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Chungará (Arica)

On-line version ISSN 0717-7356

Chungará (Arica) vol.40 no.2 Arica Dec. 2008

http://dx.doi.org/10.4067/S0717-73562008000200002 

 

Volumen 40, N° 2, 2008. Páginas 121-143
Chungara, Revista de Antropología Chilena

ARQUEOLOGÍA

 

LOS INKAS EN EL ALTIPLANO SUR DE TARAPACA: EL TOJO REVISITADO

THE INKAS IN THE SOUTHERN ALTIPLANO OF TARAPACÁ: EL TOJO REVISITED

 

José Berenguer R.1 e Iván Cáceres R.2

1 Museo Chileno de Arte Precolombino, Casilla 3687, Santiago, Chile. jberenguer@museoprecolombino.cl
2 Applus Corp, Casilla 234, Santiago, Chile.


Este artículo es una reevaluación del sitio El Tojo y su zona aledaña en la depresión del Huasco, una aislada y escasamente poblada franja ganadera del altiplano sur de Tarapacá, situada entre grandes nodos de población agrícola. Se abordan tres principales temas: (1) la profundidad temporal y diversidad cultural de las ocupaciones prehispánicas tardías en el área de estudio, (2) la largamente aceptada interpretación de Hans Niemeyer del sitio El Tojo como un tampu inkaico y (3) la naturaleza y razones de la presencia inka en estos espacios internodales. Estos temas son abordados con datos obtenidos principalmente de prospecciones, recolecciones de cerámica de superficie y sondeos efectuados en cinco sitios habitacionales, incluyendo El Tojo. Los datos son discutidos en un contexto más amplio, que incluye a los complejos culturales tardíos del Altiplano Meridional de Bolivia y de la Región de Tarapacá en Chile.

Palabras claves: Inkas, tampu El Tojo, espacios internodales, Región de Tarapacá.


This article is a reassessment of the El Tojo site and the surrounding area in the Huasco basin, an isolated, sparsely populated strip of land usedfor animal husbandry in the southem Altiplano of Tarapacá, situated between large agricultural population nodes. The article addresses three main issues: (1) the time depth and cultural diversity ofthe late prehispanic occupations in the área under study, (2) Hans Niemeyer's long-accepted interpretation ofthe El Tojo site as an Inka tampu, and (3) the nature and reasonsfor the Inkapresence at these internodal locations. Discussion ofthese tapies is addressed with data drawnfrom extensive field survey surface collections, and testpits excavated atfive residential sites, including El Tojo. The information is examined in a broader context that includes the late cultural complexes of Bolivia 's Southem Altiplano and those of Chile 's Tarapacá Región.

Key words: Inka, El Tojo tampu, internodal locations, Tarapacá Región.


El Tojo, más conocido como "Tambo de Collacagua" (Niemeyer 1962), ha sido por casi medio siglo un sitio de referencia para caracterizar la ocupación inkaica en el altiplano sur de Tarapacá, norte de Chile1. Por largo tiempo fue el único sitio inka reportado en esa franja interandina, hasta el hallazgo del tampu Inkaguano-2 cerca de Cariquima (Reinhard y Sanhueza 1982) y del campamento minero Collahuasi-37 en la cuenca de Ujina (Lynch y Núñez 1994). Aun así, continúa siendo un sitio en extremo aislado. Localizado a 63 km al sur de Inkaguano y a 96 km al norte de Collahuasi, figura en la literatura arqueológica como el solitario tampu de una ruta inkaica que correría longitudinalmente por un extenso trecho del altiplano sur de Tarapacá (Núñez 1965b, 1984; Raffino 1981; Niemeyer y Schiappacasse 1998 [1987]). Por otra parte, dista 75-95 km de los más cercanos asentamientos con materiales inkas en el istmo que separa los salares de Coipasa y Uyuni (Lecoq 1991: Fig. 43) y 56 km de los "cementerios inkaicos" del oasis de Pica (Núñez 1965a, 1984), sugiriendo ser, en este caso, un tampu intermedio de una ruta transversal del Qhapaqñan que uniría nodos de población de la cordillera Intersalar de Bolivia con nodos de las quebradas y oasis de Tarapacá (véanse Llagostera 1976; Raffino 1981).

La estratégica localización de El Tojo en posibles rutas de movilidad inkaica y los restos arqueológicos y bioantropológicos recuperados en el sitio por Niemeyer (1962) condensan muchas de las preocupaciones clásicas de los investigadores que se han interesado por la naturaleza de la presencia del Tawantinsuyu en la Región de Tarapacá, v.gr., características del dominio inka, patrones cerámicos de la prehistoria tardía, trazado del Qhapaqñan, captura estatal de circuitos de movilidad preinkaicos, origen y naturaleza de las poblaciones "intrusivas" enterradas con materiales altiplánicos, etc. (Llagostera 1976; Niemeyer y Schiappacasse 1998 [1987]; Núñez 1965b; Núñez y Dillehay 1979; Raffino 1981; Sanhueza 1981). Desgraciadamente, el déficit de información arqueológica en el altiplano sur de Tarapacá y altiplano meridional de Bolivia (véase Núñez 1984; también Sanhueza y Olmos 1981) ha mantenido muchas de estas preocupaciones congeladas en lo que se sabía hace más de dos décadas (Schiappacasse et al. 1989). Si bien dicho déficit comienza lentamente a revertirse con los trabajos en la cordillera Intersalar (Lecoq 1991) y en el altiplano de Lípez (Nielsen 1997a, 1997b, 2002), ha persistido en el altiplano sur de Tarapacá hasta muy recientemente (Romero y Briones 1999; Hermosilla 2000). Dado que trabajos clave sobre el Inka en el norte de Chile hacen referencia a Collacagua-Huasco como un corredor de tráfico entre el altiplano boliviano y el oasis de Pica en tiempos preinkaicos e inkaicos (Núñez 1984:390-395) y al sitio El Tojo como un asentamiento inka (Llagostera 1976:212), una investigación en esta zona internodal puede contribuir a retomar las citadas "preocupaciones clásicas", en este caso mediante el estudio de una aislada y escasamente poblada zona ganadera situada entre centros de población agrícola del altiplano meridional de Bolivia y las quebradas y oasis occidentales del norte de Chile, todos los cuales estuvieron activos durante el período Intermedio Tardío (900-1.450 d.C.) y el Horizonte Tardío (1.450-1.535 d.C).

Este artículo reexamina el sitio El Tojo y su zona aledaña a la luz de recientes prospecciones y excavaciones limitadas efectuadas por nuestro equipo en el valle de Collacagua y el salar del Huasco, dos unidades ambientales del altiplano sur de Tarapacá que pueden ser agrupadas bajo el concepto de "depresión del Huasco". La reevaluación busca investigar la profundidad cronológica y diversidad cultural de las ocupaciones prehispánicas tardías representadas en el sitio y el área de estudio; establecer hasta qué punto el sitio El Tojo califica como un tampu inkaico, y discutir algunas propuestas sobre la naturaleza y razones de la presencia de materiales inkaicos en este espacio internodal.

El Contexto Macrorregional

Flanqueando la depresión del Huasco existieron durante el período Intermedio Tardío (900-1.450 d.C.) tres importantes complejos culturales ocupando zonas de alta productividad agrícola: al sureste, el complejo Zona Norte de Lípez, que comprende la margen sur del salar de Uyuni, los salares de Chiguana y Julaca, el río Alota y el curso inferior de los ríos Quetena y Grande de Lípez; al noreste, el complejo Intersalar, en el istmo que separa los salares de Coipasa y Uyuni; y al oeste, el complejo Pica-Tarapacá, ocupando un cuadrángulo entre la quebrada de Camina, el río Loa, las cabeceras de las quebradas occidentales y el borde costero (Figura 1).


El complejo Zona Norte de Lípez presenta 46 sitios habitacionales construidos en piedra sin argamasa (Nielsen 1997a). Durante la primera parte del período (900-1.200 d.C.) los asentamientos presentan unidades simples de planta circular o subcircular, acceso orientado preferentemente al este, deflector de aire, tabique y hornacinas; durante la segunda parte (1.200-1.450 d.C.) se mantienen muchos de estos rasgos, pero los poblados son en general de mayor tamaño y número de recintos; los hay bajos con recintos circulares o elípticos, bajos con recintos rectangulares y altos opukaras que combinan recintos circulares y elípticos con recintos rectangulares, haciendo su aparición las chullpas o torres funerarias y la cerámica Mallku-Hedionda (Nielsen 2002). En el Horizonte Tardío los indicadores arqueológicos de la presencia Inka se concentran en los alrededores del salar de Chiguana y en la isla de Llipi o Colcha K. Los elementos inkaicos se encuentran en asentamientos locales, muchos de ellos ya existentes al momento de la expansión cuzqueña. Se trata principalmente de cerámicas de estilo Inka imperial y provinciales. En el sitio Alto Lakaya, un poblado con 90-95 recintos habitacionales, Nielsen (1997b) identifica arquitectura con características inkaicas, pero sólo ocasionalmente alfarería de estilo Inka. El hallazgo de artefactos inkaicos en los diversos asentamientos de la población local y la ausencia de sitios inkaicos "puros" avalaría la idea de comunidades que, quizás, tributaban al Estado mediante el trabajo en los campos o la extracción de sal o metales. Un camino inkaico proveniente de Atacama ingresa a Bolivia por el Portezuelo del Inka y se dirige a la zona de Chiguana-Colcha K, que parece haber operado como foco del dominio inka en el altiplano de Lípez (Nielsen et al. 2006).

