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Ultima década

On-line version ISSN 0718-2236

Ultima décad. vol.14 no.24 Santiago July 2006

http://dx.doi.org/10.4067/S0718-22362006000100005 

Última Década, 24, 2006:81-97

SUBJETIVIDADES JUVENILES

 

¿NUEVA NORMATIVIDAD DELCOMPORTAMIENTO SEXUAL
JUVENIL EN CHILE?
*


NOVA NORMATIVIDADE DO COMPORTAMENTO SEXUAL
JUVENIL NO CHILE?


NEW NORMATIVES OF THE JUVENILE SEX
BEHAVIOUR IN CHILE?


Jaime Barrientos Delgado

Universidad Católica del Norte, Escuela de Psicología, Antofagasta, Chile. Doctor en Psicología Social, Profesor Asociado.

Correo para Correspondencia



RESUMEN


El artículo intenta discutir las transformaciones que están acaeciendo en la vida sexual y afectiva de los jóvenes chilenos desde una perspectiva psicosocial. La sexualidad estaría en transición desde un modelo centrado en ciertas normas, hacia otro, en que, sin renunciar a las normas, éstas se han transformado intensamente, ya sea diversificándose, flexibilizándose o, incluso, rigidizándose. Se discute este cambio concentrándose en el inicio sexual, usando diversos datos existentes en Chile sobre el tema.

Palabras clave: Sexualidad, Normas, Transformación



RESUMO

O artigo tenta examinar as transformações que estão ocorrendo na vida sexual e afetiva dos jovens chilenos, a partir de uma perspectiva psicosocial. A sexualidade estaria em transição, de um modelo centrado em certas normas, para outro, no qual, sem renunciar às normas, estas se transformaram intensamente, seja diversificando-se, flexibilizando-se ou mesmo, tornando-se mais rígidas. Discute-se esta mudança concentrando-se no início da vida sexual, utilizando diversos dados existentes no Chile sobre o assunto.

Palavras chave: Sexualidade, Normas, Transformação



ABSTRACT

The article tries to discuss the transformations that are happening in the sexual and affective life of the Chilean young from a psycosocial point of view. The sexuality would be in a transition, from a model centered mainly in certain rules, to another one in which, without avoiding the rules where these have been deeply modified, becoming diversified, flexible or even more rigid. It is discussed that this change centered in the sexual initiation, using information diverse existing information in Chile on the topic.

Key words: Sexuality, Norms, Changes



I.     Introducción

En el mundo actual se han producido transformaciones significativas en la vida íntima. Las fuentes de autoridad tradicionales como la religión y la familia patriarcal están siendo sometidas a una intensa y constante presión. Paralelamente, un marcado individualismo se está convirtiendo en la norma para muchas sociedades occidentales, si bien, éste no es un proceso homogéneo, sino que adquiere características diferentes a las descritas en el norte europeo. Incluso en países tan próximos, como Chile y Brasil, es un proceso diferente en la medida que éstos tienen enormes contrastes sociales, culturales y económicos. Por ejemplo, en Chile, este individualismo se puede advertir en la evolución de los derechos patriarcales dentro de la familia que han soportado una profunda erosión, a pesar de lo cual, la mujer se encuentra todavía al frente de la mayoría de las tareas domésticas y continúa siendo objeto de la violencia física y psicológica (Sernam, 2002). Por tanto, como lo ha dicho Jeffrey Weeks (2002:137), «se estaría asistiendo a una paradoja: pues si bien es cierto que las relaciones entre hombres y mujeres están inmersas en un profundo proceso de re-negociación, este proceso tiene lugar dentro de unas condiciones que garantizan la permanencia y continuidad de la hegemonía del hombre dentro de las áreas dominantes del poder». Más aún, según Weeks, se está en una «desestabilización de lo que se ha dado en considerar las relaciones tradicionales entre hombres y mujeres» (2002:137). Esta perturbación ha dado paso a una era de incertidumbre en la que muchas de las nociones heredadas de género y sexualidad están siendo sometidas a un cuestionamiento jamás antes visto, si bien, a la vez, crece la reflexividad de la sexualidad.

