualmente asociadas a vasijas de almacenaje o cocción, con lo cual su abundancia apunta a instalaciones de carácter residencial en las cuales los ocupantes necesitaron establecerse al menos durante una temporada. Las cocciones oxidantes también se mantienen relativamente estables en la secuencia (próximas al 90%), y abogarían por la presencia de tipos de cochura de piezas sostenidos a lo largo del primer milenio DC. A nivel de inclusiones, se observa una reducción de tamaño a lo largo de la secuencia en aquellas asociadas a vajilla de servicio, las cuales pasan de medianas y gruesas en la ocupación inicial, a finas y muy finas hacia el tercer lapso ocupacional (Franco 2019 y 2020).
A nivel morfológico, las características del conjunto responden a formas no restringidas de contornos simples, restringidas de contornos simples, y restringidas de contornos compuestos e inflexionados. Incluyen ollas esféricas con bordes evertidos o rectos, botellones, vasijas de contornos esféricos o subesféricos de cuello restringido, pucos y asas remachadas, en cinta o en botón (Figura 7-1a). Una pequeña aplicación felínica fue recuperada en la UE 012, asociada al siglo III DC; no se observaron otras similares con posterioridad (Figura 7-1c). Las excepciones a esta caracterización general se encuentran en el registro de la construcción III, allí se identificaron una vasija de base cónica, una pequeña vasija modelada con orificios en su base y una estatuilla ocelada (Figura 7-2c), todas ellas con características morfológicas no observadas con anterioridad. Otros atributos cerámicos que se presentan presumiblemente como innovaciones hacia el siglo X DC serían bordes entrantes, y asas en forma de herradura (Franco 2019) (Figura 7-2a). Al considerar los acabados de superficie, se observa que en mayoría casi absoluta (por encima del 97% del registro) los fragmentos presentan alisados, sin que se observe una preocupación mayor por la dimensión estética de la vasija resultante. Las variantes minoritarias incluyen la presencia de baños monocromos de color rojo, tanto en fragmentos gruesos como finos, y de incisiones con motivos geométricos (líneas paralelas o zigzagueantes, punteados). Hacia el siglo IX DC aparecerían algunas novedades técnicas que incluyen alisados presumiblemente realizados con marlos de maíz, pero dentro de un conjunto relativamente homogéneo con respecto al anteriormente mencionado. Las excepciones observadas, todas halladas dentro del piso de ocupación de la construcción III, incluyen algunos fragmentos negros pulidos (pertenecientes a un mismo puco de borde entrante), un colgante gris fino con motivos incisos distintivos -las incisiones generan campos geométricos lisos contrastantes- (Figura 7-2d)1, y un pequeño tiesto estilo Yocavil polícromo (que se ha considerado que migró desde estratos superiores en los cuales se recuperaron fragmentos afines) (Tabla 2). En cuanto al material lítico, se analizaron un total de 2.143 artefactos (Tabla 3). La comparación del material recuperado en los pisos mostró una serie de cambios y continuidades a lo largo de la secuencia ocupacional. Habitualmente, los conjuntos presentan la misma estructura de materias primas aprovechadas y estrategias de aprovisionamiento. Los recursos locales son preponderantes, ya que al cuarzo, la materia prima más aprovechada, se suman cuarcita, metagrauvaca, pizarra, sílice, esquistos y granitos (Tabla 3), todos ellos presentes en un rango de entre 0,5 km y 15 km de distancia del sitio. Tales recursos se encuentran disponibles tanto en fuentes primarias (afloramientos en los sectores de cumbre) como secundarias (ríos y arroyos de la cuenca). Además de estas rocas, la única materia prima no local en ambos conjuntos es la obsidiana (Tabla 3), que proviene de la fuente Ona identificada en la puna de Catamarca, ubicada a 240 km en dirección lineal con respecto a Anfama (Montegú 2022).