Del complejo Intersalar se reportan 83 grandes poblados aglutinados que datan del período Intermedio Tardío. Doce están emplazados sobre terreno plano y el resto en lomas o en emplazamientos mixtos, conteniendo recintos circulares, pero mayoritariamente cuadrados y rectangulares, así como estructuras de almacenaje (Lecoq 1991:281, Tableau XV). Las habitaciones circulares o semicirculares exhiben doble paramento con fuerte inclinación hacia el interior, uso de argamasa, vanos orientados al este o noreste, pequeños silos y a veces divisiones mediante tabique terminado en una losa vertical (Lecoq 1991:250-251). Las de planta cuadrada o rectangular están en la totalidad de los sitios, muestran casi todas las características notadas en las circulares, pero pueden ser simples o compartimentadas (hasta cinco cuartos), tener pequeñas hornacinas en sus paredes interiores y presentar hastiales para techos a dos aguas (Lecoq 1991:242-248). Casi la totalidad de los sitios presenta construcciones defensivas, pero el autor sugiere que los conflictos armados fueron de menor cuantía (Lecoq 1991:345). Los enterramientos son en abrigos rocosos y cistas de piedra; la inhumación en chullpas, en cambio, sería muy minoritaria, si bien hay cierto isomorfismo entre éstas y los silos aéreos que podría llevar a confusión (Lecoq 1991:177,342, Tableau XVI a, b). Reporta cerámicas con decoración Yura-Puqui (12%), Mallku-Hedionda (7%), Cabuza (3%), genéricos "Collas" incluyendo Chilpe (36%) y Taltape (42%). Sitúa estas ocupaciones entre 1.270 y 1.425 d.C. (Lecoq 1991:328) y dice que en contraste con Carangas y Lípez, la región no parece haber tenido acceso directo a los valles occidentales del norte de Chile, pero sí a productos como maíz, madera, guano y una variedad de productos marinos mediante trueques con el oasis de Pica; añade que por su localización estratégica, la región habría sido una puerta de entrada al altiplano (Lecoq 1991:147,279, véase también Nota 77). El complejo es atribuido al grupo étnico Quillacas y habría formado parte de una entidad política más amplia que refiere como Federación Killakas. De los 83 poblados ypukaras, sólo seis son clasificados por Lecoq (1991: Fig. 43) como del período Intermedio Tardío y la época Inka a la vez. Éstos mostrarían vestigios inkaicos y cerámica "Inka Pacajes" (Saxámar) asociada a Chilpe, indicando que las ocupaciones locales se prolongaron bajo dominio inka "sin aporte de material netamente visible" (Lecoq 1991:329 y ss, Fig. 58). Una posible kancha o RPC en Loma Acalaya, una posible kallanka en Pucará Huanuma y un camino emplantillado con piedras lajas en Ciudadela Incalí son los únicos elementos arquitectónicos que remiten a los inkas con alguna claridad (Lecoq 1991:255,266, Planche XIII y XVIII).

El complejo Pica-Tarapacá posee su foco más denso de asentamientos en el valle de Tarapacá. Un primer grupo se encuentra entre 1.000 y 2.000 msm, entre Huarasiña y San Lorenzo de Tarapacá, próximo a afloramientos de vertientes o puquios. Con superficies que no superan los 5.000 m2, presentan recintos cuadranglares aglutinados y separados en sectores por estrechas vías de circulación, sistemas de regadío y andenerías. Su climax estuvo en Tarapacá Viejo (1.410 msm/9 ha), cuya ocupación se prolonga hasta los períodos Inka y Colonial-Indígena (Núñez 1983). Otro grupo de poblados se encuentra entre 2.000 y 3.500 msm, pero no ha recibido atención sino hasta muy recientemente. Entre Camina y Mamiña, Urbina y Adán (2006) estudian cuatro aldeas de las cabeceras de las quebradas: Ñama (n=558 / 5,66 ha) y Camina (n=588 / 3,02 ha) en la quebrada de Camina, Chusmisa en el valle de Tarapacá (n=120 /1,33 ha) y Jamajuga en la quebrada de Mamiña (n=135 /1,16 ha). Todas contienen cistas de piedras, pero únicamente Ñama y Camina (en su sector Laymisiña) presenta chullpas, un patrón arquitectónico de torres funerarias que emparentaría a los individuos enterrados en ellas directamente con poblaciones del altiplano. Plazas y arte rupestre sólo se hallan presentes en las aldeas de Camina, Chusmisa y Jamajuga. El componente cerámico Pica-Tarapacá es lejos mayoritario en las cuatro aldeas y el componente Altiplano Tarapacá es el que le sigue en frecuencia, a mucha distancia de los componentes Arica, Atacama e Inka (Uribe et al. 2007:157)2. El primer componente presenta sus más altas frecuencias en las aldeas Ñama y Camina y, el segundo, en las más pequeñas aldeas de Chusmisa y Jamajuga (Tabla 1). Uribe et al. (2007:157 y ss, Tablas 1 y 4) confirman planteamientos de Núñez (1984:274) de que en tiempos prehispánicos tardíos se desarrolló una tradición cerámica monocroma y estriada que caracterizó al complejo cultural Pica-Tarapacá. Proponen que el complejo se procesó en una fase Tarapacá (ca. 900-1.250 d.C), con un desarrollo más interno a la región y una fase Camina (ca. 1.250-1.450 d.C), con amplias conexiones más allá de la región, siendo esta fase la que ulteriormente contacta con los inkas. Se piensa que las comunidades agrícolas de tierras altas y bajas integraron un sistema de complementariedad para aprovechar en forma racional los recursos de las quebradas (Núñez 1984; Schiappacasse et al. 1989). Apachetas, paskanas, petroglifos, geoglifos y huellas troperas testimoniarían redes de tráfico de caravanas que articulaban en sentido este-oeste al altiplano, las quebradas, los oasis y la línea de costa entre Pisagua y Caleta Huelen (Núñez 1984). Puesto que algunos asentamientos y cementerios de las quebradas y oasis presentan chullpas de piedra y de adobe, inhumaciones en cistas, cerámicas altiplánicas y otros elementos "exóticos", como tejidos y productos de sectores de altura, se ha planteado que la vertiente occidental de la precor-dillera albergó enclaves, "islas étnicas" o colonias altiplánicas (Núñez 1984; Núñez y Dillehay 1979; Núñez et al. 1975). Pukaras, como los de Mocha en el valle de Tarapacá y Chiapa en la quebrada de Aroma (Reinhard y Sanhueza 1982), indican que ese proceso no estuvo exento de fricciones3.


Más cerca de nuestra área de estudio, el oasis de Pica (1.320 msm) presenta tres cementerios del Intermedio Tardío, que harían suponer la existencia de otros tantos asentamientos nucleados cuyos vestigios, sin embargo, aún no han sido encontrados. En el cementerio Pica-8 (n = 254 tumbas), Núñez (1984:270-272, Tabla 3) nota que, junto a un denso conjunto de materiales del complejo Pica-Tarapacá, hay 27 rasgos intrusivos, incluyendo un sector discreto donde estos materiales reflejarían la instalación de una colonia altiplánica4. Plantea tres alternativas para el "señorío de Pica": (1) habría mantenido relaciones armónicas con las etnias altiplánicas limítrofes, aceptando colonias o desarrollando vínculos complementarios vía trueque; (2) formaría parte de un señorío mayor, con cabeza en el altiplano boliviano (Carangas, Quillaca o Lípez), en cuyo caso la presencia de bienes foráneos sería parte de un movimiento "interno"; y (3) habría controlado, incluso integrado a su territorio étnico zonas altiplánicas aledañas (léase depresión del Huasco), para acceder directamente a forraje, camélidos y subproductos como la lana, ya que la abundancia de textiles en Pica no guarda relación con los pocos rebaños locales que deben haber existido en el lugar. Subraya, no obstante, que la ausencia de estudios en este altiplano aledaño impide saber si existieron allí ocupaciones del complejo Pica-Tarapacá y demostrar arqueológicamente la conexión con el altiplano (Núñez 1984:273, 395). En cualquiera de estos escenarios el tráfico caravanero por laguna del Huasco habría sido el hilo conductor que articulaba al altiplano, los oasis y la costa, como lo indican apachetas, huellas troperas, petroglifos y geoglifos a lo largo de la ruta, y como lo corrobora la conexión caravanera que subsistía promediando el siglo XX entre Llica (cordillera Intersalar) y el oasis de Pica (Núñez 1984:389, 471). Agreguemos que, pese a la fuerte presencia de armas y piezas de armadura en Pica-8 (Zlatar 1984), no hay reportado hasta ahora ningún pukara en la zona, marcando una diferencia con el resto de los nodos discutidos en esta sección.