Por tanto, en la actualidad, se viviría, desde esta perspectiva, en el final de una larga e inconclusa «revolución sexual»en la que la masculinidad-la feminidad, la normalidad-anormalidad y la naturaleza de la vida íntima se están viendo sujetas a profundas transformaciones (Weeks, 2002).

No obstante, si se desea analizar los cambios que han acontecido en el plano normativo en materia sexual en Chile y en el mundo occidental, una primera interpretación debe ser descartada (o al menos cuestionada), tal como lo ha señalado Michel Bozon (2004b). Esta explicación, bastante conocida y utilizada, afirma que los cambios actuales en la normatividad sexual son únicamente producto de la «revolución sexual»comenzada a fines de los 60 y comienzos de los 70, fenómeno que habría contribuido a disminuir las constricciones y las normas anteriores en materia de sexualidad. Esta visión, casi mesiánica a la que se le imputa toda la responsabilidad de los cambios acaecidos en la vida sexual y afectiva, no contempla las heterogeneidades que la «revolución» pero, también, el proceso de individualización adquiere en los diversos países del mundo. Esta perspectiva tampoco considera las condiciones socioculturales propias de cada país: la dictadura militar en Chile ha dejado una huella imborrable y aún no estudiada en la sexualidad (Rajevic, 2000). Por tanto, hay que utilizar cuidadosamente esta noción.

Más bien, como bien lo señala Bozon (2004a), haciendo una interesante relectura de Michel Foucault, los cambios acontecidos en las pautas sexuales deberían ser entendidos como el paso de una sexualidad construida por controles externos a ella misma, como la iglesia católica, ejército y la familia en Chile, a una organizada por el sujeto y su pareja de manera contingente, circunstancial y situacional. Entonces, se trata más que de una emancipación de la sexualidad, de una individualización e interiorización que provoca un deslizamiento y una nueva ordenación de los requerimientos, controles y expectativas socioculturales. Este cambio ha inducido una descomposición y multiplicación de variadas y heterogéneas trayectorias sexuales/afectivas e, incluso, una rigidización de algunas normas, como sucede con la fidelidad y no una liberación o un «libertinaje»como ha sido señalado en Chile desde la iglesia y la derecha política. En otras palabras, lo más importante de las mutaciones que acaecieron en la sexualidad luego de los años 60 no tendría que ver inicial o únicamente con la «revolución sexual», sino que con otros cambios socioculturales que conmovieron al mundo y a Chile, como la dictadura militar, la masificación de la educación, el uso de anticonceptivos o el importante ingreso de las mujeres al mundo del trabajo remunerado.

Pero, en una sociedad como la chilena, en la que perduran las desigualdades entre los sexos, las clases sociales y las etnias, los sujetos, independientemente que las normas hayan cambiado o estén cambiando y se estén diversificando rápidamente, se ven obligados a organizar sus prácticas y su identidad social y sexual, dándole sentido a su vida sexual y a sus experiencias íntimas. Así, este nuevo escenario no se traduce en que los sujetos no sigan estando subordinados a juicios sociales muy estrictos y diferenciales en función de la edad, sexo, nivel socioeconómico, etnia o, inclusive, práctica religiosa. Por ejemplo, el estricto control de los padres respecto a la «virginidad femenina», se transforma en una fuerte vigilancia del comportamiento socio-sexual desde el grupo de pares. Ahora, son las amigas quienes sostienen el control del comportamiento sexual adecuado, sancionando las transgresiones o desviaciones.

Para poder referirse a los cambios en las normas, el concepto de «trayectorias sexuales-afectivas» es fundamental. Una «trayectoria sexual» narra los caminos generales y típicos por los cuales, las personas, de algunas sociedades y generaciones sexuales, han ordenado los eventos más relevantes de su vida sexual. Asimismo, describe la interacción entre el individuo y la sociedad: ésta provee de los contextos sociales y temporales para la planificación biográfica y el balance, como también, los caminos para adaptarse a los cambios tanto en la esfera pública, como privada.