Por otra parte, la secuencia de producción se mantiene en los conjuntos, ya que los desechos de talla están presentes en casi todas las materias primas, pero solo se recuperaron núcleos de cuarzo, cuarcita y metagrauvaca (Tabla 3). Esto indica que, a lo largo de la ocupación del sitio, se utilizaron trayectorias productivas espacialmente diferenciadas. En el caso de los recursos más aprovechados (cuarzo, cuarcita y metagrauvaca), toda la secuencia se habría desarrollado hacia el interior del espacio residencial; mientras que otras rocas (pizarra, sílice, obsidiana) habrían ingresado en etapas intermedias y avanzadas de producción (lascas y formas-bases), tal vez en el marco de una organización secuencial entre canteras- taller y áreas residenciales.
Los instrumentos muestran una amplia diversidad de grupos tipológicos (Aschero 1975, 1983), lo cual habría permitido llevar a cabo múltiples acciones, entre ellas cortar, raspar, desbastar, perforar, ablandar, alisar, golpear, etc. (Tabla 4). En estas funciones los instrumentos permitirían el trabajo sobre otros materiales, tales como cuero, carne, grasas, vegetales no leñosos, maderas, óseo y arcilla. La variabilidad de filos, puntas y superficies líticas permitió a los actores afrontar diversas actividades domésticas a lo largo de la ocupación del sitio.
Frente a esta serie de características que se mantienen durante todas las ocupaciones de El Sunchal, hay algunos aspectos que se modifican al comparar los conjuntos. Por un lado, si bien la presencia de instrumentos compuestos (artefactos que en una misma pieza presentan dos o más especímenes morfológicos diferentes, que permiten distintas acciones primarias) se registra a lo largo de la secuencia, en el piso C se observa un aumento nominal y proporcional de tales artefactos (Tabla 4). Es de mencionar que los instrumentos compuestos se asocian a la mayor movilidad residencial de los grupos, debido a que la multiplicidad de funciones del instrumento favorece su aprovechamiento en circunstancias diversas y disminuye la cantidad de herramientas a transportar (Escola et al. 2014; Mércuri 2017; Nelson 1991). A su vez, los instrumentos compuestos habrían permitido minimizar el tiempo de producción, al ser factible confeccionar o aprovechar nuevos filos y puntas sobre instrumentos ya formatizados o utilizados, valiéndose del trabajo invertido anteriormente en la reducción y confección de la pieza (Figura 7-2g).
Por otra parte, en el conjunto del piso C tienen mayor presencia los filos, puntas y superficies naturales aprovechados sin formatización (lascas y litos naturales con rastros complementarios) (Tabla 4). En adición, la técnica de talla bipolar se incrementa considerando que los núcleos bipolares (solo en cuarzo y cuarcita) aumentan su representación y cantidad, y que se registran dos yunques, los cuales presentan en el centro de las piezas marcas de percusión concentradas (Tabla 3). De manera experimental, la talla bipolar en cuarzo muestra que los talones filiformes y puntiformes serían un producto de esta técnica más que de la talla por presión, dada la tenacidad del cuarzo, y que se generan abundantes desechos fracturados por las características internas de la materia prima (Egea 2018; Moreno y Egea 2020).
Finalmente, las preformas y puntas de proyectil tienden a disminuir en el piso C (Tabla 3). Considerando el contexto residencial del sitio, la disminución de estos instrumentos pudo deberse a que las tareas de producción, recuperación y reactivación de puntas de proyectil dejaron de realizarse en los lugares de residencia, para llevarse a cabo en otros contextos, tal vez en cotos de caza o en sitios logísticos. Por otra parte, en el conjunto del piso C no se registran piedras de honda, un instrumento particular que sí aparece con anterioridad (Tabla 4; Figura 7-1d). Tales instrumentos, de morfología ovoidal y formatizadas por pulido sobre rocas locales, habrían sido utilizados como proyectiles arrojadizos mediante el uso de hondas de cuero o tejidas. Su uso estaría vinculado a la caza, el pastoreo y los conflictos sociales o rituales (Chamussy 2012; Nielsen 2007). Artefactos similares han sido registrados en sitios arqueológicos cercanos y con similar cronología que El Sunchal, por lo que serían habituales en la vertiente oriental calchaquí durante el primer milenio DC (Caria y Míguez 2009; Heredia 1968; Rydén 1936; Schreiter 1934).