Núñez (1984:390-391) menciona aquí dos cementerios contemporáneos con los inkas: Pica-1 y Pica-7. En pozos cilindricos de Pica-7 encontró 12 adultos, tres párvulos y un neonato (de un total que estima en 50 individuos). Fueron inhumados en posición flectada, envueltos en fardos atados con cordeles y acompañados por instrumental de la costa, gorros tipo fez y cerámica Saxámar. Los interpreta como un grupo costeño "inkaizado", con residencia tanto en el litoral como en Pica, que mantenía circuitos caravaneros a través de la pampa. La implicación sería que en este oasis el grupo se contactaba con caravaneros que hacían la ruta hacia las tierras altas. Al observar los senderos que salen del oasis por Santa Rosita y el geoglifo de quebrada Seca, sugiere que el flujo caravanero ascendía hacia la cuenca del salar del Huasco y de ahí al altiplano boliviano, itinerando a través de varias apachetas (Núñez 1984:394-395, véase Apéndice 6). Saliendo de Pica vía Tambillo y antes de ingresar a la cuenca del Huasco, la ruta se divide en a lo menos cinco ejes, de los cuales destacamos dos porque conducen a las zonas nodales del altiplano mencionadas en esta reseña: (1) al sureste por Llareta, Cañada y el salar de Coposa en dirección a Lípez, y (2) al noreste por Mama Apacheta, valle de Collacagua y Guañare, uniéndose allí con la ruta procedente de Mamiña para dirigirse a la cordillera Intersalar vía Porquesa y Paja Redonda, o vía Cueva Colorada. El segundo de estos ejes es directamente atingente a este artículo.

La Depresión del Huasco

Ubicada a medio camino entre los nodos que acabamos de describir, la depresión del Huasco es una cuenca cerrada con orientación norte-sur de aproximadamente 60 km de largo por 30 km de ancho. Limita al oeste con el macizo de Yarbicoya o Columtucsa (5.180 msm) y su prolongación Altos de Pica (4.200 msm), y al este con la cordillera de Sillillica, formada por una cadena de volcanes apagados de la Cordillera Andina (> 5.000 msm). Dos tributarios forman el río Collacagua: el Chislaca y el Piga. En sus inicios el Collacagua mantiene un curso de dirección noreste-suroeste por casi 5 km, hasta que se le junta por el norte el río Tojo. A partir de ese punto, el Collacagua se desarrolla con leve pendiente con dirección al sur. Tras 15 km de recorrido, las aguas se infiltran por 10 km, alimentando subterráneamente al salar del Huasco por su orilla norte. Con una altitud de 3.760 msm en su centro, este salar constituye la base de equilibrio del río Collacagua. En el interior presenta lagunas y depósitos de sal que fueron explotados hasta hace poco tiempo. En la ribera noroeste, al pie del cordón Altos del Huasco, brotan tres puquios de aguas termales dulces que proporcionan forraje a los rebaños y aportan a la laguna mayor. El clima es estepario de altura, con precipitaciones medias estivales de 160 mm, temperaturas diurnas templadas en primavera y verano, y mínimas invernales de -12 a -19° C. La acumulación térmica anual no sobrepasa los 100 días/grado, limitando todo tipo de agricultura, incluyendo cultivos resistentes al frío, como la quinua, que se obtiene en zonas del altiplano boliviano situadas en latitudes y altitudes parecidas (Lecoq 1991; Nielsen 1997b; Niemeyer 1962).

El Informe de Niemeyer sobre El Tojo

El sitio El Tojo se ubica al oeste de la junta de los ríos Collacagua y Tojo, en el faldeo oriental de una lomada o estribación menor del macizo de Yarbicoya. Dice Niemeyer (1962:129): toda la loma "se muestra cubierta en gran profusión y desorden de peñascos y piedras lajas provenientes de la destrucción de la liparita [ignimbrita], calidad de roca que predomina en la región". Menciona un conjunto de plataformas rectangulares, posiblemente habitadonales, emplazadas a unos 20-25 m sobre el piso del valle y 12 sepulturas situadas unos 10 m más abajo, en su mayoría pozos cilindricos revestidos con piedras, algunos tapados con lajas protectoras. Sus sondeos en las plataformas no produjeron restos culturales, pero de las sepulturas exhumó al menos 13 individuos con sus ofrendas funerarias, material que depositó en el Museo Arqueológico de La Serena. Según el apéndice bioantropológico de Ericksen, se trata de un grupo muy homogéneo, posiblemente familiar (con seguridad siete adultos [cuatro masculinos y tres femeninos] y cuatro niños). Poseen cráneos dolicoides, algunos con deformación anular y parecen haber vivido en condiciones rigurosas (por el alto porcentaje de niños y adultos jóvenes en el cementerio). Basada en comparaciones con grupos dolicoides y subdolicoides del Perú y el Norte Chico de Chile, Ericksen sostiene que las características morfológicas de los cráneos de El Tojo los asemejarían a "los grupos cuzqueños" y su altura en ambos sexos los aproximaría "al grupo incaico de Calca" (véase Niemeyer 1962:148-149)5.

De las 15 piezas cerámicas completas que acompañaban a las osamentas destacan ollas con una y dos asas, escudillas hemisféricas, escudillas de fondo plano y una olla con pedestal de forma inkaica (véase Niemeyer 1962: Cuadro 1). Una parte corresponde a cerámica sin decoración y la otra a cerámica decorada con motivos negros sobre rojo que Niemeyer (1962:137-138, Láms. III y IV) considera "basados en diseños incaicos" (Figura 2a). La colección comprende, además, dos discos y dos tupus de cobre, dos tumis y dos bolas de bronce, dos fragmentos de textil, un peine, 26 espinas y seis agujas de cactus, dos bolsas de cuero con polvos de atacamita, restos de una sandalia de cuero, una wichuña, tres bolas ovoides de piedra con ranura, una hoja lítica lanceoleada (una pala o azada, en realidad) y tres zuros de maíz (Niemeyer 1962:138-140 y Lám. V) (Figuras 2b, c, d). Según Niemeyer (1962:136-137), las correlaciones de la forma sepulcral y las cerámicas apuntarían a cementerios locales e inkaicos de Ocaica, Mamiña, Ventana y Hacienda Camarones, en tanto que los zuros de maíz provendrían de valles poblados de la sierra vecina, como Mamiña, Macaya o Pica, con los cuales los habitantes de El Tojo debieron practicar intercambios. Conforme al autor, la ubicación del sitio junto a un río de agua dulce, en un punto protegido y de cruzamiento de rutas, hacían y siguen haciendo de El Tojo un lugar obligado de descanso para individuos que viajen entre el oriente y los valles de la precordillera. Concluye que el sitio sería un genuino "tambo inkaico", cuya ocupación dataría de la segunda mitad del siglo XV (Niemeyer 1962:140), opinión que ha sido acogida en diversos trabajos (Hermosilla 2000; Niemeyer y Schiappacasse 1998 [1987]; Núñez 1965a; Ranino 1981). Pese a que Niemeyer enfatizó la importancia de este sitio para el tráfico transversal, referencias posteriores suyas y de otros investigadores ubicaron a El Tojo como un paso obligado para el tráfico inkaico longitudinal (Niemeyer y Schiappacasse 1998 [1987]; Núñez 1965b, 1984; Ranino 1981).


El informe de Niemeyer (1962) suscita hoy en día preguntas de variada índole. Brevemente: (1) ¿es El Tojo el solitario sitio que ha difundido la literatura regional o es parte de un conjunto mayor de sitios en la depresión del Huasco? Y de ser este último el caso, ¿cuál es la historia ocupacional de esos sitios y cómo ésta se relaciona con la problemática macrorregional? Es preciso realizar una prospección arqueológica sistemática en el área de estudio, analizar la cerámica de superficie y sondear algunos sitios para examinar su secuencia ocupacional. (2) ¿Son los ajuares mortuorios de El Tojo efectivamente atribuibles al Horizonte Tardío y es el sitio realmente un tampu o se trata de un sitio de otra naturaleza? Para clarificar esto es necesario examinar mejor el sitio para ver si califica como tampu. Dado que tampus y caminos eran parte de la infraestructura de administración y control de los inkas, es preciso establecer, además, si hay trazas de algún ramal del Qhapaqñan que pase por el sitio o sus inmediaciones. (3) ¿Cómo se explica la presencia de materiales inkaicos en una zona casi despoblada y de tan baja productividad, en circunstancias que la mano de obra, la agricultura intensiva y los recursos valiosos eran tan esenciales para los inkas? Dilucidar estas interrogantes es clave no sólo para mantener o eliminar a El Tojo de la lista de instalaciones inkaicas del altiplano de Tarapacá, sino, sobre todo, para entender el rol que jugó este espacio internodal durante el Horizonte Tardío. En la siguiente sección exponemos sucintamente los principales resultados de nuestra investigación en el área de estudio.