Diversas investigaciones actuales insinúan que se estarían creando una serie de nuevas contingencias para las trayectorias y biografías sexuales (Bozon, 1998). Los procesos de modernización y globalización estarían forjando una nueva serie de arreglos en los cursos de vida de las personas, induciendo que éstos sean más dinámicos, menos estandarizados y rígidos, más contingentes y autodirigidos. Además, el análisis de las biografías sexuales introduce nuevos elementos para una nueva y mejor comprensión sobre las actuales transformaciones de las costumbres familiares, conyugales y sexuales (Bozon, 1998).

Asimismo, la actividad sexual ha dejado de ser un atributo exclusivo de las personas casadas o en edad de tener hijos (Bozon, 1998; Haavio-Manila et al., 2002) y, por tanto, la tendencia es hacia la ampliación y diversificación de las trayectorias sexuales y afectivas (Bozon, 2002). En primer lugar, este seria un cambio caracterizado por una extendida juventud. El paso de la vida juvenil a la adulta, puede involucrar matrimonio o diversas formas de convivencia o cohabitación: tener hijos se ha retrasado o se resiste de forma cada vez más creciente, debido a la crisis de la nupcialidad y el matrimonio, al surgimiento de nuevos modos de unión conyugal y al aumento de la proporción de mujeres que viven en familias monoparentales. Además, esta ampliación se caracteriza por la continuación de la vida sexual en las personas de más edad. Por ejemplo, las personas mayores si se divorcian o enviudan, no persisten solteras sino que buscan una segunda oportunidad con nuevos matrimonios y nuevas familias. También, cada vez menos se observa a la vejez como el límite superior de la actividad sexual tanto en hombres, como en mujeres (Barrientos, 2003). No obstante, pese a lo antes descrito sigue persistiendo una brecha en la sexualidad de las personas mayores, a favor de los varones ya que se advierte que éstos tienen una mayor facilidad para mantener la actividad sexual, no sólo por la nueva generación de tratamientos existentes para las disfunciones sexuales como el Viagra, sino también, por la facilidad para conseguir nuevas parejas en el caso de separarse, divorciarse o enviudar.

En síntesis, estos cambios han creado una renovación más general de las edades y el ciclo vital induciendo una desestabilización de las transiciones biográficas, dado el carácter más reversible de los pasos. Por ejemplo, aumenta la movilidad conyugal y así, la edad de un individuo, predice menos su estatus matrimonial. Por tanto, se puede afirmar que en la sociedad actual, con la evolución de la temporalidad biográfica de la sexualidad y la afectividad antes descrita, reina un imperativo difuso e implícito de no interrumpir nunca la actividad sexual independiente de la edad, estado de pareja o, incluso, estado de salud física o mental, si bien, por cierto persisten algunas diferencias de género (Bozon, 1998).

En otro sentido, es significativo recordar que el comienzo de la biografía sexual de un sujeto está marcado por el «inicio sexual», hecho que no puede ser confundido, ni con el pasaje puramente biológico asociado a la menarquia en la mujer, ni con el límite socialmente reconocido de inserción en la vida conyugal: el «matrimonio» (Bozon, 1998).

El inicio es un momento decisivo en la vida de las personas representado como un «rito de pasaje»hacia la vida adulta, aunque esto está modificándose (Haavio-Manila et al., 2002). El tiempo ideal para el inicio depende cada vez más de los grupos de referencia de los jóvenes y la presión que éstos ejercen hacia la conformidad (Lagrange y Lhomond, 1997); no obstante, durante mucho tiempo, el matrimonio fue visto como el momento ideal para la entrada a la vida sexual y para tener hijos (Haavio-Manila et al., 2002). Además, el tiempo de vida sexual preconyugal es menor para las mujeres (Bozon, 1998; Bozon y Kontula, 1998), si bien, esto puede estar modificándose: si antes las mujeres se iniciaban sólo por amor («prueba de amor») y los hombres por atracción, curiosidad y deseo, hoy en día, muchas más mujeres se inician por atracción, curiosidad y deseo, advirtiéndose, igualmente, una visión femenina mucho más «instrumental» del hombre (Conasida y Anrs, 2000). También hoy en día muchas más mujeres tienen una mayor experiencia sexual antes de la vida conyugal, por un aumento de la duración de la vida sexual preconyugal, aunque se siga valorando la virginidad en las mujeres (Bozon, 2003). Del mismo modo, el inicio es más precoz que antes en hombres y mujeres, si bien el cambio más fundamental es la sincronización de las edades de inicio de hombres y mujeres y así para las cohortes más jóvenes la diferencia es de tan solo 1.5 años (Tabla 1).