También se ha constatado la presencia de bloques líticos intervenidos -de hasta un metro de largo- en las inmediaciones de las U1 y U2 (hasta 250 m de la vivienda). Tres de ellos fueron identificados en las primeras prospecciones realizadas en el sector (Figura 2) y otros cuatro en campañas subsiguientes (Figura 8). Los bloques corresponden a los tipos 1, 2 y 4 definidos por Salazar y Franco Salvi (2020)2. En el caso de Anfama, los bloques intervenidos, asociados a la primera mitad del primer milenio DC, y se localizan tanto en sectores intramuros como exteriores próximos a las viviendas (Franco Salvi et al. 2020; Salazar y Franco Salvi 2020). A su vez, una de estas rocas fue utilizada para conformar los muros de la construcción III, sin ningún tratamiento preferencial en su integración como elemento constructivo, con lo cual se podría suponer que para ese periodo su función simbólica originaria ya no formaba parte de las tradiciones de los ocupantes.
Discusión
Los resultados obtenidos en El Sunchal permiten una aproximación en la que se articulan temporalidad, espacialidad, materialidad y memoria social. Tal como se ha desarrollado, en el sitio conviven registros multitemporales, que se ensamblaron de maneras dinámicas a lo largo de al menos 1.500 años de historia prehispánica, y que permitirían plantear una secuencia de al menos cuatro momentos de ocupación del sitio, tres de los cuales pueden asociarse a eventos constructivos. Esta característica lo asemeja a otros asentamientos arqueológicos del Noroeste argentino en los que también se han observado configuraciones temporo-materiales complejas y diacrónicas (Álvarez Larraín 2016; Lanzelotti y Spano 2015; Scattolin 2019; Taboada 2006, entre otros).
Un primer pulso de territorialización se observa hacia inicios de la Era Común (siglo I DC), momento en el que se estableció una vivienda de morfología circular (construcción I), cuyas características constructivas (muros de piedras lajas seleccionadas, presencia de pisos preparados y consolidados) abogarían por una estructura proyectada para ser ocupada con recurrencia (Diehl 1992, 1997). Para el mismo periodo se ha observado, tanto en Anfama (Salazar et al. 2022) como en la región (Franco 2022; Oliszewski 2017; Scattolin 2010, 2019), el desarrollo de cúmulos de viviendas, las que dieron inicio a un periodo caracterizado por la experiencia de residir y convivir en aldeas. En esa experiencia residencial innovadora también se ensamblaron animales domésticos, distintos artefactos -cerámicos, textiles, líticos-, memorias sociales compartidas y cultivos, dando forma a un proceso territorial intenso y relativamente continuo (Olivera 2001; Scattolin 2015; Uribe 2008). En el caso de El Sunchal, por el momento no podemos determinar si hubo más viviendas próximas que se asociaran a este pulso territorial inicial, pero sí que hubo otras coetáneas en la cuenca de Anfama, a distancias que oscilan entre la media hora y las dos horas de marcha a pie, marcando un patrón residencial general caracterizado por su dispersión (Moyano 2020; Salazar et al. 2022).
En adición, las tradiciones prácticas observadas en los distintos materiales recuperados en la ocupación inicial de El Sunchal no difieren sustancialmente de las observadas para otros sectores cercanos. Su arquitectura de patrón circular, donde destacan grandes patios centrales a los que se adosan recintos habitacionales de menores dimensiones, ha sido observada en ambas vertientes de los sistemas orográficos Aconquija -en su extremo norte- y Calchaquí -en su extremo sur- (Cremonte 1996; Oliszewski 2017; Salazar 2011; Salazar et al. 2022; Scattolin 2010; Sosa 1997).
La cerámica no se aleja estilísticamente de la observada en las tradiciones prácticas de la región. Se trata de piezas confeccionadas en pastas con antiplásticos gruesos (aun en vajilla de servicio), con amplio predominio de las cocciones en atmósferas oxidantes y escasas decoraciones -que cuando ocurren remiten por lo general a baños monocromos, motivos incisos geométricos y lineales- (Caria y Míguez 2009; Cremonte 1996; Heredia 1968; Salazar 2011; Scattolin 2007). Adicionalmente, los análisis de microrrestos (Molar 2021) constataron la presencia, en instrumentos de molienda, de silicofitolitos afines a maíz (Zea mays), zapallo (Angola mixta) y fibras vegetales, lo cual habilita a pensar en chacras con distintos cultivos en las cercanías de la vivienda.