Investigación en la Depresión del Huasco

El trabajo en terreno consistió en: (1) una prospección pedestre de segmentos de caminos y sitios por ambas bandas del valle de Collacagua (CO-n) y en los bordes de la cuenca del salar del Huasco (HU-n); (2) recolecciones de muestras estándares de fragmentos cerámicos de la superficie de cada sitio (1 m2 hasta llenar una bolsa de 15x25 cm); (3) recolecciones totales de fragmentos cerámicos de superficie en 38 estructuras de cinco sitios, incluyendo El Tojo (10% de las estructuras de cada uno), y (4) sondeos en 11 estructuras de estos cinco sitios. El énfasis en la cerámica se debe a la reconocida capacidad de este elemento tanto para reconstruir la historia cultural de una región como para aproximarse a diferentes dimensiones de la sociedad y la conducta humanas (Uribe et al. 2007:164).

Se encontraron cuatro segmentos de camino inkaico (Figura 3). De norte a sur: CO-32/CO-36 en la banda oeste del valle de Collacagua; HU-7/ HU-9 al pie de los Altos de Pailca; HU-62/HU-63, que asciende por la ladera de los Altos de Pailca; y HU-29/HU-29, alineado con el borde sur de la quebrada Pailca. La proyección de los dos últimos sugiere una bifurcación en un ramal que se dirige al oeste y otro que también se dirige al oeste o al sur. Las características de los segmentos son muy semejantes a los del Alto Loa, particularmente a los del tramo entre Mifio y Chela Inga (Berenguer et al. 2005). Se trata de una simple huella sin aparejo en los bordes, con un ancho entre 3 y 4 m, construida mediante despeje de piedras de la superficie formando rudimentarios rebordes en los costados. A trechos variables presenta hitos o mojones construidos en forma de cúmulos de piedra (no confundir con apachetas), salvo en el último segmento, donde hay un hito troncocónico. La prospección encontró también dos concentraciones de sitios a lo largo de 22 km (Figura 3). El foco norte o Collacagua consiste en pequeños asentamientos, internamente compactos y con recintos aglutinados, alineados con la banda oeste del curso medio del valle (CO-9 a CO-31). Es un sector con abundante agua y forraje para el ganado. El foco sur o Huasco consiste en asentamientos igualmente pequeños, pero más extendidos y con recintos menos aglutinados que los de Collacagua, de los cuales sólo aparecen seis en el mapa (HU-1 a HU-6). Aquí el agua se concentra en tres puquios y la laguna mayor del salar, pero el forraje es sensiblemente menor. Los puntos intermedios entre ambos focos, situados en el árido trecho de 10 km donde el río se infiltra bajo la superficie, corresponden a segmentos de camino inkaico, hitos y paskanas (CO-32 a CO-42). A través de los sitios o en cercanía a ellos pasan huellas troperas que integran a los asentamientos dentro de una ruta de tráfico de mayor alcance. En términos generales se puede decir que el patrón de asentamiento local es de caseríos pequeños y dispersos, que ocupan terrenos bajos y llanos de las terrazas del río y del salar, siempre en lugares próximos a fuentes de agua y a forraje para los animales. No se observan canales de regadío ni campos de cultivo, pero varias de las estructuras más grandes pueden haber funcionado como corrales, por lo que los ocupantes de los caseríos parecen haber estado especializados en el pastoreo de camélidos. En ambos focos de asentamiento la superficie de los sitios muestra la presencia de componentes cerámicos tarapaquefios, altiplánicos, inkaicos e históricos, indicando una larga historia ocupacional (Tabla 2). Los valores porcentuales son muy parecidos tanto al interior de cada componente como entre componentes, indicando cierta homogeneidad ceramologica entre los focos norte y sur. En síntesis: la prospección mostró que el sitio El Tojo está acompañado por un cuantioso, si bien disperso conjunto de pequeños caseríos pastoriles, conectados por huellas troperas y una arteria inkaica. Las recolecciones de superficie, por otra parte, comprobaron la existencia de alfarerías tarapaqueñas, altiplánicas e inkaicas (Figura 4).




Se seleccionaron para sondeos los sitios Collacagua-18 y 19 en el foco norte y Huasco-1, 2 y 4 en el foco sur. Los criterios que primaron en esta elección fueron el mayor tamaño de los sitios, su emplazamiento en puntos de tráfico obligado y la mayor frecuencia relativa en superficie de cerámicas inkaicas o atribuibles al Horizonte Tardío.

El Tojo o Collacagua-18 (551.427 E/7.782.103 N / 3.887 msm / n=195 estructuras) se encuentra en la confluencia de los ríos homónimos, sobre las empinadas faldas y la cima de la loma Tojo, que alcanza más de 45 m de desnivel sobre el piso del valle y es uno de los dos sitios que escapan al patrón de caseríos en terrenos bajos y planos (Figura 5). Las cistas se encuentran sobre la parte baja de la ladera al noreste del sector A, justo frente a la confluencia de los ríos y constituyen el único cementerio encontrado hasta el momento en toda el área de estudio. Collacagua-19 (UTM 515.285 E / 7.780.456 N / 3.908 msm / n=36 estructuras) se halla a unos 2,5 km al sur de El Tojo por la misma banda del valle y separado por la quebrada Peña Blanca (Figura 6). Es el otro sitio que se sale del patrón general de sitios en localizaciones bajas y llanas. Está en un afloramiento de ignimbritas de la ladera oriental del cerro Mesa, sobre una especie de rellano bajo de moderada inclinación, a unos 25 m sobre la terraza fluvial. Huasco-1 (UTM 512.689 E, 7.759.527N, 3.810 msm/n=51 estructuras)está situado en una de las varias rinconadas formadas a expensas del cordón Altos del Huasco (Figura 7). Huasco-2 (UTM 512.654 E, 7.759.365 N, 3.805 msm / n=31 estructuras) se localiza inmediatamente al sur de HU-1, en la misma rinconada pero a mayor distancia del borde del salar. Huasco-4 (UTM 511.817 E, 7.758.065 N, 3.801 msm/n=83 estructuras) está situado en la rinconada situada inmediatamente al sur de aquella donde se encuentran los sitios anteriores, en relativa mayor cercanía al borde del salar y a su laguna norte, y en torno al puquio 2, que ocupa la parte central del sitio (el puquio 3 se halla un poco más al sur, fuera del plano).

No hay espacio aquí para referirse con algún detalle a la arquitectura, a los resultados de los sondeos ni a los materiales recuperados, pero quisiéramos resaltar en esta síntesis algunos puntos que son importantes para la discusión que desarrollaremos en las siguientes tres secciones de este artículo. Todos los sitios presentan la mayor parte de sus unidades arquitectónicas destruidas, tanto que sólo unas pocas estructuras conservan sus muros hasta cierta altura. Los sitios más derruidos son los de Huasco, cuyas estructuras han sido intervenidas de diferentes formas, ya sea utilizando sus mampuestos para construir otras unidades, modificando su diseño original o alterándolas por el paso de animales. Dos trochas carrozables de la Ruta B-685 han impactado también parte de estos sitios. Estas intervenciones han producido remociones de algunos depósitos en grados difícilmente determinables. Collacagua-18 presenta menos intervenciones y Collacagua-19 es el más intacto. Es importante considerar estos daños, porque constituyen una limitación de nuestro estudio. Resulta oportuno adelantar también que, pese al mal estado de conservación de las estructuras, es claro que ninguno de los sitios presenta unidades arquitectónicas asimilables a ushnus, kallankas, kanchas, qolqas y chullpas.

Los cinco sitios tienen más de una ocupación. Esto es evidente a través de la variedad de componentes cerámicos en superficie y en profundidad, pero también a través de la estratigrafía y las dataciones (Tabla 3). Aunque la totalidad presenta fragmentos cerámicos de tiempos pre Intermedio Tardío, estos son mínimos y no hemos detectado aún sus ocupaciones. En general, los sitios exhiben evidencias de una larga historia ocupacional, que abarca desde el período Intermedio Tardío hasta el período Colonial-Indígena y en algunos casos hasta muy recientemente. No hemos encontrado hasta ahora evidencias atribuibles al período Intermedio Tardío I (ca. 900-1.250 d.C). Las primeras ocupaciones se ubican entre 1.250 d.C. y 1.450 d.C. y están bien identificadas en los sitios Collacagua-19, Huasco-1 y Huasco-2. Estos episodios del Intermedio Tardío II se caracterizan por mezclas de componentes cerámicos Pica-Tarapaca y Altiplano Tarapaca (Uribe y Urbina 2007)6. Los siguientes episodios ocupacionales son contemporáneos con el Horizonte Tardío, comenzarían a finales del período anterior y terminarían durante la segunda mitad del siglo XVI. Están presentes en los cinco sitios a través de cerámicas de los componentes previos y del componente inkaico (Uribe y Urbina 2007). La totalidad de los sitios posee dataciones y materiales asignables a episodios Colonial-Indígenas, dominantes en el caso de Huasco-4 y muy cortos en Collacagua-19. Finalmente, sólo Collacagua-18 y Huasco-4 presentan depósitos adjudicables a episodios Republicano-Indígenas, fechados entre 1.800 y 1.960 d.C. Informantes locales dicen que el primero de estos sitios estuvo ocupado hasta hace unos 40 años y, en el caso del segundo, un sector se encuentra habitado hasta el día de hoy.