Tabla 1
Medianas de edad para inicio sexual de hombres y mujeres en Chile

Edad mediana del inicio sexual

Cohortes nacidas en 1950

Cohortes nacidas en 1975

Mujer

Hombre

Mujer

Hombre

20,6

16,9

18,9

17,4

Fuente: Bozon, 2003.

Asimismo, los eventos sexuales significados como claves en la vida de las personas seguirán un orden determinado: se espera que sólo después de enamorarse se tengan relaciones sexuales y luego vivir juntos o cohabitar y, por último, tener hijos y casarse (Haavio-Manila et al., 2002). Sin embargo, cada vez más las personas se divorcian y separan y se vuelven a casar o inician una relación conyugal sin matrimonio o evitan tener hijos (Bozon, 1998). Por tanto, el impacto que cada evento tenga en la vida de muchas nuevas generaciones es diferente, a la huella de los mismos eventos en generaciones anteriores, por el estatus actual desigual del matrimonio, la ausencia previa de leyes que regulaban el divorcio o las actuales bajas tasas de fecundidad.

II.   Cambios recientes del contexto sociocultural

Se han descrito numerosas transformaciones como generadoras de la emergencia de una nueva normatividad sexual (Bozon, 2004a). A continuación se describirán algunas.

En muchos países desarrollados del mundo y en Chile, la propagación de la contracepción médica ha contribuido a disminuir el peso que tenían los embarazos no deseados, lo que se ha traducido para las mujeres en nuevas maneras de vivir la experiencia sexual no centradas en el miedo al embarazo y sus consecuencias. Lo anterior, ha acontecido en el contexto más general de medicalización de la vida y la sexualidad a partir de los años 60. Por ejemplo en Chile, las tasas de fecundidad han disminuido notablemente de 2.8 hijos en 1978 a 1.9 en el 2003 (Ine, 2006) y, paralelamente, el uso de métodos anticonceptivos ha aumentado de 600.374 usuarias en 1990 a 1.075.249 en el 2003 (Ine, 2006).

Otro dato es que el matrimonio institucional se ha debilitado, si bien, no ha desaparecido la aspiración a estar/tener pareja, sino que más bien se diversifican las trayectorias conyugales y afectivas, existiendo momentos con parejas y otros sin ellas o diversas formas de designar la vida en pareja. En Chile, las tasas de nupcialidad han disminuido de 7.7 matrimonios por mil habitantes en 1980 a 3.6 en el 2003 (Ine, 2006); el número de matrimonios ha bajado de 87.205 en 1995 a 56.659 en el 2003 (Ine, 2006); y la edad media para contraer matrimonio ha aumentado en hombres de 26.6 años en 1980 a 30.6 en el 2003 y en mujeres de 23.8 años a 27.9 (Ine, 2006). Asimismo, el período de tiempo de vida sexual preconyugal ha aumentado a 13.5 años en hombres y a 8.4 en mujeres. Igualmente, la cohabitación ha aumentado notablemente y, por ejemplo, la probabilidad que una persona mayor de 14 años estuviese conviviendo aumento en un 160%, entre el 1982 al 2002 (Rodríguez, 2004). Por ultimo, el porcentaje de hijos nacidos fuera del matrimonio se amplió de un 34.3% en 1990 a un 52.2% en el 2004 (Ine, 2006). No obstante, la valoración del matrimonio como institución es aún alta en el país (Inglehart et al., 2000; Barrientos, 2003).

Otro factor importante a considerar ocurre en el ámbito vida familiar, donde se observan nuevos y más grandes márgenes de maniobra para sus respectivos miembros, fundamentalmente para las mujeres jóvenes, que en las últimas décadas han ganado una autonomía material considerable dada su mayor participación en el mercado del trabajo. Por ejemplo, se acrecienta la representación de las mujeres en la tasa de actividad económica de la población de 15 años y más de 31.7% en 1990 a 37.8% en el 2004 (Ine, 2006).