Los conjuntos líticos muestran una tendencia a la expeditividad en cuanto a la organización tecnológica (Nelson 1991), predominando los diseños utilitarios en los que las herramientas se producen conforme a la función a ejecutarse (Escola 2004). En este marco, los únicos instrumentos conservados (sensu Nelson 1991) son las puntas de proyectil, ya que presentan una mayor inversión de producción y están confeccionadas en su mayoría en el único recurso no local (obsidiana). Esta es una tendencia general que también se observa en la mayoría de los conjuntos líticos del primer milenio DC en puna, valles y yungas (Carbonelli y Gaál 2015; Escola 2004; Míguez et al. 2009). La presencia de rocas intervenidas, enraizadas en tradiciones milenarias andinas (Aschero 2007; Scattolin 2020) y que se consolidan en este periodo de manera recurrente en los sitios arqueológicos de la cuenca de Anfama (Franco Salvi et al. 2020; Salazar y Franco Salvi 2020), también se manifiestan en el caso de El Sunchal.
Una segunda etapa (construcción II) se iniciaría hacia el siglo III DC y se extendería hasta el siglo VI DC. Arquitectónicamente, esto se expresaría en la construcción de un muro doble que cambió la morfología de la construcción precedente, modificando el sector norte de la construcción I. Debido a la escasez de mayores indicadores arquitectónicos, no está claro si es una única ocupación con continuidad temporal o múltiples eventos de reutilización, aunque la presencia de macro y microrrestos de maíz y cucurbitáceas, instrumentos de molienda y de abundantes objetos líticos y cerámicos permitirían pensar en ocupaciones residenciales de cierta extensión temporal. No se observa en los conjuntos materiales diferencias morfológicas-estilísticas significativas en relación con las dataciones precedentes, con lo cual podría pensarse en tradiciones prácticas y memorias sociales continuas, en las que el grado de territorialización continuó siendo relativamente intenso.
A diferencia de lo que ocurre en otros sectores de Anfama como Mortero Quebrado y el Valle de Tafí, donde algunas viviendas habrían sido habitadas con un elevado grado de recurrencia durante más de 500 años (Salazar 2011; Salazar et al. 2022), en El Sunchal es factible que la residencia primigenia haya sido abandonada en algún momento de la primera mitad del primer milenio DC, y reocupada modificando el patrón constructivo original. Aun así, las ocupaciones no dejaron de formar parte de un proceso de territorialización ampliable a distintos puntos de la cuenca de Anfama, la cual presenta evidencias de numerosos sitios ocupados entre al menos los siglos I DC y VI DC. En ellos, además de una morfología arquitectónica similar, se presentan ensamblajes materiales en los que recurrentemente se vinculan bloques líticos intervenidos, evidencias de cultivos, estilos cerámicos comunes, estrategias de producción lítica similares y obsidianas de origen puneño, entre otros (Molar 2021; Montegú 2018; Salazar et al. 2022).
Una tercera etapa (construcción III) observada hacia el siglo X DC implicaría algunos cambios marcados respecto de las ocupaciones precedentes, en tanto la construcción del recinto implicó la destrucción parcial del sector norte de la construcción I. La arquitectura circular de lapsos previos fue reemplazada por otra de forma subrectangular cuya construcción se manifiesta en muros de rocas bajos y simples, que no definen una hilada regular, sino que, por el contrario, dan apariencia de un amontonamiento sobre el cual se sujetaron otros materiales, probablemente perecederos.
La informalidad de los muros, la morfología constructiva despareja, la ausencia de pisos consolidados, la escasa inversión de trabajo, el reducido espacio construido (15 m2 aprox.) y la presumible necesidad de un mantenimiento estructural recurrente constituyen elementos que refuerzan la hipótesis de una instalación residencial proyectada para una ocupación de corta duración, o cuanto menos con un grado de movilidad residencial mayor a las precedentes (Diehl 1992, 1997; Tomka 1993). Por otra parte, la desaparición de los patios, la presencia de muros más bajos y la reducción del tamaño de los recintos hacia fines del primer milenio DC han sido marcadas por Scattolin (1990) para el Valle de Yocavil, situación que aquí se reitera.