La totalidad de los sitios muestran residuos de actividad doméstica, incluyendo El Tojo (Collacagua-18). El predominio de desechos primarios en este último sitio, así como en Huasco-2 y 4, acusa actividades de preparación, almacenamiento y consumo de alimentos. La formación de basurales en algunos recintos abandonados parece indicar un crecimiento del asentamiento de El Tojo, pero éste parece haber sido efímero, ya que las basuras no alcanzaron a formar depósitos estratificados, manteniéndose únicamente a nivel de superficie (Uribe y Urbina 2007). En Huasco-2 y 4 los basurales son igualmente superficiales, pero de mayor desarrollo horizontal, producidos tal vez por intensas utilizaciones pasajeras. Collacagua-19, en tanto, exhibe menos evidencias de ocupación residencial permanente, pero una mayor diversidad funcional, que se expresa en: actividades vinculadas con almacenamiento, servicio y consumo de alimentos; en las únicas evidencias de quinua de todos los sitios (Estévez 2007); en una actividad de talla lítica mucho más desarrollada (Méndez 2007); en escorias de fundición de cobre, y en recintos amplios para actividades colectivas. Sus basurales, sin embargo, no llegaron a constituirse en depósitos estratificados; son más bien superficiales, pero de amplio desarrollo horizontal. Huasco-1, finalmente, presenta patrones depositacionales similares a Collacagua-19, con una ocupación residencial igualmente poco permanente, pero con una diversidad funcional algo menor, que se relaciona con actividades colectivas, almacenamiento, servicio y consumo de alimentos, visibles en los residuos de basurales tanto superficiales como verticales (Uribe y Urbina 2007). Un sondeo en la Estructura 29 mostró la remodelación en tiempos inkaicos de un recinto preexistente.

En suma, entre los siglos XIII a XV tenemos en la depresión del Huasco un patrón de asentamientos de caseríos locales emplazados en terrenos bajos y llanos, con estructuras que se extienden por un amplio espacio. Poseen formas predominantemente rectangulares y contienen mezclas de componentes cerámicos Pica-Tarapacá y Altiplano Tarapacá. Sus mejores ejemplos serían Huasco-1 y 2. Entre los siglos XV y XVI se activa un patrón de asentamientos emplazados en lugares más elevados. Sus estructuras están espacialmente más concentradas, tienen formas circulares, semicirculares, elípticas, rectangulares y trapezoidales, y contienen mezclas de los dos componentes anteriores con un componente inkaico. Sus únicos ejemplos son Collacagua-18 y el pequeño sitio Collacagua-19. Durante este lapso las cerámicas inkaicas se incorporan a todos los asentamientos y en diversos contextos, si bien más levemente en Huasco-2 y 4, y más fuertemente en Collacagua-18, Collacagua-19 y Huasco-1.

Profundidad Cronológica y Diversidad Cultural

Un tema inicial a considerar se refiere a la profundidad cronológica y diversidad cultural de las ocupaciones prehispánicas que acabamos de reseñar. Con fechas calibradas no anteriores a 1.210 d.C. (Tabla 3), las ocupaciones inferiores detectadas en los sondeos tipifican episodios donde se mezclan cerámicas del componente Pica-Tarapacá y Altiplano Tarapacá. Es posible asimilar cronológicamente estos episodios a la fase Camina (ca. 1.250-1.450 d.C.) de Pica-Tarapacá (Uribe et al. 2007), donde también ocurren estas mezclas de componentes, pero no estamos seguros de atribuirlos a ese complejo cultural. Dos rasgos que caracterizan a las aldeas Camina, Chusmisa y Jamajuga, las plazas y el arte rupestre en el interior de los asentamientos (Urbina y Adán 2006), están ausentes en nuestros sitios. Es cierto que los episodios en cuestión son consistentes con la idea de Núñez (1984) de que asentamientos agrícolas del complejo Pica-Tarapacá, tales como el oasis de Pica, hayan usado la depresión del Huasco para el mantenimiento de rebaños de llamas. Después de todo, la ruta Pica-Tambillo-Mama Apacheta conduce directo a los sitios Huasco-4, 2 y 1, y siguiendo por el valle hasta el curso medio del Collacagua, a los sitios Collacagua-19 y 18 (El Tojo); en torno a los puquios de Huasco y en las orillas del río Collacagua hay abundante forraje para los animales y varios de los recintos más grandes pueden haber funcionado como corrales. Además, estos episodios ocupacionales son parcialmente contemporáneos con el rango temporal propuesto por Núñez (1984)7 para el cementerio Pica-8. Es problemático, sin embargo, explicar el mayor equilibrio porcentual existente entre componentes cerámicos en los sitios de la depresión del Huasco (Tabla 4). En efecto, mientras en Ñama, Camina, Chusmisa y Jamajuga, las proporciones entre componentes Pica-Tarapacá y Altiplano Tarapacá son, respectivamente, de 74:20, 77:16,71:27 y 66:24 (Tabla 1), en Collacagua-18, Collacagua-19, Huasco-1, Huasco-2 y Huasco-4 son de 26:20,36:14,10:19,21:14 y 16:197. Claramente, entonces, hay que buscar una explicación para este patrón, que sólo muestra equivalencias con Tarapacá Viejo.


Un primer escenario interpretativo para estas mezclas en la depresión del Huasco es que respondan a situaciones de corresidencia por la implantación en la zona de pequeños enclaves altiplánicos bajo un régimen de archipiélagos verticales, tal como fue propuesto por algunos autores para la Región de Tarapacá (Llagostera 1976; Núñez et al. 1975; Núfiez y Dillehay 1979; Schiappacasse et al. 1989). Se trataría en este caso de "islotes" ganaderos localizados a medio camino entre los núcleos de Bolivia y presuntas colonias agrícolas de la vertiente occidental de la precordillera. Insistamos a favor de este escenario que las cerámicas altiplánicas son abundantes en la muestra y presentan un repertorio de clases funcionales de vasijas tan variado como el tarapaquefio, cosa que, quizás, no sería esperable si las piezas hubieran arribado como simples artículos de intercambio. En rigor, sin embargo, los sitios de la depresión del Huasco no muestran evidencias de construcciones domésticas propias de esas áreas del altiplano. Hemos buscado en vano viviendas con tabiques, deflectores y hornacinas como en la Zona Norte deLípez o habitaciones con muros inclinados hacia el interior, tabiques divisorios terminados en una losa vertical, habitaciones compartimentadas, hornacinas y hastiales para techos a dos aguas como en la cordillera Intersalar. La ausencia de chullpas o torres funerarias de piedra, un elemento característico de esas zonas y que ha sido considerado un fuerte indicador de territorialidad y colonización altiplánica, debilita también la validez de este escenario. El único elemento arquitectónico que resiste una comparación con esas regiones es el muro con doble paramento, pero se halla sólo en unos pocos recintos elípticos de Collacagua-18 y estimamos que es un rasgo demasiado generalizado como para concederle un valor diagnóstico tan específico. Por lo demás, tampoco se encuentra representada en los sitios la cerámica Mallku-Hedionda de Lípez. Y la cerámica Taltape, que en la cordillera Intersalar aparece con frecuencias superiores a 40%, está presente en todos los sitios, pero en frecuencias tan insignificantes que no posibilitan otra explicación que no sea un arribo vía intercambios.