Además, se modifica marcadamente la estructura de las familias desde 1970 al 2002 (Ine, 2006), creciendo los hogares unipersonales de 5.7% a 8.3%, los nucleares de 30.3% a 57.9% y disminuyendo los extensos de 47.4% a 23.4%. No obstante, la división sexual del trabajo doméstico y parental exhibe aún una gran inmovilidad, lo que contrasta con el ideal de igualdad entre los sexos. Recientes estudios señalan que existe un acuerdo en torno al reconocimiento del ingreso de las mujeres al mundo laboral mientras ellas prioricen su función maternal y se sometan a los mandatos morales concernientes a su comportamiento (Sernam, 2002).

Además, se advierte que mientras las sociedades se secularizan y declina la influencia de las instituciones que transmiten principios absolutos, las fuentes de información sobre sexualidad se hacen cada vez más difusas, a la vez que se multiplican. Por ejemplo, los jóvenes se refieren a aquello que hacen sexualmente o a aquello que hacen quien ellos conocen, utilizando comentarios vulgares de lo que leen en las revistas o de lo que ven en la tv (en programas juveniles como «Rojo») o de lo que escuchan por la radio (en programas como el del «Rumpi»). Estas nuevas fuentes de información esperan públicos diversos, pero sus capacidades de imponer y de vigilar directamente los comportamientos sexuales son frágiles, ya que no aparecen ligadas a aparatos de control social y de sanción eficaces, lo que, probablemente, crea la paranoia de la derecha política chilena de la caída en el «caos y libertinaje», cuando se interpela desde la sociedad civil, por cambios y transformaciones en temas como el divorcio, las políticas preventivas hacia el sida o la homosexualidad.

Se intentará presentar cómo estos cambios han —o podrían estar— perturbando la normatividad sexual juvenil.

III.  Normas de ingreso en la vida sexual

Actualmente la renovación de las pautas relativas a la vida sexual y afectiva que dan paso a la sexualidad adulta no constituiría una emancipación sexual en sentido estricto, más bien, el paso a una vida sexual activa está sujeta a una norma de grupo y relacional, construida en/por la pareja. Muchas cifras de las ya mencionadas apoyan esta afirmación.

Asimismo, en segundo lugar, desde una mirada generacional, se advierte que los jóvenes chilenos son más precoces que sus antecesores, si bien el cambio más fundamental es la homogeneización de las edades de inicio de hombres y mujeres, tal como se observa en la Tabla 2.

De la misma forma, en tercer lugar, la primera relación sexual se da en Chile mucho más pronto en la historia de una relación de pareja, poco tiempo después del primer encuentro sexual y, además, este evento no concuerda con la entrada a la vida matrimonial. La mediana de edad de hombres está en los 17 años y en mujeres en los 18, si bien estas cifras se modifican, si se asocian con variables sociodemográficas como la clase social, religión o grado de escolaridad alcanzado (Conasida y Anrs, 2000).

Tabla 2
Edad mediana de iniciación sexual en Chile
por sexo e intervalos de edad

Año de

nacimiento

Edad

Mujer

Hombre

Mediana

N

Mediana

N

1929 – 1933

65 – 69

19.9

180

17.7

102

1934 – 1938

60 – 64

20.3

169

16.7

111

1939 – 1943

55 – 59

20.5

190

17.3

135

1944 – 1948

50 – 54

21.3

244

17

171

1949 – 1953

45 – 49

18.9

237

16.8

194

1954 – 1958

40 – 44

19.8

384

16.7

289

1959 – 1963

35 – 39

19.5

482

16.9

291

1964 – 1968

30 – 34

20.2

431

17

293

1969 – 1973

25 – 29

18.7

365

17.5

266

1974 – 1978

20 – 24

18.9

333

17.4

285

1979 – 1989

18 – 19

18

148

16.7

107

Total

19.5

3163

17.1

2244

Fuente: Conasida y Anrs, 2000.