En adición, análisis de procedencia de materias primas líticas y cerámicas, así como de funcionalidad lítica, refuerzan la hipótesis de una instalación con un grado de movilidad residencial mayor a los anteriores (Franco 2020; Montegú 2022). El hallazgo de macro y microrrestos de maíz y cucurbitáceas sugiere la presencia de cultivos o al menos que los vegetales domésticos tenían importancia en la dieta, mientras que una mandíbula de camélido recuperada en el recinto también sugiere el consumo de recursos cárnicos (Molar 2021).
En el piso ocupacional de la construcción III, se recuperó un vasto conjunto doméstico constituido por abundantes restos cerámicos y líticos, incluyendo fragmentos de vasijas de tamaños variados, tubos de pipa y estatuillas zoomorfas cerámicas, cuchillos, raspadores, alisadores, dos puntas de proyectil triangulares apedunculadas de obsidiana y dos núcleos bipolares de cuarzo y cuarcita. La alfarería identificada presenta una relativa continuidad morfoestilística en relación con la observada para momentos precedentes, pero también se observan algunas innovaciones importantes. Las principales a nivel macroscópico fueron la presencia de grupos alisados por marleado y de algunas morfologías novedosas, sin que se observen mayores variaciones de conjunto en otros indicadores como atmósferas de cocción, pintura o policromía (Franco 2019).
Por otra parte, y a diferencia de las ocupaciones precedentes, se observa una proporción más elevada de vasijas remontables o con alto grado de integridad (Franco 2019), lo cual también sugiere que el abandono habría sido menos planificado que en momentos previos o tal vez previendo un posterior retorno. Respecto a este punto, Tomka (1993) ha observado una relación inversa entre la cantidad de artefactos dejados en una residencia y el tipo de abandono proyectado -estacional, episódico o permanente-. En este caso, la elevada densidad artefactual recuperada reforzaría la presunción de un abandono con proyección de reocupación, tal vez dentro de circuitos de movilidad residencial estacional.
A nivel microscópico, la caracterización de cortes delgados permitió observar pastas finas sin agregado intencional de antiplásticos, mayor variabilidad en las inclusiones identificadas, la ampliación en los savoir faire alfareros en relación con momentos precedentes, y también una variabilidad mayor en las fuentes de materias primas cerámicas (Franco 2019, 2020). La presencia de un tiesto estilísticamente único en el sitio, con un orificio de engarce para ser utilizado como colgante, sugiere algún tipo de interacción esporádica con otras poblaciones de la región. La tecnología lítica de este momento, si bien presenta características generales similares al anterior (estrategia expeditiva y diseños utilitarios), también exhibe cambios importantes que sugieren ocupaciones residenciales menos estables, como es el caso de los instrumentos compuestos.
Las prospecciones intensivas realizadas en la cuenca de Anfama (Salazar et al. 2022) no han evidenciado la presencia de otros sitios con similar cronología a esta tercera etapa constructiva, lo cual refuerza la idea de un pulso de territorialización leve, en el que tal vez se asentaron grupos de forma estacional o durante pocas temporadas. Cremonte (1996) detalló marleados en fragmentos cerámicos recuperados en sondeos realizados en El Potrerillo -2 a 3 horas de marcha hacia el sur de El Sunchal-, lo que podría constituir un indicador de una ocupación relativamente sincrónica y cercana en aquel sector. La presencia de una datación previa en El Sunchal, estadísticamente asignable al siglo IX DC pero que por el momento no es posible vincular a alguna construcción arquitectónica, se asoció también a fragmentos cerámicos marleados de grandes dimensiones, evidencias de combustión y una cuenta de mineral de cobre de origen no local. Esta situación sugiere que el sitio era ocupado hacia ese momento, tal vez esporádicamente, y que se encontraba inserto en redes de interacción similares a las posteriores.