Un segundo escenario para estas mezclas de componentes es que la gradual intensificación del tráfico a larga distancia haya aumentado los contactos de pastores afiliados a nodos occidentales con grupos del altiplano meridional, generando lazos de parentesco que, a la postre, se habrían traducido en afiliaciones culturales mixtas con los grandes nodos tarapaquefios y altiplánicos. Uno de nuestros evaluadores sugiere una alternativa: "que se trate de grupos pastoriles especializados no-afiliados (étnica y/o políticamente), 'poblaciones intersticiales' sise quiere, que operan como 'bisagra' y como pieza clave en un paisaje donde [hacia el siglo XIV] se intensifican tanto el tráfico interregional como el conflicto entre sistemas regionales [y donde] el manejo de materialidades emblemáticas de ambos sistemas sería clave para reproducir una neutralidad étnica y/o política necesaria para operar como intermediarios". Una analogía para esta situación sería la referencia de Lozano Machuca (1992 [1581]) a la presencia en Lípez de indios "cimarrones" que, para llevar adelante "sus rescates", entran a Potosí haciéndose pasar por atacamas y a Atacama diciéndose tarapaquefios. Afiade que quizás la diversidad estilística para estos grupos internodales no opere como diacrítico, sino que marque únicamente las cuencas de aprovisionamiento de cerámicas. La analogía en este caso serían los actuales llarneros de Lípez, quienes obtienen la totalidad de su cerámica de los valles chichas que atraviesan en sus expediciones de intercambio hacia Tanja. En nuestra opinión, esta propuesta rescata la hipótesis de Núñez y Dillehay (1979) depastores-caravaneros/ree-fance como articuladores de "asentamientos-ejes", pero propone un paisaje más texturado que el modelo de Movilidad Giratoria, "formado por sistemas regionales agrícolas en pugna con materialidades fuertemente emblemáticas, articulados por grupos pastoriles especializados, no-afiliados" y estilísticamente oportunistas, circulando por espacios intermedios carentes de chullpas y pukaras. El problema con esta propuesta es que, como ya hemos dicho, mezclas de estos componentes cerámicos, aunque en proporciones muchísimo más dispares, aparecen en aldeas de las quebradas occidentales, donde el protagonismo de estos grupos no-afiliados sería menos plausible.

En el estado actual de la investigación es difícil discernir adecuadamente los diversos matices de situaciones como éstas, pero combinando las ideas de nuestro evaluador con las nuestras es posible proponer como hipótesis de trabajo que, al menos desde mediados del período Intermedio Tardío (ca. 1.250 d.C), la ruta altiplano-oasis por la depresión del Huasco no fue una ruta exclusiva de uno o más sistemas regionales en particular, ni siquiera una ruta biétnica o multiétnica, sino una fluida zona de interdigitación de pastores-caravaneros con una floja afiliación o sin afiliación alguna a los nodos agrícolas regionales. El patrón de pequeños caseríos dispersos alineados con la ruta, su arquitectura relativamente sencilla o expeditiva, huellas troperas que pasan por los sitios y frecuencias relativamente parejas de cerámicas tarapaqueñas y altiplanicas en superficie (Tabla 2) no contradicen el escenario étnicamente poroso y sin "bordes tensionados entre sistemas sociopolíticos" que visualiza nuestro evaluador. Este paisaje políticamente volátil y tal vez identitariamente "camaleónico" sería el que habrían encontrado los inkas o sus aliados cuando se internaron por la depresión del Huasco.

El Tojo, su Funebria y el Qhapaqñan

Un segundo tema a analizar es si los ajuares mortuorios de El Tojo son efectivamente atribuibles al Horizonte Tardío y si el sitio califica como un tampu (Niemeyer 1962: Cuadro 1). Hay pocas dudas que las ofrendas mortuorias de El Tojo son contemporáneas con los inkas (véase Niemeyer 1962: Cuadro 1). La olla con pedestal de la tumba 2 (Figura 2a) es una forma de cerámica Inka altamente diagnóstica, siendo la cuarta forma más frecuente en el núcleo cuzqueño después del aríbalo, el plato playo y la olla con dos asas, y la segunda más frecuente en las provincias del imperio después del aríbalo (Bray 2003: Fig. 5). Algo similar se puede decir de las bolas de bronce de la tumba 10 (Figura 2b) y del tumi o cuchillo de cobre con mango estrecho de la tumba 12 (Figura 2c), en el sentido de que estos artefactos se hallan distribuidos prácticamente por toda el área de la hegemonía inkaica (Mayer 1986: Lám. 60, N°1255; Mayer 1994:44-45, Láms. 48 y 50). Discos de cobre como el de la tumba 10 (Figura 2d), en tanto, están diseminados por un área demasiado amplia como para atribuirles una procedencia específica (Bruce Owen, comunicación personal 2007), pero los hemos visto aplicados en gorros troncocónicos (tipo fez turco) con decoración policroma (Sinclaire 2006:47). En tiempos inkaicos, estos tocados parecen haber operado como diacríticos de grupos carangas, aullagas y quillacas (Horta 2006). Gorros de este tipo han sido reportados por Núñez (1984:390-391) en los cementerios "inkaicos" de Pica-1 y Pica-7 (véase también Horta 2006 citando a Bennett 1946: Pl. 127d). En cuanto a las escudillas rojo engobadas de las tumbas 2 y 8, con el interior decorado con cuatro triángulos opuestos o líneas paralelas entre dos triángulos (Figura 2a), Marcos Michel (comunicación personal 2008) nos ha informado que le parecen "de clara filiación inka, con algunos rasgos altiplánicos como triángulos rellenos o líneas paralelas que también suelen aparecer entre los fragmentos Carangas-Inka" (véase también Michel 2000)8. Básicamente, entonces, Niemeyer (1962:140) acierta cuando señala que los ajuares mortuorios de El Tojo corresponden "culturalmente a Inca, con algunos caracteres regionales". Esos "caracteres" apuntarían al altiplano de Carangas (Dpto. de Oruro), con cuyo señorío los inkas establecieron una fuerte alianza (Durston e Hidalgo 1997; Michel 2000). Pero ¿es El Tojo realmente un tampu inkaico?

Los tampus han sido descritos como construcciones de no más de 20 hasta varios cientos de metros o más, localizados entre sí a distancias que fluctúan entre menos de 10 hasta 42 km (la mayoría entre 15 y 25 km), pero generalmente no más lejos que una jornada de viaje (Hyslop 1984:278, 300). Se ubican a la vera de los caminos y eran atendidos por mitayoq de alguna comunidad cercana; cumplían funciones de alojamiento de individuos o grupos en misión oficial; servían como lugares de almacenaje de comida, forraje, leña y otros productos (ropa, armas); acogían diversas tareas administrativas, pero también producción de cerámica, control vial, minería, apoyo militar y actividades ceremoniales (Hyslop 1984:279-280). Pese a su gran diversidad funcional, el factor común en este tipo de asentamiento es su vinculación con la red vial inkaica.

La cuestión del Qhapaqñan en nuestra área de estudio es difícil de abordar sin una perspectiva más regional. Recientes prospecciones nuestras indican que un camino inka ingresa a Chile desde la zona Intersalar por Cancosa, dirigiéndose al oeste por el valle de Ocacuyo hacia la Apacheta de la Rinconada y de ahí al poblado de Lirima. En este punto es posible que continúe hacia los valles tarapaquefios, pero no lo hemos verificado en terreno. Lo que sí hemos constado es que un ramal se desprende con franco rumbo al sur, hacia la depresión del Huasco. Varios autores han propuesto o insinuado un trazado longitudinal o uno transversal que pasa por esta depresión (Núñez 1965a, 1965b, 1984; Llagostera 1976; Rafñno 1981; Niemeyer y Schiappacasse 1998 [1987]), pero sólo nuestra investigación ha reportado trazas tangibles de una arteria. Aunque las condiciones del terreno y el pesado tráfico de que ha sido objeto la zona en los últimos 470 años han borrado gran parte del eje vial, los cortos segmentos de camino amojonado que reportamos en la sección anterior al oeste del río Collacagua y noroeste del salar del Huasco se ajustan bien a la modesta fisonomía que presenta el Qhapaqñan en estas regiones (Figura 3). Consideramos que los extremos de dichos segmentos pueden ser confiablemente interpolados para establecer un derrotero general de la ruta entre Lirima y Huasco. Pese a que no hay evidencias claras de la traza de esta vía en Collacagua-18 (El Tojo) y 19, y Huasco 4, 2 y 1, su proyección o derrotero interpolado pasa junto a estos sitios. En los Altos de Pailca (del aymara pallca = "apartarse o dividirse", Bertonio 1984 [1612]), se produce al parecer una bifurcación de caminos, uno de los cuales prosigue hacia Pica por Mama Apacheta. El otro puede ser una vía alternativa a Pica por la Apacheta Chilín Chilín, o bien, seguir al sur, hacia el salar de Coposa y Collahuasi, pero no hemos encontrado instalaciones ni materiales inkaicos en ese extenso trecho. Dicho de otro modo, la ruta transversal del Qhapaqñan sugerida en algunas publicaciones, se ajusta a nuestros datos, pero no hay por el momento fundamento sólido para la ruta longitudinal entre Miño y Collacagua que sugieren otras publicaciones. En cualquier caso, claramente existe actividad vial inkaica en la zona y, eventualmente, en las inmediaciones del sitio El Tojo, lo que apoyaría la idea de un tampu en ese sitio.