No obstante, este acceso a la sexualidad adulta está subyugado a normas que pueden parecer contrapuestas entre sí, o incluso paradójicas. Por ejemplo, por una parte, se espera naturalidad del acto sexual y, por otra, se espera un comportamiento protegido desde la actual política de prevención del sida y las ets. En cuarto lugar, un hito común de la recomposición de las normas que afectan la primera relación es el surgimiento de un «ideal de primera relación sexual» que se traduce en una interiorización y psicologización de las expectativas construidas socialmente, reglas que son exigentes, especialmente, hacia las mujeres. Por tanto, en ellas aparece la idea que si la primera relación no se despliega en una relación amorosa elegida o motivada por este sentimiento, aunque no suponga matrimonio, ello se traducirá en graves consecuencias (embarazos no deseados, ets o sida). En los hombres este imperativo no tiene fuerza, ya que ellos se inician por curiosidad o atracción, mientras que el amor es secundario (Tabla 3). De esta forma, se localiza aquí una versión transmutada de la vieja norma, según la cual la primera relación de toda mujer debía ser con el hombre con quien ésta se casaba, es decir, su esposo y sólo en el contexto del matrimonio. Este cambio generacional se confirma en la proporción importante de mujeres mayores que declaran haberse iniciado con una «prueba de amor» a sus futuros cónyuges sólo cuando comenzaban su vida matrimonial, versus las más jóvenes que dicen iniciarse con sus parejas, sean estos pololos o novios, en un contexto afectivo, no necesariamente a través del matrimonio (Conasida y Anrs, 2000; Injuv, 2001; Ordhum, 2005).

Tabla 3
Principal motivo declarado para tener la primera relación sexual
por sexo en la ciudad de Antofagasta

Sexo

Principal motivo para tener relaciones sexuales (%)

Curio-sidad

Atracción

Amor

 

«Prueba

amor»1

Casamiento

Presión

pares

Otro

 

Abuso

sexual

NR

 

Hombre

24.9

44.7

17.1

2.7

2.7

3.9

1.9

1.6

0.4

Mujer

9.8

14.9

48.2

7.1

14.9

2.4

1.2

1.6

0

Total

17.4

29.9

32.6

4.9

8.8

3.1

1.6

1.6

0.2

Fuente: Ordhum, 2005.

La situación descrita anteriormente se confirma con datos del Injuv que muestran que más mujeres jóvenes que hombres, señalan tener relaciones sexuales con parejas calificadas como «estables», mientras que los varones, principalmente, con parejas «ocasionales» (2001). Por esto, probablemente, se difunden nuevas formas de calificar la pareja sexual que si bien no refieren al matrimonio, como el pololeo, invocan una noción de compromiso, situación que afecta más enérgicamente a las mujeres y así, pese al individualismo, se viviría en un momento de «renacimiento del romanticismo» (Kontula y

No obstante, la fase de la vida que se despliega entre la primera relación sexual y el ingreso a la vida conyugal continúa siendo evaluada socialmente según criterios diferentes que tienen en cuenta fuertemente el sexo del sujeto, si bien este «doble patrón» se ha ido flexibilizado. Por ejemplo, actualmente respecto a las relaciones prematrimoniales, éstas también se consienten mucho más para las mujeres, si bien son menos aceptadas que las relaciones prematrimoniales de los hombres, tal como se observa en la Tabla 4.

Tabla 4
Actitudes hacia las relaciones prematrimoniales en Chile (%)

 

Mujer

Hombre

Mujer

67.5

67

Hombre

75.3

77.7

Fuente: Conasida y Anrs, 2000.

Por ultimo, se ha transitado del control adulto respecto a la vida sexual de las mujeres jóvenes, especialmente desde las abuelas y madres, a uno más interno y, cada vez más, a una intensa coacción de los amigos/as. Según Bozon (2004b), la obstinación de muchas jóvenes chilenas en marcar que se han iniciado sexualmente con sus pololos o novios, es decir, en el contexto de una relación de compromiso, señala la permanencia del guión sexual antiguo dirigido, fundamentalmente, a las mujeres, que asociaba sexualidad y conyugalidad, norma que es, al mismo tiempo, legitimada por los pares.