Un aspecto a considerar en relación a las variaciones entre la segunda y la tercera etapa constructiva, es que los últimos siglos del primer milenio DC marcan en la región ciertas transformaciones territoriales que trastocan la vida aldeana como se había producido hasta el momento. El abandono de numerosos sitios, p.ej., El Pedregal (Valle de La Ciénega) o La Bolsa 1 (Valle de Tafí) hacia el siglo IX DC (Cremonte 1996; Franco Salvi et al. 2014; Salazar 2011), implica también el fin de una configuración arquitectónica replicada a lo largo de casi un milenio a escala regional y también de modificaciones en los saberes técnicos y presentaban una continuidad marcada. Esto se ubica en un proceso macrorregional de tensiones, transformaciones estructurales que remodelaron las relaciones sociales que habían perdurado a lo largo de gran parte del primer milenio DC (Gordillo y Leiton 2015; Scattolin 2020; Tarragó 2000).
La información sobre ocupaciones sincrónicas en sectores vecinos es aún escasa, hallándose sitios que presentan ocupación anterior y posterior, como Morro del Fraile (Nastri et al. 2010) y El Remate/Los Zazos (Aschero y Ribotta 2007), y otros que comenzarían a ser poblados en el mismo lapso, como Morro de Las Espinillas (Scattolin 2003b, 2020) y El Colorado (Palamarczuk et al. 2020), todos ellos en el Valle de Yocavil. Es decir, las evidencias radiocarbónicas disponibles sugieren para la época un creciente proceso de territorialización hacia los Valles Calchaquíes con la aparición de nuevos poblados, algunos de los cuales serán ocupados durante los cinco siglos posteriores; y uno de relativa desterritorialización en sectores como Tafí, La Ciénega y Anfama, en los que no se observa la presencia de concentraciones aldeanas (Franco 2022; Scattolin 2010).
Si bien los cambios observados en la arquitectura, cerámica e instrumental lítico apuntan en un sentido de menor intensidad territorial de las ocupaciones en El Sunchal, también marcan la presencia de una memoria social que estaría siendo reformulada hacia esa época, en tanto los saberes técnicos tradicionales incorporan manifestaciones otrora inéditas, mientras que objetos cúlticos como las rocas intervenidas parecen haber perdido su relevancia previa. Otros tipos de lazos sociales, como aquellos vinculados a la circulación de obsidianas puneñas y cuentas de mineral de cobre parecen, sin embargo, mantenerse para este periodo.
Un cuarto y último momento implicaría algún tipo de ocupación durante el segundo milenio DC, identificado a partir de la presencia ocasional de estilos cerámicos tardíos (Famabalasto negro grabado, Santamariano bicolor, Yocavil Polícromo) en los rellenos superficiales del sitio. La escasa proporción de los mismos sugeriría que estas ocupaciones tampoco fueron de una intensidad marcada en El Sunchal, pero podrían vincularse con otros sitios ocupados en Anfama para el periodo como Casa Rudi y La Laguna (Vázquez Fiorani 2019).
Consideraciones Finales
A modo de cierre, las distintas estrategias metodológicas han permitido recuperar algunos retazos del continuum de construcción de espacialidad en El Sunchal. Si bien estos son más sencillos que los originales, permiten identificar diferencias en los procesos de ser/estar/habitar el paisaje y dan cuenta de múltiples eventos de ocupación a lo largo de la historia prehispánica. Tal como se ha señalado, la recurrencia en el uso de un espacio no se encuentra necesariamente vinculada a una memoria social estática o única, sino que, por el contrario, se pudieron identificar distintos procesos sociotemporales que implican intensidades diferenciables de territorialización y desterritorialización, y consecuentemente, variabilidad en los ensamblajes materiales.
En este sentido, se considera que la particularidad de El Sunchal radica en su condición de “lugar persistente” (sensu Schlanger 1992), lo que lo diferencia de otros lugares de la cuenca de Anfama. No se trata estrictamente de un “único” sitio (entendido como una concentración de materiales culturales pertenecientes a una ocupación continua), ni simplemente de un paisaje. Es decir, la forma de conformación de estos lugares implica que no es simple espacialidad, sino puntos específicos que evidencian múltiples relaciones entre prácticas humanas que se materializan a nivel arqueológico en ensamblajes de materialidades, temporalidades y memorias diversas, en los que registros similares pueden implicar configuraciones sociales diversas.