A pesar de que las dataciones por termoluminiscencia señalan que El Tojo no estuvo ocupado antes del Horizonte Tardío (Tabla 3), sus estructuras carecen de manipostería inkaica, hastiales para techo a dos aguas y vanos trapezoidales. Ninguna de sus estructuras es asimilable a una kallanka o a una kancha. Es verdad que a lo largo del imperio algunos sitios funcionaron ocasionalmente como tampus sin poseer arquitectura inka, pero se admite que es difícil identificarlos sin datos etnohistóricos ni evidencias artefactuales (Hyslop 1984:280). Por lo visto, no basta que un sitio contenga cerámica y otros materiales inkaicos, como es el caso de El Tojo y su cementerio, para que ipsofacto se les confiera esa condición. Conceptos simbólicos de planeamiento que son una característica distintiva en muchas de las instalaciones inkaicas, como por ejemplo el emplazamiento en afloramientos rocosos o cerca de manantiales (Hyslop 1990), están ausentes en este sitio. Se ha dicho, por otra parte, que la fortaleza de una tradición constructiva local puede hacer innecesario edificar unidades con rasgos constructivos y conceptos de planeamiento Inka (Hyslop 1993:339), pero dudamos que éste sea el caso de El Tojo. El tampu de Inkaguano en Cariquima (Reinhard y Sanhueza 1982), por ejemplo, está situado en una zona con una tradición constructiva mucho más desarrollada que la de nuestra área de estudio, sin embargo presenta arquitectura hecha bajo cánones inkaicos, incluyendo muros de doble hilera de piedras, kallanka, kancha, plaza y qolqas. Se puede argüir también que la ausencia de este tipo de arquitectura en El Tojo respondió a la baja densidad de población y escasez de mano de obra en la zona, pero el tampu de Miño (Kona Kona) en el Alto Loa (Berenguer 2007) se halla en una zona aún más despoblada que El Tojo y en cambio presenta edificios similares a los de Inkaguano. Miño e Inkaguano demuestran que los tampus con tres o cuatro atributos "clásicos" inkaicos (sensu Hyslop 1984:282) no son una rareza en el altiplano sur de Tarapacá. Sería extraño, por lo tanto, que los inkas hubieran hecho una excepción en este aspecto con la depresión del Huasco. Pese a que nuestra conclusión final es que El Tojo no fue un tampu, argumentaremos a continuación que durante el Horizonte Tardío este asentamiento y sus alrededores estuvieron habitados por gente que sí formó parte del Estado Inka.

Los Inkas en la Depresión del Huasco

El tercer tema a abordar es el de la naturaleza y razones de la presencia de materiales inkaicos en el área de estudio. Comenzando por las cistas del cementerio de El Tojo (Collacagua-18), éstas contienen los cuerpos de un grupo de al menos 13 individuos de ambos sexos, formado por niños y adultos no mayores de 30 años y acompañado por artefactos del período inkaico y del altiplano de Carangas. Consideramos sostenible la idea de que se trata de un grupo emparentado entre sí y de origen foráneo, posiblemente altiplánico. Una tortera, una wichuña y seis agujas de espinas de cactus indican actividades de hilar, tejer y coser, sin que se pueda determinar el género de sus usuarios. La olla con pedestal (Figura 2a), en cambio, es, como todo equipo culinario Inka, un artefacto netamente femenino (Bray 2003) y debió pertenecer a la mujer enterrada con un hombre en la tumba 2. Este tipo de olla era de una gran portabilidad y Bray (2003:15-16) piensa que puede haber participado en las obligaciones estatales de brindar a los trabajadores corveé un apropiado guiso o comida recalentada. Pieza emblemática de la vajilla inkaica y clave al parecer en el comensalismo político del Tawantinsuyu, servía según esta autora para cocer o hervir maíz o platos basados en este cereal. Tres corontas en la tumba 1 indican que el maíz estuvo disponible mediante tráfico con las aldeas agrícolas de las quebradas occidentales y puede haber formado parte del menú de los habitantes de El Tojo y el vecino sitio Collacagua-19.

Localizado a tan sólo a 2,5 km de El Tojo, Collacagua-19 es el mejor candidato para ser clasificado como un sitio Inka en toda el área. Es cierto que tanto la cerámica de los niveles más profundos como las dataciones señalan con claridad que el lugar estuvo ocupado con anterioridad a los inkas, pero diversos elementos nos hacen postularlo como una instalación inkaica: su emplazamiento en un afloramiento rocoso, rasgo importante en muchos asentamientos inkas y singular en el área de estudio; un camino con muro de sostenimiento de terraplén en el lado sur del sitio, cuya construcción requirió una considerable inversión de trabajo; su 21,6% de cerámicas pertenecientes al componente inkaico, lejos el más alto porcentaje en los cinco sitios estudiados (Tabla 4); la evidencia de actividades colectivas en la Estructura 1, y dos dataciones que caen en el Horizonte Tardío. Es tal vez indicio del estatus inkaico de Collacagua-19 el que, a diferencia de los demás sitios, haya sido desocupado con posterioridad a la caída del Tawantinsuyu. La bajísima frecuencia de cerámica con mica (Uribe y Urbina 2007) y la ausencia de fauna introducida (Labarca y López 2007) indican que fue abandonado muy poco después de la época de contacto, sugiriendo que su operación como asentamiento obedeció más a intereses externos que a intereses locales. Un puñado de mitimaes residiendo en El Tojo y, eventualmente, en algunos de los otros diminutos caseríos de las cercanías, puede haber sido dirigido desde el pequeño sitio Collacagua-19. La ubicación de Collacagua-18 y 19 en las proximidades de pampa Guañare, donde se unen las rutas que vienen de Huasco y Mamiña (Jamajuga), coloca a estos sitios en una posición inmejorable para controlar los movimientos hacia o desde el altiplano.

Otro fuerte candidato es el sitio Huasco-1, que controlaba el puquio 1 y dominaba el estrecho paso entre el valle de Collacagua y la orilla oeste de la cuenca de salar del Huasco que conduce a Pica. Aunque posee una historia ocupacional más larga que Collacagua-19, que comprende al menos desde mediados del período Intermedio Tardío hasta bien avanzado el período Colonial-Indígena, sus estructuras 3, 30 y 35 concentran los fragmentos del componente inkaico en el sitio (Uribe y Urbina 2007). La construcción de la estructura 29 sobre otra anterior y los materiales inkaicos en sus depósitos y área circundante, sugiere que los inkas remodelaron este sector del asentamiento. Su arruinado estado actual dice poco acerca de la envergadura y características que tiene que haber tenido el conjunto, pero los patrones depositacionales y cerámicos del sitio son los que más se aproximan al sitio Collacagua-19.

Concordamos con uno de los evaluadores en que es posible que los inkas estuvieran interesados en controlar sólo unas pocas actividades en el área. Probablemente, encontraron que la depresión del Huasco no revestía mucho interés desde el punto de vista de sus recursos y que los circuitos de tráfico preexistentes eran efectivos y requerían sólo una mínima inversión en administración. De ahí que no encontremos en esta zona arquitectura emblemática inkaica, como en Inkaguano y Miño. Pero no estamos de acuerdo en que hayan dejado a las poblaciones locales seguir con sus vidas sin mayor intervención. No sólo trazaron un ramal del Qhapaqñan por el área, acondicionaron también una pequeña instalación en Collacagua-19 y reacondicionaron parte de un pequeño asentamiento local en HU-1, dos puntos que eran neurálgicos en la ruta entre el altiplano y el oasis de Pica. En consecuencia, los inkas en el altiplano sur de Tarapacá evidencian una manifiesta intención de intervenir los espacios de tráfico regionales y, con ello, la vida de sus habitantes. Desde estos asentamientos menores sus mitimaes controlaron vicariamente para el Estado las rutas tradicionales de movilidad entre tierras altas y bajas y prestaron apoyo logístico a los viajeros que se desplazaban por el camino inkaico. En la medida en que la existencia de ciertos "complejos arqueológicos" en los sitios permite identificar actividades específicas (Hyslop 1993:349), el registro de guanacos, vicuñas, alpacas, torteras, vichuñas, agujas y escorias de fundición de cobre podría estar indicando que el Estado organizó a la población en tareas productivas como caza, pastoreo, hilandería, textilería y metalurgia. Todo esto supone un poder nada de difuso, sino muy abierto y focalizado, con previsibles consecuencias para la vida local y para las regiones articuladas por estos internodos.

Conclusiones

Nuestra reevaluación de El Tojo y el estudio de sus sitios aledaños han posibilitado revisar nuestro entendimiento de la prehistoria tardía de la depresión del Huasco en tres amplios aspectos. Primero, documentando ocupaciones locales que se remontan por lo menos a mediados del período Intermedio Tardío, que contienen proporciones parejas de cerámicas altiplánicas y tarapaqueñas, y que parecen corresponder más a grupos de pastores-caravaneros móviles, culturalmente diversos y flojamente afiliados a los nodos agrarios de la época, que a "islotes" o enclaves bietnicos o multiétnicos de uno o más núcleos pobla-cionales de lamacrorregión. Segundo, descartando al sitio El Tojo como un tampu propiamente dicho, pero revelando una presencia inkaica mucho más intensiva de lo que se suponía previamente, que se aprecia en la importante cantidad de cerámica Inka o relacionada con los inkas en los sitios habitacionales, en materiales funerarios de El Tojo y en varios segmentos de un camino inkaico que pasa por los sitios en cuestión. Y tercero, postulando una presencia del Estado Inka intermediada por grupos altiplánicos "inkaizados" que residieron y se enterraron en El Tojo, y que habrían operado en dos sitios de enlace del Qhapaqñan: el vecino sitio Collacagua-19 y el más lejano sitio Huasco-1.