IV.  Normas sexuales: ¿permanecen o decaen?

Si bien siempre han existido pautas socioculturales que han regulado la sexualidad, la transformación de los hábitos ha modificado sus funciones y efectos. Cada vez más las reglas han ido dejando de ser imperativos externos, absolutos e intangibles fundados en criterios derivados de la religión o un grupo social; cada vez menos, valen para vigilar o fustigar la juventud, la convivencia antes del matrimonio o la homosexualidad.

Las normas sexuales se hacen internas, fijando, ordenando e interpretando los sentidos de los comportamientos, en función de la situación y las experiencias vividas, así como de las contingencias socioculturales o de salud, demandando coherencia y consistencia subjetiva (Bozon, 2004a). Por ejemplo, muchos jóvenes deciden si usar o no preservativos, pese a la interpelación pública a hacerlo. También, la pareja es la que decide qué prácticas sexuales se realizarán y, por tanto, no se sigue el precepto social que exige el sexo vaginal con fines únicamente reproductivos. De esta forma, prácticas antes descartadas del contexto conyugal, hoy en día se incorporan con más frecuencia en las nuevas generaciones sexuales chilenas como el sexo oral y anal, conductas antes atribuidas solamente a las mujeres que ejercían la prostitución (Conasida y Anrs, 2000).

Asimismo, las normas son traspasadas cada vez menos por la socialización de los padres. Ahora, esta tarea la ejecuta el grupo de pares o amigos, los mcs (radio o prensa escrita) o Internet a través de los conocidos foros estudiantiles. De esta manera, las nuevas normas llegan a ser confeccionadas en las discusiones y diálogos que los jóvenes tienen en su vida escolar o de ocio, muchas veces de forma improvisada. En Chile, un espacio recurrente de construcción de estas normas es el «carrete», lugar de diversión o fiesta, en el que se consume alcohol, a veces drogas, pero también se erigen normas difusas y heterogéneas respecto a la vida sexual y afectiva (Matus, 2005). Actualmente, otro lugar relevante es la red. Una reciente investigación revelaba cómo el conocido foro «Banacorp» contribuye a la legitimación de los roles de género castigando enérgicamente la desviación. Así, todo hombre que infringe el rol es calificado de homosexual y toda mujer, de «prostituta» (Palacios y Villegas, 2004).

Desde una perspectiva generacional, estas normas se flexibilizan, pero ello no las hace menos complicadas, paradójicas e incluso imprecisas (Barrientos, 2003). Además, con el declive del discurso religioso, la medicina, la antropología, la psicología o la sociología están siendo utilizadas como apoyo y soporte de esta nueva normatividad, no obstante, jamás con el carácter de la prescripción religiosa. Lo anterior, a pesar que las descripciones elaboradas del comportamiento sexual de tipo psicológico, sociológico o médico pueden llegar a ser una nueva fuente de normatividad concentradas en el «buen funcionamiento sexual» o en la cultura de la prevención de riesgos post-sida (Barrientos, 2003).

En otro sentido se perciben signos de regulación potentes. Por ejemplo, a los 18 años de edad, una amplia mayoría de la población (94%) ha iniciado ya su vida sexual (Conasida y Anrs, 2000). Esta sincronización temporal de las primeras experiencias sexuales, sustituye la previa dispersión de los comportamientos sexuales. Los grupos de pares favorecen este estrechamiento, contribuyendo a la producción de las conductas juveniles, como también, la masificación de la escolaridad: las primeras experiencias sexuales se concentran hacia el fin de la escolaridad secundaria, con enormes diferencias entre estos jóvenes y aquellos que no consiguen concluir su educación secundaria, en quienes el inicio sexual es más precoz.

Por último, hay una normalización social de la buena edad para tener hijos, juzgándose como desviados los embarazos antes de los 25 o después de los 40, lo que conduce a la construcción social del embarazo adolescente como problema.

V.    Conclusiones

A pesar de las numerosas transformaciones que han afectado a la sociedad chilena, la experiencia de la sexualidad subsiste para las mujeres, incluso las más jóvenes, marcada intensamente por el «doble estándar en el sexo», el cual está unido habitualmente a un inmovilismo de la división sexual de la vida doméstica y la parentalidad, así como a una distribución del rol en la esfera pública y profesional bastante rígido.

No obstante, y sin desechar lo alarmante de la perseverancia del doble estándar, se advierten ciertos índices de cambio relevantes. Por ejemplo en Chile, a diferencia de otros países donde existen discursos muy liberales y prácticas bastante más conservadoras como Brasil (Heilborn, 2004), se origina la paradoja de discursos bastante conservadores sobre la vida sexual de las mujeres y, a la vez, prácticas sexuales más diversas, plásticas y heterogéneas en las mujeres de las nuevas generaciones sexuales (Conasida y Anrs, 2000). Un estudio realizado por la Flacso muestra que existe en las mujeres una apertura al placer en las nuevas generaciones (Valdés, 2005). Por tanto, y recapitulando, si bien se advierten cambios en las normas y los valores en relación con la sexualidad y el género, aún éstos son lentos y a veces paradójicos, e incluso no se orientan siempre hacia la liberalización, sino que más bien hacia la rigidización.

Sin embargo en Chile, se puede subrayar que respecto a la sexualidad juvenil:

—    La entrada a la sexualidad deja de ser una «ceremonia de paso» hacia la vida adulta o matrimonial y se transforma en un proceso de aprendizaje —lleno de tensiones—, con los amigos, en espacios diversos como el carrete, la vida escolar o laboral. —    Se retarda la entrada en la vida matrimonial, aumentando el tiempo de vida preconyugal, si bien este tiempo sigue siendo diferente para hombres y mujeres. —    Se tienen menos hijos y más tardíamente, con una disminución importante en las tasas de fecundidad y natalidad. —    Se experimentan diversos tipos de relaciones de pareja y sexuales tanto en relaciones estables, como ocasionales, aunque, existen enormes diferencias de género. —    Los repertorios sexuales se diversifican, recurriéndose al sexo anal y oral en las nuevas generaciones sexuales, dilatando con ello las posibilidades de relación y complejizando la expresión de la intimidad y la sexualidad. —    Aumenta la cantidad de hombres jóvenes que suprimen la regla de la iniciativa sexual y admiten compartirla, resaltando la seducción o la conversación como estrategias de negociación sexual (Conasida y Anrs, 2000). —    Incluso muchos/as jóvenes viven sus orientaciones sexuales homo y bisexuales de manera menos traumática que antaño (Barrientos, 2003; Conasida y Anrs, 2000).

Estos y otros hitos permiten sostener que en Chile existen cambios significativos en el comportamiento sexual, en los valores y normas, transformaciones que co-existen con orientaciones socioculturales tanto de carácter modernizador en una serie de ámbitos de la vida, como también disposiciones tradicionales/conservadoras, lo que hace de este país un atrayente caso de estudio de las tensiones que viven diariamente muchos jóvenes, especialmente mujeres en su vida sexual y afectiva y de cómo resuelven su relación con lo «social». Al mismo tiempo, esto ratifica que el proceso de individualización no es homogéneo y que afecta a cada cultura de manera diferente, especialmente en un país con enormes desigualdades sociales. No obstante, y para concluir, esta imagen de la sexualidad chilena requiere de nuevas investigaciones más precisas y complejas, por ende, se deben generar dispositivos metodológicos tanto cuantitativos, como cualitativos que den cuenta de estos cambios, ya que lamentablemente no se dispone en Chile y en la región de mucha información específica relativa a la vida sexual para caracterizar el contexto social-sexual y sus transformaciones.

Antofagasta (Chile), noviembre 2005

 

NOTAS * Este artículo es una versión corregida de la conferencia «La nueva normatividad sexual en Chile», dictada en el Centro Latinoamericano em Sexualidade e Directos Humanos (Clam), del Instituto de Medicina Social de la Universidade do Estado do Río de Janeiro, octubre 2005.

1 La «prueba de amor» consiste en la solicitud del hombre hacia la mujer, de mantener relaciones sexuales como una prueba del amor y afecto que ésta le tendría a su pareja.

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Correo para correspondencia:
jbarrien@ucn.cl

Recibido: febrero 2006
Aceptado: abril 2006

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