Varios de estos aspectos vienen a llenar vacíos de información sobre el área, algunos de los cuales habían sido subrayados en su oportunidad por otros autores (Lecoq 1991; Núñez 1984). Obviamente, es necesario realizar más excavaciones y análisis para dar cimientos más firmes a nuestras conclusiones (p.ej., véase Nota 5). Es importante también saber qué estaba pasando en el resto de los sitios del área, como los del suroeste del salar, donde las conexiones de Pica pueden estar más orientadas hacia el altiplano de Lípez. No obstante, creemos que el artículo cumple con el propósito de aportar nuevas reflexiones y datos tendientes a reinsertar en la literatura algunas de las "preocupaciones clásicas" concernientes a la naturaleza de la presencia Inka en la Región de Tarapacá (Llagostera 1976; Niemeyer y Schiappacasse 1998 [1987]; Núñez 1965b; Núñez yDillehay 1979; Raffino 1981; Sanhueza 1981). El carácter de las actividades efectuadas por pastores especializados que hacían la ruta por el corredor del Huasco y tenían sus paskanas y estancms-paskanas en la depresión del Huasco, nos permite vislumbrar la fluidez cultural y algunos pormenores logísticos de las conexiones caravaneras preinkaicas entre los grandes centros de población localizados a oriente y occidente. La naturaleza de la implantación Inka en el corredor, en cambio, nos aproxima a la manera en que el Tawantinsuyu visualizó los ejes de tráfico previos y la forma en que ejerció el poder en zonas de baja productividad y casi despobladas.

Si, como hemos sugerido en este artículo, el grupo "intrusivo" enterrado en las cistas de El Tojo (Collacagua-18) fue en efecto un grupo de mitimaes y operó en los sitios Collacagua-19 y Huasco-1, quiere decir que el Estado Inka estaba realmente interesado en controlar el movimiento de gente, manejar los encuentros entre personas y regular la circulación de bienes por la ruta. De ser tal el caso, es muy significativo que el Estado no haya recurrido a contingentes de Pica, de la cordillera Intersalar o de la Zona Norte de Lípez para ejercer su hegemonía, sino a individuos del altiplano de Carangas. Mitimaes de este importante señorío fueron instalados por los inkas en la sierra y la costa de Arica a Camarones en función de ricas zonas agrícolas y de acceso a recursos marinos (Durston e Hidalgo 1997). Algo similar, si bien con un mayor protagonismo de los caciques tarapaquefios, sugieren fuentes coloniales tempranas para la quebrada de Camina y el valle de Tarapacá (Núñez 1984; Sanhueza 2008). Pero la situación es diferente en nuestra área, donde los pastores-caravaneros internodales dominaban con gran libertad de movimiento los circuitos que articulaban a los nodos de tierras altas y bajas. Controlar -más que "capturar" (Núñez y Dillehay 1979) esos movimientos a través de mitimaes de un señorío aliado en una zona no agrícola y de baja extracción de recursos- puede haber sido una estrategia estatal para intervenir en el área en forma limitada y con bajos costos de operación. Tal intento habría estado encaminado en nuestra opinión a "nodalizar" el corredor y a redefmir la ruta como una vía imperial. Recordemos que el camino inka y sus instalaciones no eran sólo herramientas de dominación física de un territorio, sino también poderosos instrumentos de conquista simbólica de sus habitantes.

No disponemos por el momento de antecedentes para saber si una estrategia estrictamente similar fue empleada por los inkas en otras zonas intersticiales. El caso del Alto Loa es distinto debido a que los intereses inkaicos estaban allí claramente focalizados en sus fabulosos recursos mineros (Berenguer 2007). Sin embargo, la información de uno de los evaluadores de que el caso presentado en este artículo podría ser representativo de situaciones que se presentan por esa época en otras "poblaciones internodales", como la puna occidental de Jujuy y la Zona Sureste de Lípez, invita a reconsiderar los datos regionales sobre el Inka y a dirigir la atención hacia los descuidados espacios "marginales". Entrevemos que estos intersticios territoriales fueron mucho más cruciales de lo que se cree para configurar globalmente la red vial del Tawantinsuyu, reformular la conectividad interregional previa en función de los intereses estatales y, en algunos casos, captar recursos atractivos para el imperio o sus aliados. Con este estudio esperamos haber sido convincentes al menos en la idea de que para entender más cabalmente la expansión Inka en los Andes del sur, es necesario que los arqueólogos presten a los espacios internodales una atención similar a la que hoy conceden a los principales nodos de población.

Agradecimientos: Esta investigación es resultado del Proyecto Fondecyt N° 1050276. Agradecemos la colaboración de Mauricio Uribe, Cecilia Sanhueza, Simón Urbina, Nuriluz Hermosilla, Gabriel Cobo, Marcos Biskupovich, Timoteo Ayavire, Pedro Lucas, nuestro personal técnico de apoyo y los evaluadores anónimos de este artículo.

 

NOTAS

1 Nos referimos al territorio comprendido entre el nudo de Sillajhuay por el norte y la cuenca de Ujina (Collahuasi) por el sur, a cotas promedio de 4.000 msm.

2 Componente Pica-Tarapacá: Pica Charcollo (PCH), Pica Gris Alisado (PGA) y Pica Chiza (PCZ); componente Altiplano Tarapacá o Carangas: Chilpe (CHP), Isluga Negro Sobre Rojo (ISL), Isluga Revestido Rojo (IRR) y Isluga Sin Decoración (ISD); componente Altiplano Quillacas: Taltape (TAL); componente Altiplano Lípez: Hedionda (HED); componente Arica: San Miguel (SMB), Pocomay Gentilar (PG) y Arica No Decorado (AND); componente Atacama: Aiquina (AIQ) y Dupont (DUP); y componente Incaico: Inka Cuzco Policromo (INK), Inka Altiplánico (IKL), Saxámar Inka Pacajes (SAX), Yavi La Paya (YAV), Turi Rojo Pulido Ambas Caras (TPA), Lasaña Café Rojizo Revestido (LCE) y Lasaña Café Rojizo Pulido (LCP).

3 Hondas, arcos, flechas, carcaj, cascos, corazas de cuero y otras piezas de armadura, particularmente bien representados en el cementerio Pica-8 (Zlatar 1984), reflejarían un clima bélico que se halla generalizado en esta época a través de gran parte de los Andes. Nielsen (2007) ha fechado el momento más álgido de estos conflictos en el altiplano de Lípez entre 1.200 y 1.300 d.C.

4 Hay tres fechas no calibradas para este cementerio: 1.000±70 d.C, 1.020±90 d.C. y 1.640±110 d.C, la última considerada aberrante (Núñez 1976). Uribe et al. (2007: Tabla 1) publica una datación calibrada a dos sigmas de 900-1.030 d.C. para el "Sector-Tumba". En otro trabajo, L. Núñez (1984) reevalúa su datación "aberrante" utilizando el sigma menos, fijando un rango de 1.000 a 1.450 d.C. para el cementerio. Nielsen (2007: Fig. 19, Nota 13) cita una fecha en el siglo XIII calibrada a dos sigmas para un peto de Lasaña muy similar a los publicados por Zlatar (1984) en Pica-8, dato que apoya dicho rango.

5 Algunos autores notan marcadas diferencias entre el grupo de El Tojo y grupos referidos como "inkaicos" en Hacienda Camarones o como unidades poblacionales altiplánicas "inkaizadas" en Usamaya-1 (Sanhueza 1981:23-24; Sanhueza y Olmos 1981:197), pero obviamente falta realizar todavía estudios comparativos más amplios y con una perspectiva más contemporánea. Análisis de ADN y de isótopos estables podrían contribuir a confirmar o refutar algunas de las hipótesis de Ericksen y a plantear nuevas líneas de indagación, pero desafortunadamente las osamentas no han podido ser ubicadas en las bodegas del museo.

6 Para evitar compromisos conceptuales con fases culturales formalizadas en otras partes, preferimos hablar de "episodios", en el sentido de eventos ocupacionales asignables a bloques temporales amplios.

7 Valores aproximados al entero más cercano. En el caso de los sitios del área de estudio las proporciones del componente Altiplano Tarapacá resultan de la suma de los componentes Altiplano Carangas y Altiplano Quillacas.

8 Patrice Lecoq (comunicación personal 2007) dice que se asemejan a las vasijas de tradición inka de la zona norte del salar de Uyuni, en la región de Carangas, Dpto. de Oruro; agrega que habrían muchas de estas vasijas en Llica, pero no en Potosí o Uyuni. Ricardo Céspedes (comunicación personal 2007) señala que el tipo de forma y de decoración correspondería a material que ha visto en la región sur de La Paz y norte de Oruro.

 

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Recibido: agosto 2007. Aceptado: junio 2008.

 

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